Escepticismos aparte, me fascinan los experimentos que se han ido desarrollando en los últimos años en torno a la muerte y su inexistencia subjetiva. Y es que conocer a Robert Lanza es uno de esos hechos que reconfortan, no tanto porque quiera creer en que la muerte no existe o que hay vida más allá ‒no, por favor, ya tenemos suficiente con vivir una vez‒ sino por una cuestión puramente filosófica; la existencia de una cadena vital en la cual no tenga lugar la ruptura que denominamos muerte; dónde no existe el tiempo, dónde el espacio que ocupamos tal y como lo conocemos sea un escenario meramente accesorio. Aún a riesgo de aventurarme a hacer comparaciones demasiado arriesgadas, puede que nos estemos acercando a una realidad científica que, de un modo sorprendente, comulga en varios de sus factores básicos con referencias religiosas orientales, como sucede en el caso del budismo tibetano. La relación entre religión y ciencia nunca ha sido más que una pura «coincidencia estructural», algo muy similar a lo que sucede con la ciencia ficción convertida en evidencia por la ciencia. La diferencia entre ciencia y ficción es que la ficción imagina y la ciencia comprueba pero lo que es seguro es que si alguien no hubiera imaginado antes, ¿de dónde iba a surgir la inquietud por comprobar?
No estaba muerto, estaba de parranda: la muerte no existe para el universo
Lo que sigue a continuación puede que incomode al lector tanto como a mí misma. Este artículo surge gracias a dos personas que mencionaré; de una parte, el yonki de la ciencia desde una perspectiva mística y siempre entrelazada con el destino y la filosofía. De otra, el científico escéptico. Entre ambos me han inspirado a pensar, leer y tratar de aprender acerca de una aspiración que me resulta tan antigua como la vida; la inmortalidad.
¿Por qué cuando hay un observador los electrones se comportan con un patrón diferente a cuándo no hay observación alguna?, ¿por qué los electrones se comportan como ondas en unos casos y como elementos rígidos en otros?
Fue cuando leí una entrevista al polémico científico Robert Lanza que empecé a investigar acerca de la inmortalidad como posibilidad real. Después de saber más acerca de un curioso experimento llevado a cabo por Lanza empiezo a creer que la ciencia es la religión del siglo XXI. Amén.
El experimento de la segunda ranura o cómo la materia se ríe del observador
No soy una experta en el tema pero Robert Lanza decidió basar su nueva hipótesis en la teoría del biocentrismo y, además, en la física cuántica. Hay un curioso experimento dentro de la mecánica cuántica que os muestro a continuación y que me hace preguntarme una vez más qué sucede ahí «dentro».
Una hipótesis
No tenemos ni puñetera idea de nada. Hablar de física cuántica es hablar de multiversos e infinitos mundos que ni conocemos ni podemos reconocer. En este experimento me llaman la atención algunas cuestiones: ¿por qué cuando hay un observador los electrones se comportan con un patrón diferente a cuándo no hay observación alguna?, ¿por qué los electrones se comportan como ondas en unos casos y como elementos rígidos en otros?
Dejando a un lado las cuestiones, los elementos en los que se ha basado Robert Lanza son las interferencias entre unos electrones y otros. En su teoría las interferencias infinitas en tiempo y espacio conllevan que nuestra mente sea incapaz de «ver» su propia muerte de la misma manera que ningún artefacto colocado frente a los electrones era capaz de observar porqué los electrones se comportaban como ondas en unas circunstancias y en otras no.
En la página de Robert Lanza encontramos, también, un interesante artículo en el que explica que fue lo que le llevó a pensar que la muerte no existe. Además de la teoría del biocentrismo según la cuál, el tiempo y el espacio no son elementos rígidos ‒muy del gusto de la teoría de cuerdas, por cierto‒ hay algunos experimentos desarrollados recientemente, como sucede en el caso de esta medición que aparece en Science mag.
Fotones indecisos y la división 50 50
Si leéis el artículo de Science Magazine ‒yo tuve que traducirlo como todo hijo de vecino‒, descubrirás que la diferencia entre el vídeo que anteriormente se ha compartido en este mismo artículo y el experimento asociado al artículo es que Robert Lanza parece querer ir más allá valiéndose del experimento de las dos rendijas como justificación de su hipótesis. En el experimento mostrado en el vídeo de la segunda ranura, no se esclarecía ningún patrón con respecto a cuando se llegaba a comportar un electrón como una onda o como una partícula de materia.
