Cuando se abre un noticiero hoy día no se puede evitar una mueca de desprecio ante el desprecio. En el caso que nos atañe, de redactores contra las personas de la noticia. Porque la noticia es igual al número de personas más su nacionalidad más el hecho que les catapulta a la página del periódico o telediario en cuestión. Me hace preguntarme en qué momento de la historia nos convertimos en números. En qué momento dejamos de tener nombre propio y apellido. La impresión a la que llego es que el hecho de que sean 989 en vez de 989 los muertos en tal o cual accidente es de una importancia tan grande que debe ser lo primero que refleje el artículo.

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   Además, la nacionalidad es importante, dado que no vas a tratar del mismo modo a 25 maravillosos, adorables y civilizados turistas europeos asesinados que 25 asquerosas ratas tunecinas muertas de nuevo, acaparando portadas que podrían haber sido mejor destinadas. Obviamente, en el caso de muertes europeas la tragedia es mucho mayor.

   No deja de resultarme curioso el hecho de leer los clásicos griegos (o protogriegos, para ser fieles al hecho de que Grecia no existía como tal durante su escritura) y darme cuenta del rococó familiar en la enumeración de las personas. Hayan hecho algo importante o no.

   Como dice Dan Simmons en uno de sus libros mientras relata la Ilíada, «cada uno de estos griegos es una especie de rey o señor en su propia provincia y a sus propios ojos». Pero no es de extrañar que el autor diga esto, ya que el texto original de la Ilíada tiene cerca de 120 personajes principales (sin incluir dioses), y muchos más personajes secundarios a quienes se menta segundos antes de morir. Como Eurimedonte, auriga de Agamenón e hijo de Ptolomeo Piraída, que no hay que confundir con Eurimedonte (auriga de Néstor, a su vez hijo de Neleo y Cloris y rey de Pilos).

   En los textos antiguos (inventados en su mayoría, sí, pero en ocasiones única fuente del modo en que se trataba a las personas). Y a las personas se les trataba como historias, como herencias, como «reyes a sus propios ojos». Los muertos siempre eran los hijos de alguien o los hermanos o los padres. Iban acompañados de sus títulos y de sus logros, de sus posesiones o de los pocos pedazos de tierra que habían logrado arrancar de las manos de alguien. Eran, en otras palabras, investigados a fondo. Incluso el más pobre de los aldeanos ha tenido nombre y apellido hasta hace menos de cien años

   Una pérdida en favor de un gentilicio que poco o nada dicen de la persona reina de la acción. Porque ya diréis vosotros qué tendrá que ver que yo me muera mañana en un accidente de coche con el hecho de ser madrileño. Y qué relevancia tiene eso con la historia de mi vida. Nada, pero es información fácil de conseguir en un mundo de urbes grandes, millones de anónimos y rapidez de información liviana.

   En los pueblos o ciudades pequeños aún se ven escoldos de brillo personal en las noticias, ya sea en noticieros locales o en los labios de las señoras mayores, que trasladan la información incluso mejor que el mejor de los periódicos de un pueblo a otro.

   Quede constancia aquí de que si muero prefiero ser tratado de manera no contable. Al menos, en los medios.

Imágen | Marcos Martínez

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