No existen los sistemas estáticos. Por suerte o por desgracia, vivimos en un universo entrópico que anda zarandeando la materia y energía de un lado para otro sin ton ni son, a lo loco y sin pausa. Y es por ello que los objetos, especialmente los objetos conceptuales de producción humana, mutan con los giros de los planetas alrededor del sol. Mutan con el tiempo.

   Como si de un enorme juego de El teléfono escacharrado se tratase, casi toda nuestra tradición y nuestras obras presentes no son sino deformaciones o mutaciones de las originales, en ocasiones incluso mezclas de varias versiones anteriores o una edición sesgada de una anterior. Casi todos los libros presentes que hayan sido traducidos al menos una vez contienen errores que los alejan en demasía de los originales.

   Ya analicé el mito de los Tres Reyes Magos (que ni fueron tres, ni eran reyes de nada ni ‒obviamente‒ fueron magos) bajo una perspectiva similar: la de la introducción de alteraciones en textos antiguos, mezclados con otras tradiciones, deformados por los idiomas, por el modo de escritura o, directamente, por alguien que quería modificar la historia. Estas son las versiones de la biblia que he ido recopilando durante un tiempo y, aunque es posible que haya alguna errata, usaré su presencia como muestra de que los errores modifican los sistemas. En este caso: la Biblia.

Septuaginta

   Cuando la gente habla de la Biblia se imagina la cristiandad, las iglesias, un montón de curas, guerras absurdas por codicia de terreno e, incluso, abusos a menores en el presente. Nada más lejos de la realidad. Aunque no tengo ni idea de quiénes escribieron los diferentes apartados de la primera biblia. Y digo «quienes» porque la primera biblia fue una «edición coleccionista» que reunía textos escritos durante casi tres cuartos de milenio, desde el 900 a.C. hasta el 250 a.C. Bueno, más o menos, porque ni siquiera hay un consenso sobre cuál es la primera biblia de todas, aunque todos los datos apuntan a mezclas de textos más antiguos aún entre los años 250 a.C y 105 a.C con la Setenta, conocida también como Alejandrina o incluso como Septuaginta (setenta en latín).

   Lo cierto es que el latín no tenía ni la cabeza asomada cuando los primeros textos [ahora bíblicos] fueron escritos en hebreo antiguo y arameo. No se está muy seguro de en cuál de las dos lenguas se empezó a escribir la biblia, pero seguramente ocurriese sobre el 1.000 a.C. a lo largo de muchos puntos de la geografía Siria. Siria está aquí:

Globo Terráqueo Siria

   Algo así como si en el 3.700 se debatiese si los cuentos de los hermanos Grimm fueron originalmente escritos en alemán o en inglés, un dato conocido ahora como fue conocido en alguna aldea perdida de Siria quién escribió el primer cuento que, 1.000 años más tarde, sería incluido en la Biblia v0.0.

   Pero para ser justos, la Biblia moderna, base de la religión Cristiana, ni siquiera nació como texto sagrado o cristiano, principalmente porque era una recopilación de textos tradicionales y porque el cristianismo aún no se había inventado. Para más inri, de las primeras versiones de la Septuaginta hay más copias en griego que en hebreo o arameo. Esto es así porque el griego (griego de antes de que existiese Grecia como tal, entiéndase) llevaba dando vueltas para la Biblia 0.0 unos 1.500 años. Como para no sacar ediciones en ese idioma… Grecia no era un pueblo, sino un pueblo de pueblos, y estaban los aqueos, los danaos, los argivos. En cada sitio se escribía de un modo diferente y se traducía como le daba la gana al que estaba al mando.