Con la investigación de John Archibald Wheeler de la segunda ranra sucede que se averiguó que existía un 50% de posibilidades en cada caso y que «la decisión», en este caso, de los fotones que sirvieron para el experimento, era tomada después de pasar por la primera división. De este modo nos encontramos con que al pasar por «el segundo observador» el fotón «decide» si se comportará como partícula o como onda, optando por dividirse o no. Esto, obviamente, lo explico desde la perspectiva de una atolondrada sin conocimientos de física pero, para que nos entendamos los pobres mortales, es algo así.
¿Y qué es lo que demuestra este experimento? O, más bien, ¿qué es lo que demuestra que le sirva a la hipótesis de Lanza? Básicamente, que existe un patrón para cambiar los acontecimientos de un universo con respecto a otro o, más bien, que un haz de posibilidades se aplican también al mundo de los vivos. Según esto, tú estarías y no estarías muerto a la vez en diferentes universos. De hecho, según Roberto Lanza, nunca mueres realmente.
El cerebro miente; si dice «no» nos miente, si dice «sí» nos miente
Siempre estás vivo si no existe el tiempo y el espacio de una manera rígida. El caso es que tu conciencia limitada ‒y la mía‒ no nos permiten concebir tales hechos. Según el biocentrismo aplicado a la teoría de Lanza nuestra mente nos engaña y nos hace creer lo que necesita creer. Si quiere creer que un color es azul, será azul. O eso es lo que aparecía en todas las traducciones españolas que he leído pero realmente lo que dice este hombre es bastante más complejo. Y es que nuestra conciencia o «sentido común» tiene una visión del tiempo y el espacio que no se corresponde con «esa otra realidad» universal. Para nosotros tanto el uno como el otro son fáciles de acotar y lineales. Pero no es así. No en la teoría de cuerdas.
Para Lanza somos inmortales de una manera que no sabemos concebir ya que si rompemos todas las barreras del «uso común» humano y tenemos en cuenta la teoría de cuerdas, no existen tales barreras denominadas tiempo y espacio, no hay un desarrollo lineal de acontecimientos. Al igual que la materia ni se crea ni se destruye, la vida humana, estando hecha de materia igualmente, solo se transforma. En este o en otros universos o en otros tiempos y lugares, en otros «ahora» o «antes» o «luego» indeterminados pero SIEMPRE SOMOS.
«Todo lo que está ocurriendo en este universo, sucede también en los multiversos por lo que nunca dejamos de existir, no existe esa ruptura» (Robert Lanza)
Conclusiones: ¿ Es la ciencia la religión del siglo XXI ?
Cuando tenía diez años soñaba con surcar el cielo. Tenía un planetarium y solía mirar al firmamento cántabro con la esperanza de ver algunos de los planetas y constelaciones que había conseguido detectar antes en mi pequeño cielo en el techo de mi habitación. Pero, desgraciadamente, Cantabria no es de los mejores lugares para aprender acerca de las estrellas y tuve que conformarme con aprender lo básico acerca del tema. Perdí el interés por las estrellas y comenzaron, entonces, a ganarlo las personas. Pero no demasiado. Tampoco te pienses cosas raras como que me volví amante de la humanidad. Eso jamás.
En el fondo, el cielo estrellado me continuó fascinando. Tanto es así que cuando vi el cielo de Huelva con doce años, en una playa cerca del Doñana, no fui capaz de apartar la mirada de él durante la semana en la que pude presenciar esa estela llamada la Vía Láctea. Mis retinas guardaron ese momento hasta el punto de que me estremezco mientras escribo estas líneas. Quizás es una de las razones por las que me apasiona el personaje mítico d Ícaro. Pero, en fin, vayamos al grano.
