Walt Whitman fotografiado por Thomas Eakins

Walt Whitman fotografiado por Thomas Eakins

   A menudo Walt Whitman es calificado como el primer «poeta de la democracia». Esto hace una idea de la importancia que tiene en Estados Unidos un autor del que Mary Smith Whitall Costelloe escribió «que no se puede entender América sin Walt Whitman ni sin Hojas de hierba» y del que Ezra Pound diría que «Él es Estados Unidos». Yendo todavía más lejos Harold Bloom se atrevió a situar Hojas de hierba por delante del Moby Dick de Melville o de Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain.

   Ahora bien, Whitman no siempre fue el orgullo del pueblo norteamericano. A pesar de las expectativas del poeta más grande de Estados Unidos, la publicación de Hojas de hierba en 1855, en una edición bastante discreta pagada de su propio bolsillo y organizada en los descansos que su trabajo le permitía, pasó bastante desapercibida. El libro no se vendió muy bien ‒como no podía quitarse ejemplares de encima tuvo que bajar el precio de dos dólares a uno y después a cincuenta centavos‒ y las pocas críticas que generó fueron más bien negativas, centradas en lo obsceno de sus referencias sexuales.

   La típica situación que podría hundir a un escritor, de no ser porque el 21 de julio de ese año recibió una extraordinaria carta de alabanza del gigante literario Ralph Waldo Emerson, cuyo ensayo de 1844 El poeta había inspirado a Whitman para sus Hojas de hierba. Emerson, uno de los creadores de tendencias más importantes del momento, se dirigía a Whitman con estos términos:

   «Querido señor,

   No me ciego ante el valor del maravilloso regalo que es Hojas de Hierba. Creo que es una de las piezas más extraordinarias de humor y sabiduría con las que América ha contribuido. Me siento muy feliz al leerla, como cuando el gran poder nos hace felices. Está a la altura de lo que siempre he demandado de lo que parecía la estéril y mezquina Naturaleza, como si mucho trabajo manual, o demasiado temperamento linfático, hicieran de nuestro humor occidental algo gordo y grosero. Me complace tu pensamiento libre y valiente. Me deleita. Encuentro cosas incomparables dichas incomparablemente bien, como debe ser. Encuentro en ti el coraje de enfocar las cosas, que es algo que nos deleita y que sólo una percepción profunda puede inspirar.

   Te felicito al comienzo de una larga carrera, que debió tener un principio en algún lado para dar lugar a un inicio como este. Me froté un poco los ojos para asegurarme de que este rayo de sol no fuera una ilusión; pero el sólido sentido de este libro me dio sobrada certeza. Tiene los mejores méritos, concretamente, esfuerzo y coraje.

   No supe hasta anoche que vi el libro anunciado en un periódico, que podía confiar en un nombre real y disponible para dar a la oficina de correos. Deseo ver a mi benefactor, y me he estado sintiendo capaz de alcanzar mis metas y visitar Nueva York para demostrarle mis respetos.

   R.W. Emerson».

   Es difícil imaginar qué hubiera ocurrido si Emerson no se hubiera tomado la molestia de enviar esas amables palabras a Whitman. De cualquier modo, la defensa pública que Emerson hizo de Hojas de hierba despertó los desprecios y las críticas de los más puritanos. El geólogo John Peter Lesley, por ejemplo, escribió a Emerson calificando la obra de Whitman como un libro «de mala calidad, profano y obsceno» y a su autor de «pretencioso». Sin embargo, la buena literatura se impuso y Whitman alcanzó la grandeza que merecía. La carta de Emerson, dirigida a un jovencísimo Whitman, contrasta con la que Mark Twain le mandaría, llena de admiración, a un anciano Whitman décadas después.

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