Harold Bloom

Harold Bloom

   Ayer hablaba sobre la lista elaborada por críticos para la BBC en la que se recogían los once mejores libros infantiles de todos los tiempos. Uno de los aspectos que más me llamaron la atención de esta lista es que el libro más reciente de todos los que se incluían era de 1968, como si después de ese año no se hubiera escrito nada digno de ser incluido en un canon de literatura infantil. Aunque, claro está, en la elaboración de cualquier lista de este tipo el gusto del crítico es esencial para determinar los títulos que se incluyen. Y si el crítico es más conservador es hasta cierto punto lógico que el corpus se limite a obras clásicas y menos actuales. Ahora bien, si de críticos conservadores se trata, el estadounidense Harold Bloom se lleva la palma.

   En alguna ocasión C. S. Lewis se refirió a un tipo de crítico literario que se ve a sí mismo como si fuera un perro guardián, obligado a perseguir y denunciar la superficialidad y la vulgaridad allá donde se escondan. Esta es la clase de crítico a la que Bloom siempre se ha sentido orgulloso de pertenecer. Ya desde sus comienzos en la década de los 60 las ideas y obras de Bloom han dado lugar a todo tipo de acaloradas polémicas en el mundo académico, aunque fue sobre todo a partir de 1994, con El Canon Occidental y su controvertido concepto de la alta cultura, cuando el teórico de la literatura se dio a conocer al público en general. Desde entonces mucho se ha dicho a favor y en contra de Bloom, que difícilmente deja indiferentes a quienes lo leen.

   Pues bien, justo después de la publicación de Harry Potter y el cáliz de fuego en julio del año 2000 Bloom escribió un agrio artículo en el Wall Street Journal echando pestes de las aventuras del joven mago. Por aquel entonces Harry Potter ya se había convertido en toda una institución y Bloom era consciente ‒quizá demasiado consciente‒ de las ampollas que podían levantar sus palabras. En su texto Bloom confiesa haber leído solo el primer libro de la saga, más que suficiente para corroborar su falta de calidad literaria, dominada por clichés y metáforas muertas. El crítico estadounidense advierte que Harry Potter es una copia de una novela de Thomas Hughes publicada en 1857 con algunos componentes del mundo mágico de Tolkien ‒Dumbeldore, por ejemplo, sería una versión de Galdalf‒. En palabras suyas, es preferible que los niños no lean nada a que lean Harry Potter porque, aparte de que se trata de una lectura que entontece a los niños, no es posible esperar que esta les conduzca más adelante a una buena literatura, a autores como Kipling, Lewis Carroll o Kenneth Grahame.

   Temeroso quizá de que Harry Potter se pudiera convertir en clásico, al año siguiente Harold Bloom hizo la versión infantil y juvenil de su canon occidental con su libro Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades ‒publicado por Anagrama en el 2003‒, que contenía cuarenta relatos y ochenta y cinco poemas reunidos en bloques semejantes a las cuatro estaciones. Como no podía ser de otra forma, en la recopilación encontramos algunas fábulas de Esopo, cuentos clásicos de Andersen y de los hermanos Grimm, autores como Ruyard Kipling, Stevenson, Maupassant, Gógol, Melville, Tolstoi, Dickens, Lewis Carroll, William Blake, William Shakespeare, Walt Whitman, etc.

   Aparte de que Bloom parece haber caído en la misma carencia de siempre, centrarse casi exclusivamente en literatura anglosajona de varones blancos, su recopilación no tiene para nada en cuenta los gustos actuales de los niños, habida cuenta de que en la lista solo figuran nombres anteriores a la Primera Guerra Mundial y de que muchos de los textos que escoge exigen una madurez lectora de la que carecería cualquier niño. Por cierto que Bloom no ofrece demasiadas explicaciones de los criterios que ha tenido en cuenta para elaborar la selección, lo que hace que todavía parezca más arbitrario y subjetivo.

   En septiembre de 2003 Bloom volvió a la carga con un ensayo titulado «Entonteciendo a los lectores americanos», donde volvía a reiterarse en los argumentos que le llevaron a condenar a Harry Potter pero además aprovecha para darle también lo suyo a Stephen King, que siempre se ha declarado admirador de J.K. Rowling. «Cuando lees Harry Potter estás, de hecho, entrenado para leer a Stephen King», dice el crítico. Y es que las ideas de Bloom sobre la literatura infantil y juvenil son perfectamente trasplantables a la literatura para adultos. A ojos del crítico solo hay cuatro autores norteamericanos vivos que merezcan la pena: Thomas Pynchon, Philip Roth, Cormac McCarthy y Don DeLillo. Aunque estas afirmaciones son ya harina de otro costal, la idea que subyace en ellas es la misma que le lleva a despreciar a Harry Potter: un concepto encorsetado de la alta literatura y un desprecio absoluto de todo lo que no encaje en ese esquema. Como decía Lewis, de la misma forma que uno no sabe mucho de Shakespeare porque sea un buen crítico, tampoco se es un buen crítico de todo solo porque se sepa mucho de Shakespeare.

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