El mundo moderno es rápido, acelerado. Caótico incluso. De una volatilidad tal que la inversión o la visión de futuro viene obstaculizada por la vorágine de caos sobre la que caminamos. En un entorno como el nuestro, en el que, en ocasiones, planificar lo que queda a la vuelta de la semana que viene carece de sentido, nunca es buen momento para invertir en ciencia, ni para tener un hijo. Organizar de cara a futuro no tiene un punto idóneo para arrancar ningún proyecto, ni una inversión que mejorará la vida de las personas ni, en la mayoría de los casos, la propia vida.

   Actualmente todos conocemos a jóvenes en edad de comenzar una familia que se echan atrás ante la abrumadora realidad, temiendo el mundo en que sus hijos crecerán, y postergando el momento de ampliar la familia con un nuevo miembro con la esperanza de que, en un futuro, las condiciones para tal proyecto de futuro sean más esperanzadoras. Asimismo, los presupuestos estatales sufren un proceso similar de inversión en el presente en vez de en el futuro, derivando el flujo de capital al paliado del hambre financiera actual en vez de mirar hacia delante, a cincuenta años vista.

La precaria prehistoria

Ksenia Kudelkina

   Cuando observo este tipo de problemas modernos trato de trasladarlos en el tiempo y tratar de visualizar si son realmente tan de nuestro tiempo o a lo largo de la historia situaciones como las presentes han hecho dudar a protopadres y gobernantes sobre la visión de futuro a largo plazo. A fin de cuentas ahora es peligroso e inestable traer un niño al mundo, pero, por poner un ejemplo, la prehistoria no debió de ser un momento próspero para la nueva vida.

   Los humanos prehistóricos no vivían más de 40 años. Al llegar al final del ciclo reproductivo, un ciclo marcado por un par de hijos supervivientes entre cinco o seis hermanos fallecidos, la palmaban. Las enfermedades y el tratamiento prácticamente nulo de cualquier herida hacía imposible que alguien durase más de cuatro décadas, y la mayoría se iban mucho antes. Esto, claro, dejaba muy poco tiempo para el avance de la ciencia. Se tenían que enseñar otras cosas, cosas útiles como cómo fabricar puntas de sílex o qué frutos eran venenosos. El futuro inminente de los hijos dependían de estas lecciones, y nadie tenía tiempo para la ciencia.

La época de los dibujitos

   Pero, cada varios miles de generaciones, nacía un genio. Por desgracia, solía ser uno de los que primero moría, probablemente golpeados brutalmente por sus hermanos no-genio mientras intentaba descifrar el mundo mediante la observación. En un mundo donde los chamanes gobernaban las tribus, pretender entender el mundo o interpretarlo fuera de un esquema divino era jugarse una pedrada en la cabeza, ya no digamos inventar algo. Inventar algo era jugar a la ruleta rusa de «matarte con el invento».

   Por suerte para nosotros, quizá uno de cada mil de estos tipos construía o deducía algo lo suficientemente rápido como para que la ignorancia no lo asesinase a la primera de cambio con el primer objeto contundente que se encontrase por aquél entonces. Y un poco de aquello se fue transmitiendo a lo largo de generaciones. Generaciones penosas de enfermedades, hambre, migraciones, más hambre, muchas peleas, algo de frío y más enfermedades todavía. Pero gracias a la perseverancia, y a haber desafiado al mundo trayendo más y más hijos a un mundo que era evidente que quería llevárselos por delante, nos pusimos a edificar por todas partes.

Pirámides y otras construcciones con piedras grandes

   Poco a poco nos dio por construir edificios y monumentos grandes. Cuanto más grandes, mejor. Lo de la escritura ayudó muchísimo a que unos pocos les dijesen a todos los demás lo que tenían que hacer, como dedicar su vida entera a levantar una pirámide para su dios, una tarea ardua que necesitaba de muchísimos niños de padres acojonados que no podían sino seguir teniendo hijos para perpetuar el orden establecido. Me imagino a los padres esclavos meditar sobre lo mal que estaba el mundo y lo difícil que se estaban poniendo las cosas.

Este año no tenemos los hijos, mejor nos esperamos al que viene a ver si me ascienden al tipo que da latigazos. Pero no sé, está difícil la cosa, y hay mucha demanda.

   Por supuesto, cualquier descubrimiento científico era puramente accidental, y dependía de la suerte. ¿Para qué ibas a estar estudiando cuando podías trabajar toda la vida al sol moviendo piedras de un lado a otro?

