Beware of the book

Beware of the book

   Decía Stanislaw Lem, ya a finales del siglo pasado, en la primera edición en polaco de su ensayo Provocación, que «Nadie lee nada; si lee, no comprende nada; si comprende, lo olvida enseguida». Los datos actuales sobre las cifras editoriales y el cierre de librerías parecen darle la razón al señor Lem. Incluso eminentes expertos literarios, como Enrique Vila-Matas, en sus argumentaciones sobre por qué Stoner de John Williams no iba a considerarse best seller en algunos países, decía que en el nuestro apenas debían haber 30.000 personas que supiesen leer bien (1).

   Entonces, ¿es cierto? ¿Nadie lee nada? La sospecha sobre lo acertado de esta observación asalta a cualquier individuo en su rutina cotidiana cuando abre su buzón de correo electrónico, contesta sus e-mails (personales o profesionales) y en breve descubre que, ¡Ay mísero de mí, ay infelice!, las malinterpretaciones o las preguntas se suceden porque pocos se han tomado la molestia de leerle más que en diagonal. Aunque también es cierto que cuanto más corto sea el correo más posibilidades de ser leído (y comprendido) íntegramente tendrá. No te preocupes lector, no es que tus capacidades de expresión escrita se hayan visto reducidas en los últimos años, es que nadie te lee cuando escribes, no tienen tiempo.

   Otro pequeño síntoma del mal que se propaga es el creciente protagonismo en las redes de los canales booktuber. Leer las reseñas de un blog literario causa pereza, requiere esfuerzo, necesita de comprensión lectora ¿por qué molestarse? En la sociedad mediática actual, es más sencillo ponerse delante de una pantalla para que alguien que sí ha leído un libro te cuente qué le ha parecido que dedicar tiempo a leer una reseña sobre ese mismo libro. Que lean otros y me lo expliquen.

   ¿Y qué ocurre con la literatura? Muchos lectores verdaderos achacan las malas cifras de ventas a la piratería y al incremento de los precios de los libros arrastrados por la subida del IVA cultural y el poco mimo gubernamental que recibe el sector. Vila-Matas, entre otros, culpa a la poca cultura y al «borreguismo» de los lectores, aunque sus argumentaciones no van tanto en el sentido de que nadie lee sino de que la mayoría de los que sí leen lo hacen mal(2) (¿será culpa de las malas recomendaciones de los booktuber?). Factores criminales, económicos y ganaderos aparte, decía Sophie Drivy en su magnífico librito Signatura 400(3) que si se había perdido el hábito de la lectura era precisamente por interés de los poderes convencionales, del gobierno corrupto de los Estados de este siglo.

   Explica Divry que las revoluciones siempre se han gestado en silencio, las ideas prendían en los lectores y leer era un acto íntimo, silencioso. Por eso las bibliotecas municipales del siglo XXI —para curar a los jóvenes de convertirse en potenciales gestantes de ideas revolucionarias que pongan en peligro el equilibrio de poderes tradicional— se empeñan en volverse amigables y divertidas, en potenciar la entrada en ella de los más jóvenes para que escuchen música y vean DVD: «Aliar placer y cultura para que la cultura sea un placer y blablablá. Pero todo es una farsa, un embuste, una manipulación. La cultura no es un placer. La cultura es un esfuerzo permanente del ser para escapar de su vil condición de primate subcivilizado».

   En el siglo XXI, donde la velocidad a la que viaja la información es vertiginosa, donde todo es «interactuable», donde reina el ruido y la cultura de la inmediatez, de la impaciencia, el acto silencioso, reflexivo y reposado de abrir un libro de papel (permítame el lector de este artículo, si es que lo hubiese, que me venza por un momento mi mitad apocalíptica) parece un acto extraño, romántico, revolucionario.

   Nadie lee nada porque todo va tan deprisa que ya no hay tiempo para leer. Nadie lee nada porque a nadie le importa escuchar más que su propia voz. Nadie lee nada porque leer es peligroso y los gobiernos tienen mecanismos para dificultar ese acceso a la buena lectura. Nadie lee nada porque…

   Hay un millón de razones por las que nadie lee nada, es cierto, y si lee no comprende, y si comprende olvida en seguida, pero ninguna resulta interesante. Por eso no escuches, lector, deja que las palabras de Lem no sean más que una provocación (el título de su ensayo te da la pista) para estimular nuestros deseos de rebeldía y llévale la contraria. Recuerda que cada vez que abres un buen libro eres capaz de abstraerte de este ruidoso siglo y viajar a cualquier otro espacio, más benigno con quienes sí que leen, comprenden y no olvidan.

(1)    http://elpais.com/elpais/2014/06/08/icon/1402258541_843094.html

(2)    Malos libros, nada de literatura

(3)    DIVRY, Sophie: Signatura 400. Blackie Books, 2011

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