En la década de 1940 se produjo en una institución mental del estado de Maryland un insólito encuentro. Dos mujeres que habían sido ingresadas por creer ambas que eran la Virgen María se encontraron por casualidad y entablaron una conversación. Después de hablar durante varios minutos la mujer de mayor edad se presentó como «María, madre de Dios». Ante esto la otra paciente respondió: «Debe de estar loca. Yo soy la madre de Dios». Frente a algunos de los atónitos miembros del personal del hospital, las dos mujeres porfiaron largo tiempo sobre sus identidades. Finalmente, la paciente de mayor edad se rindió. «Si tú eres María, entonces yo debo de ser tu madre, Santa Ana», dijo basándose en la evidente diferencia de edades. Lo que demostraba este encuentro era que al enfrentar a pacientes con el mismo delirio de identidad podía conseguirse que alguno de ellos abandonaran su fantasía ‒o al menos la cambiaran por otra‒.
Esta anécdota clínica se publicó en una edición de 1955 de la revista Harper’s Magazine, y así fue como cayó en manos de un psicólogo llamado Dr. Milton Rokeach, que la leyó con gran interés. Rokeach se preguntaba qué podría suceder si se emparejaba deliberadamente a pacientes que compartieran un mismo delirio de identidad. Según su hipótesis, al enfrentar a dos individuos disputándose una misma identidad se produciría un conflicto en el que podría entrar en juego la cordura. Así que, después de obtener una beca para su investigación, Rokeach comenzó su busca de doppelgängers mentales. Cuál fue su sorpresa al descubrir en un hospital público no a dos sino a tres pacientes que creían ser Jesucristo.
Rokeach inició su experimento en 1959 en el Hospital Estatal de Ypsilanti en Michigan. El encuentro entre los tres Jesucristos se produjo en una pequeña sala. Rokeach se presentó y explicó que durante los próximos meses iban a pasar mucho tiempo juntos como parte de una investigación. A continuación les pidió a cada uno que hicieran una breve presentación. Tal y como esperaba, uno a uno se fueron presentando con sus delirantes identidades, tras lo cual empezaron a pelear porque cada cual reclamaba ser el verdadero Jesucristo y trataban de desengañar a los impostores.
Durante los siguientes meses Rokeach dispuso que los tres esquizofrénicos fueran uña y carne: les asignó camas contiguas en la misma habitación, asientos adyacentes en el comedor y los puso a trabajar codo con codo en la lavandería. Se realizaba un control diario de las actividades y reacciones del grupo y una vez a la semana Rokeach se reunía con ellos en una sesión en la que confrontaba sus identidades. A medida que pasaba el tiempo la tensión fue cada vez mayor y los debates más apasionados. Cada uno de los pacientes se esforzaba por mantener un comportamiento racional, pero los arrebatos, las obscenidades y las amenazas cada vez eran más comunes, tanto dentro como fuera de las sesiones, llegando al enfrentamiento físico a las tres semanas de comenzar el experimento.
Después de intentar resolver sus diferencias a puñetazos, tras varios días, los pacientes fueron adaptándose a la situación, cada uno a su manera. Uno de ellos tuvo la reacción más racional: estaba convencido de que los otros dos eran pacientes de un hospital psiquiátrico y que estaban locos. El segundo pensaba que los impostores eran en realidad muertos revividos y movidos por máquinas, mientras que el último, para evitar los conflictos con los otros dos pacientes, evolucionó en sus delirios hacia una nueva y disparatada identidad: decía ser el «Virtuoso y divino estiércol», casado además con «Madame Yeti», una esposa imaginaria de dos metros de altura.
Como Rokeach vio que el experimento se encontraba en un punto muerto decidió cambiar de estrategia e introducir un nuevo conflicto. El psicólogo envió a los pacientes cartas relacionadas con sus nuevas identidades. Sobre todo lo intentó con el recién bautizado «Virtuoso y divino estiércol», a quien mandó cartas firmadas por su ficticia esposa, «Madame Yeti», en las que le recordaba su verdadero nombre y le pedía que abandonara su nueva identidad. Pero el paciente en lugar de mejorar empeoró: entró en una crisis emocional que solo hizo alejarlo más de la realidad.
El 15 de agosto de 1961, poco más de dos años desde la primera reunión de los tres pacientes, Rokeach tuvo que aceptar que su experimento había fallado y lo dio por concluido. Años más tarde recogería todas sus impresiones sobre esta experiencia en un ensayo titulado The Three Christs of Ypsilanti. En él Rokeach reconoce que el experimento no había aportado ayuda alguna a ninguno de los tres pacientes y, en un añadido posterior, admite que quizá llegó demasiado lejos. Incluso llega a declararse el «cuarto Jesucristo», partiendo de la idea de que había jugado a ser Dios con la vida de tres personas. Al fin y al cabo, lo que Rokeach no podía saber en el momento en que realizó el experimento es que la esquizofrenia depende de la estructura y de la química cerebral y, por consiguiente, no se puede curar con psicoterapia ‒solo controlar con medicamentos antipsicóticos‒.
Me has dejado apantallada. Hasta donde llegan los experimentos psicológicos.
Hoy me iré a la cama con algo de desasosiego…
Un beso.
Experimentos psicológicos se han hecho muchos y muchos son para poner los pelos de punta. Por suerte es algo que ya está bastante más controlado, pero se han llegado a hacer auténticas barbaridades.
Interesante articulo, una historia digna de un libreto de cine, a veces la frase trillada pero efectiva «la realidad supera la ficción» toma tintes sorprendentes.
¿Sabría de este caso Cuck Palahniuk para escribir su novela Asfixia? ¡Me ha recordado mucho!
En realidad no lo había pensado pero ahora que lo dices es verdad.
Lo cierto es que me he reído bastante al leer el artículo. Me encantaría poder hablar con el «Virtuoso y divino estiércol» alguna vez en la vida. La locura puede ser francamente hilarante.
Al leer esto me imaginé a los tres spiderman señalandose