Griegos y romanos

   Con el crecimiento demográfico por las nubes, conglomerados como las ciudades surgieron de manera espontánea. Cualquiera diría que se trataba de lugares de refugio y cultura, pero lo cierto es que se llevaba mucho eso de morirse por cualquier esquina y ser asesinado por prácticamente cualquier cosa que a alguien pudiese llegar a molestar. Tener un hijo seguía siendo una tarea difícil, aunque es cierto que el paro era casi nulo ya que durante el auge de ambas civilizaciones casi todos se dedicaban a construir carreteras y caminos. A los griegos y los romanos les encantaban las carreteras y los caminos.

Sam Wheeler

   Claro, eso de la ciencia todavía no estaba muy de moda, y si alguien descubría algo costaba bastante que otro alguien lo leyese y le fuese de utilidad, pero la rueda del conocimiento ya estaba en camino, y rodando. Por supuesto sin financiación. Había que construir demasiadas carreteras y caminos como para andarse con tonterías como curar enfermedades.

La edad oscura

   Ya con toda Europa comunicada por una red de carreteras increíblemente completa, la humanidad decidió replegarse en la fe, atacarse mutuamente y volverse cada siglo un poco más tontos. A ser posible, eliminando cualquier otro credo del mapa. Hasta prácticamente hace dos días, el catolicismo nos ordenaba pisotear cualquier cosa que oliese a tubo de ensayo, con lo que el avance científico no es que no encontrase financiación: es que estaba prohibido.

   Y, claro, en un ambiente en el que las pestes y otras enfermedades de carácter altamente juguetón, tener hijos era algo bastante imprudente. Total, casi todos la iban a palmar antes que sus padres. Pero la gente seguía dándole con ahínco sin importarles el clima del mundo o la esperanza de vida de sus hijos. Dios les dijo que se reprodujesen, y durante siglos prácticamente no hicieron otra cosa.

La iluminación y la bombilla de bajo consumo

   Justo después de matarnos entre nosotros por Tierra Santa, decidimos que íbamos a ser un nuevo mundo basado en el conocimiento científico y en matar a nuestros hermanos para poder heredar el reino. Los ideales y la política de los griegos volvieron a estar de moda, aunque las enfermedades y las guerras por tonterías también. Han sido cinco siglos de divertidos tejemanejes terrenales y de bodas entre primos para conservar las tierras y, aunque los hijos ahora eran más resistentes a las enfermedades, los reyes y mandatarios se empeñaban en lanzarlos contra otros reinos en estúpidas batallas por tal o cual valle alejado de todo y que no interesaba a nadie más que a los dos absurdos contrincantes de turno.

   Podríamos decir que eso quedó atrás, pero en la actualidad aún seguimos disparándonos los unos a los otros y, aunque la avaricia pura mueve la investigación, siguen siendo malos tiempos para tener hijos. A fin de cuentas, el paro es muy elevado, la luz no deja de subir y, francamente, encontrar una pareja que soporte nuestras neuras modernas durante unas vacaciones cada vez es más y más complicado.

Marta Serrano

   Pero, por mucho que miremos a nuestro alrededor con la esperanza que los tiempos mejoren y que nuestros futuros hijos se desarrollen en un clima perfecto, tenemos que admitir que nunca antes ha habido un mejor clima mundial como para traer a alguien aquí. Las oportunidades, aunque bajas, son incalculablemente mejores que en cualquier siglo pasado. Al menos, los niños sobreviven, eso ya es más de lo que hemos tenido hasta ahora. Por supuesto, se sigue con la tendencia de no gastar dinero en la ciencia, al igual que se tiende a retrasar la llegada de los hijos a un momento perfecto de estabilidad familiar cuando todos sabemos perfectamente que:

  • cuanto antes empecemos a investigar y a destinar grandes partidas estatales a la ciencia, mejor viviremos en el futuro;
  • nunca va a haber un clima idóneo para tener hijos.

   Resulta curioso lo relacionado de ambos conceptos a lo largo de la historia, y cómo aunque haya sido difícil tanto tener un hijo como investigar, esto ha sido una constante en nuestro camino. Y tiene pinta de seguir siendo así. La ciencia mejora a cuentagotas, pero mejora, y seguimos (aunque con una frecuencia no tan alta como antes) creando familias.

   Porque nunca hay un momento fácil para empezar algo difícil.

Imágenes | Ksenia Kudelkina, Sam WheelerMarta Serrano

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