Remando al viento

Remando al viento

«Claro que no –dijo George–. Eres una romántica. ¿Qué tiene de romántico un tío que quiere ir a un sitio y llega?». “Ex Libris. Confesiones de una lectora”, Anne Fadiman.

   La pregunta que le formulaba a Anne su marido, a todas luces retórica y levemente sarcástica, se debía al poco interés que le despertaba la exitosa expedición de Amundsen frente a su admiración por el fracasado viaje de Scott, aunque el romanticismo que menciona no está tanto en el éxito o el fracaso de la misión como en el modo en que se llega a ello. Es el aura trágica que lo envuelve, la emoción inquietante y al tiempo sublime que es característica de lo romántico.

   Romanticismo. A veces se nos llena la boca con la palabra mientras le vamos robando poco a poco su significado, reduciéndolo al ámbito de lo amoroso y lo sentimental. Aquel movimiento cultural que revolucionó el siglo XVIII ha llegado a nuestros días bastante devaluado por la progresiva pérdida de la lírica a favor de lo prosaico. Romántico es llevar a tu pareja a un balneario y convivir en armonía un fin de semana, regalarle una previsible caja de bombones con forma de corazón o declararle amor eterno antes de sentarte a ver el fútbol.

   Byron se arrancaría el turbante para tirarse de los pelos si lo viera para, después, retar a duelo al infame. Él no necesitaba de látigos para seducir y hacer llorar a una mujer; su personalidad bastaba. Además, el romanticismo no residía en el sentimiento blando sino en la pasión, y no solo la amorosa: en la manera de entregarse a la vida, en la emoción que lo arrastraba a la aventura. Esa rompedora individualidad de actuar contra el convencionalismo, esa convicción de independencia que lo llevó a luchar en Grecia, ese arrojo que lo lanzó a cruzar a nado el Helesponto… Todo ello formaba parte de ese sentir romántico de la existencia.

   «¡Luz, más luz!», dicen que gritó Goethe en el momento de su muerte y, en cierto modo, no es de extrañar porque la atmósfera romántica estaba llena de sombras tenebrosas que agitaban la imaginación. «Dormidos, pesadillas turban nuestro reposo; despiertos, vagos sueños contaminan el día», en palabras de Shelley1. Era la suya la luminosidad del relámpago: repentina y fiera, un resplandor que sacudía el alma. De ese espíritu tétrico surgieron monstruos que han aumentado el acervo mítico de nuestro imaginario, no todos inhumanos (y estos, los humanos, son los que más miedo dan). Nuestros miedos ancestrales atrapados en el destello de la tormenta. Esa tormenta e ímpetu2 bajo la que comenzó esa rebelión de los sentimientos.

   Exaltación y patetismo; dos extremos contenidos en un solo momento, en un solo verso. Keats escribió: «Bienvenida alegría, y bienvenida tristeza»3, lo cual parece un manifiesto de esa bipolaridad emocional tan propia de los románticos, tan capaces de luchar por un ideal como de matarse por amor. Y es precisamente esa capacidad para el arrebato lo que constituye el aliento del verdadero romántico, no la sensiblería mojigata de quien suspira con languidez en las profundidades de un sillón. Abrazar el mundo aun desde el fatalismo. «Y entregado en los brazos del destino, ni me importa salvarme o zozobrar»4, según cantó Espronceda.

   Ser romántico es un desafío más allá de la razón: pasar la noche de Walpurgis en el Monte Pelado, comprometer el alma a Mefistófeles, naufragar con el Anciano Marinero, dejarse cautivar por la Belle Dame Sans Merci o robar la chispa de los dioses para insuflar una nueva vida en medio de la tempestad. Vivir con la vehemencia de un río de «aguas arrebatadas, oscuras y fuertes»5, aunque no llegues al lugar donde quieres ir.

 

Notas bibliográficas:

1 “Mutabilidad”, Percy Bysshe Shelley (“No despertéis a la serpiente”, antología poética bilingüe con traducción de Juan Abeleira y Alejandro Valero. Hiperión, 1991).

2 Del alemán “Sturm und Drang”, movimiento artístico considerado protorromántico que se desarrolló en Alemania en la segunda mitad del s. XVIII.

3 “Canción de opuestos”, John Keats (“Poemas escogidos”, edición bilingüe de Juan V. Martínez Luciano, Pedro Nicolás Payá y Miguel Teruel Pozas. Cátedra, 1997).

4 “A una estrella”, José de Espronceda (“Poesías”, edición de Domingo Ynduráin. Bruguera, 1981).

5 “Estancias al Po”, George Gordon Byron (“Poemas de amor de Lord Byron”, edición bilingüe de José Ramón Blanco. Ediciones Laga, 1994).

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