Actualmente sigue siendo uno de los misterios insondables del cosmos ya que, a pesar de las miles de teorías que existen en torno a la muerte y al universo, no nos engañemos, no han sido demostradas. Aún no. Mi título es un poco profético ya que se basa en mi propia opinión; que la ciencia es la religión del siglo XXI. Ya vivimos la astrología y las creencias griega, romana, egipcia, cristiana, budista y muchas más. La religión está superada porque nuestra memoria histórica ‒salvo la de aquellos a quienes les interesa creer por pura distracción con respecto al vacío existencial, muy respetable mientras sean conscientes de ello‒ ha avanzado a medida que se han ido amontonando los saberes de miles de pensadores.
Las nuevas generaciones nacen con una compilación mayor de todos los saberes por lo que el punto de partida de la cognición individual y colectiva se ha incrementado enormemente, sobre todo con la llegada de la red de redes. No podemos imaginar cómo éramos de niños pero, personalmente, cuando hablo con críos «de los de ahora», su nivel de conocimientos es brutal e, incluso, en algunos afortunados casos, su capacidad de razonamiento sobrepasa lo imaginable. Lo mismo sucede con los veintañeros. Me sorprende todo lo que saben, lo bien que aprovechan toda esa información que tienen frente a ellos. Es por todo esto que qué una persona de estas últimas generaciones crea en la religión como en algo más que un «cuento» es, cuanto menos, tierno. Tan tierno como si se creyera en el Ratoncito Pérez con cuarenta años. Nada más.
Pero en algo hay qué creer. Y esta sentencia se va evidenciando en mi vida ya que a medida que el ser humano se libera de sus creencias religiosas, se da cuenta de que necesita de esos rituales. Pero, ¿cómo creer en que la posición planetaria marca una personalidad? Ridículo. ¿Y cómo creer en que un ente todopoderoso rige nuestro destino? Pueril. Entonces, ¿Qué les queda a nuestras mentes repletas de información, de datos cuantificables, de estadísticas? Como diría Sheldon Cooper; oh gravedad, ramera despiadada. Porque la gravedad es una de las grandes culpables de que hoy miremos al cielo y veamos conceptos que no somos capaces de concebir en nuestra realidad cotidiana.
En el firmamento está el infinito, está el Big Bang, el multiverso, universos paralelos, laberintos de gusano. En el cielo están otras civilizaciones, está la promesa de la supervivencia humana en un futuro lejano. Recuerdo cuando estudiábamos que los primeros organismos vivos aparecieron en el mar. Es gracioso que de las profundidades del océano hayamos pasado a buscar la respuesta en el cielo; en un pasado, gracias a los dogmas de fe de la religión, ahora, gracias a la ciencia. Pero, ¿Hay algún dogma de fé mayor que ver «en ese techo azul y negro de arriba» todas las respuestas? Sea como sea, yo continúo mirando al cielo. Por si acaso están ahí las respuestas a mis preguntas.
Un gran artículo, Alex. No se me ocurre nada coherente al respecto. Son muchas cosas: la muerte, la ciencia, la ficción, la superación de ciertas creencias, la conciencia o no de nuestra existencia o inexistencia… el cielo, ese cielo nocturno y enigmático. Muy interesante (y también los enlaces: me ha encantado el vídeo del superfísico-cuántico que enseña lo del comprtamiento de los electrones a través de las ranuras…), pero no voy a escribir estupideces. Lo que se me ocurre nada tiene que ver con tu artículo. No obstante, me ha parecido genial (sobre todo lo de la inmortalidad según Lanza. Me ha recordado Powder, la película de los 90). Gracias. Un saludo.
BUEN ARTÍCULO, COMO SIEMPRE PERO LA CIENCIA NO PUEDE REEMPLAZAR A LA RELIGIÓN. ESTA BIEN ENTENDIDA Y SIN FANATISMOS ES CUESTIÓN DE FE Y ESPERANZA, LA CIENCIA ES RAZONAMIENTO PURO Y EL HOMBRE EN GENERAL NECESITA CREER EN ALGO MÁS. SIN FE TE PIERDES. SALUDOS DESDE ECUADOR.
Excelente artículo, aunque no estoy de acuerdo en eso de que la religión es agua pasada. Hay muchas personas en el mundo que todavía no la han superado y otras que, huérfanas de fe, se refugian en cualquier reducto de espiritualidad. Mi lado científico me ha transformado en un personaje escéptico, cínico y básicamente amargado. A veces deseo que me lobotomicen para volver a creer en algo parecido a la magia.