   La siguiente versión, la Biblia 1.0, estuvo en uso del siglo II al siglo V, y tiene (como todo) varios nombres: Itala Antigua o Vetus Latina. Nombres confusos, porque las primeras versiones no estuvieron escritas ni en latín ni en italiano, sino en griego, pero las versiones definitivas (la Biblia 1.1) cabalgaron por el imperio romano en estos idiomas. Por aquél entonces el latín molaba bastante, y el protoitaliano estaba muy extendido. La Biblia 1.0 (en general, incluídas todas las versiones hasta la 2.0) tenían, como las actuales, dos grandes tomos dentro:

   El primer gran tomo de la Biblia 1.0, el Antiguo Testamento, provenían los textos de la Septuaginta escritos en más de cuatro idiomas antiguos o, lo que es lo mismo, ya acumulaban bastante error. Normal que la gente diga que no hay que interpretarlos al pie de la letra, porque si en la Biblia apareciese un unicornio, lo que aporta es realismo. El segundo gran tomo de la Biblia 1.0 es el conocido ahora como Nuevo Testamento. Y es que claro, Dios (con mayúscula) había hecho escribir la Biblia 0.0 a lo largo de casi 1.000 años y en muchas lenguas, pero por algún motivo hizo nacer y morir a Jesús casi tres siglos después, y no salía en ninguna parte. Así que se agregó un pegote al final llamado Nuevo Testamento por los cristianos (por aquél momento la religión de moda) y los cristianos dijeron «La Biblia es cosa nuestra», le pusieron una cruz en la portada y se la quedaron. Y hasta ahora.

   Constantino I (emperador romano adorador del dios Sol ‒dios con minúsculas porque por aquél entonces había un dios para casi todo‒), que en el fondo era un cachondo, se dio cuenta del potencial del cristianismo para unir el imperio, y lo usó como ahora se usan flyers para las discotecas mandando copiar ediciones de la Biblia 1.0 a millares. Fue él quien decidió que el Cristianismo era la verdadera religión, cambiándose de adorar a Helios (o Apolo, hijo de Zeus), a Dios. Todo en aquella época era muy confuso, y Helios a veces era Apolo, y Zeus a veces era Júpiter o Jove. Con un solo Dios todo era más fácil y ordenado, lo ideal para un imperio.

   Junto con Constantino I vino el Papa Dámaso I, a quien gustaron mucho los métodos del emperador y quien mandó construir (de manera literal) la Biblia 2.0, la llamada Vulgata, esta vez en latín. De modo que encargó a San Jerónimo una nueva versión latina partiendo de la Itala Antigua. Vulgata no tiene que ver con vulgar sino con divulgar.

Vulgate_1

   Hay que admitirlo, fue una campaña de marketing cojonuda. Fue tan buena versión que se mantuvo con muy pocas modificaciones hasta la gran Biblia 3.0 de Theodore Beza, en 1560. Beza debía de ser un tipo despistado, y en plena reforma protestante facturó una biblia en latín, justo lo opuesto que defendía Lutero (quien decía que eso del latín era un rollo y que no había quien se enterase). Y, claro, Beza se hundió con su biblia en latín mientras traducciones 2.1 de la Vulgata se compraban constantemente. Y mira que incluyó como extra los llamados «evangelios apócrifos» o no canonizados, pero ni por esas. Eso sí, lo que hizo bien es dividir la Biblia 3.0 «La Beza» en versículos, ya que anteriormente estaba sin dividir y era un cacao leerla.

   Lo único que consiguió fue que saliese la Biblia 2.2, otra versión de la Vulgata. No tenía los textos apócrifos, pero estaba en los idiomas de los estados modernos y tenía versículos. Vamos, que le copiaron la idea buena a Beza. Pero, como por aquél entonces la propiedad intelectual no existía, se tuvo que callar.

   Ya en 1979, en tiempos modernos, el papado lanzó la Biblia 4.0 (lo que pone al Vaticano a una versión de distancia del SO de Android y a 4 de Apple) y la llamó, para no complicarse «Neovulgata» o, lo que es lo mismo, «la nueva edición divulgada». Por supuesto, en latín, una versión que tiene pinta de ser aburridísima, pero traducida a muchísimos idiomas más.

   Con cada versión importante, los textos clásicos cambiaban y eran traducidos, se incorporaban fragmentos y se desechaban otros. En muchas ocasiones incluso se reescribían libremente algunos pasajes. Esto significa, por supuesto, que de la primera versión de los textos Bíblicos (antes de que fuesen textos Bíblicos) a los modernos no hay punto de comparación.

   Pues todavía hay quien rige su vida con la traducción de la copia de la copia de la copia […[…]…] de la traducción de la modificación de la copia de la copia. Y luego dice que es la Verdad.

   Pues vale.

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