Todos conocemos ese punto en el que un libro relativamente famoso despega y salta a la gran pantalla, donde en muchas ocasiones se estampa y cae chorreando como un moco hasta llegar al suelo. Aun así, la gente abraza su espumosidad y se la echa por encima, baila con ella y la aplaude, probablemente porque no leyeron en ningún momento el texto original y, conformes con el film, lo arrastran de un lado a otro, llegando a establecer auténticos lazos de amor con su mucosidad.

Que no cunda el pánico

   Pero hoy no vengo a hablaros de mocos, al menos no en el sentido de masa viscosa y desagradable. Vengo a hablaros de mocos de embriaguez alcohólica provocados por los libros. Porque los libros no solo son una de las espinas dorsales de nuestra cultura, también son una excusa magnífica para salir a la calle. A ser posible en un estado de embriaguez aguda y gritando a pleno pulmón que amas a Leopold Bloom.

   Es posible que, si no habéis leído nunca a James Joyce, no tengáis ni idea de quién puñetas es ese tal Leopold Bloom. Se trata de un personaje ficticio que aparece en la que ha sido llamada “novela cumbre” de Joyce (que fue un escritor irlandés). El caso es que el tipo (Joyce) escribió la novela en 1922, momento en el que nadie le hizo mucho caso, probablemente porque 1920 fue una década dedicada más a los avances científicos que a los literarios. No fue hasta varias décadas después (pasada la muerte del autor en 1941) que el libro Ulises saltó la barrera del pequeño círculo de críticos literarios y empezó a calar en el público de la calle, y unos diez años después, en 1954, lo usaron como la palanca perfecta para montar una fiesta: el Bloomsday.

   La primera edición del Bloomsday data del 16 de junio de 1954. A lo largo de ese día, la gente sigue el camino que Leopold Bloom realizó en la novela de ficción, también un 16 de junio ficticio. Y, claro, aprovechan para beber, comer, y pasar el día con los amigos. La fiesta, que al principio solo atraía a unos pocos cientos, ha llegado a desbordar Dublín, ciudad en la que transcurre la acción, y que se ha visto obligada a montar rutas alternativas a las de la novela para desviar la horda de jóvenes sedientos de alcohol (y a los que poco o nada les importa que Leopold se tomase una pinta en una u otra taberna).

   Algo similar ocurre El día de la Toalla (Towel Day), un evento celebrado no solo en Dublín, sino en todo el planeta Tierra (y se sospecha que también en Magrathea). Este día, que sucede cada año terráqueo a día 25 de mayo, dos semanas tras la muerte Douglas Adams desde 2001, plantea (por fin) la necesidad de todo autoestopista galáctico de llevar siempre una toalla consigo.

   La toalla, un objeto totalmente imprescindible para cualquier aventura, aparece reflejada en una de las series de Douglas Adams, llamada Guía del Autoestopista Galáctico, que cuenta con seis libros. En ellos, el autor incluyó grandes dosis de humor, locura y absurdez humana. Por suerte, hay mucha más absurdez humana en el planeta de origen, y no se gasta aunque se lean miles de veces sus libros.

   Adams falleció en 2001, y desde ese año miles de fans han comenzado a salir a la calle llevando a cuestas sus toallas con las palabras “Don’t panic” (que no cunda el pánico). Yo ya tengo mi toalla, y pienso llevarla el lunes 25 del mes que viene. Las miradas de miedo y desconcierto de mis acompañantes en el metro bien lo merecen.

   Pero no todo es lectura inglesa. Nosotros también tenemos días en los que beber está justificado de manera literaria. Como, por ejemplo, la Noche de Max Estrella. Porque, claro, Ramón del Valle-Inclán escribió sobre la noche madrileña: el día era un momento de resaca y muerte.

   Aunque el patrocinio original comenzó por parte del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1998, lo cierto es que ahora el pueblo ha tomado las riendas. Lo que aparece en Wikipedia como “una manifestación cívico-cultural de talante lúdico” es en realidad un gran botellón de hormonas inestables que se sucede en el centro de la capital entre “callejones bohemios”.

   Bohemio, deduzco, significa “con olor a orín y otras sustancias corporales”. Lo cual es genial, porque Max Estrella, personaje principal de la obra teatral Luces de Bohemia, es la representación de principio de siglo pasado del fracaso español y una crítica durísima a un sistema que no funcionaba. Ni entonces ni ahora, porque en cien años ha cambiado muy poco la cosa. Y la obra se cierra con el grito de un borracho. Los madrileños, al ponerse hasta el culo de alcohol en la Noche de Max Estrella, obviamente no están pensando en su cortoplacista beneficio personal, sino en la trágica representación teatral de la crítica al sistema de valores. Prácticamente son héroes.

   Héroes que tienen dos veladas para beber. Esto es así porque desde 1998 hasta 2006 se estuvo celebrando la noche del 26 de abril (el Día Internacional del Libro). Quisieron ponerlo el día 3 de marzo, día del aniversario de la muerte del escritor Alejandro Sawa (alter ego de Max Estrella), pero el Círculo de Lectores no lo aconsejaba. A partir del año 2007 se cambió el día, para hacerlo coincidir con el Día Mundial del Teatro (26 de marzo). Esto auspició la excusa perfecta para que varios grupos de estudiantes escindieran en dos la fiesta, y que haya concentraciones festivo-ebrias dos días al año en el centro de Madrid. Todo en honor a la cultura, obviamente.

   Quizá ahora mismo se estén escribiendo las grandes obras que celebraremos en un futuro y que permitirán a nuestros nietos ponerse hasta el culo de alcohol. Siempre después de la muerte de sus respectivos autores, claro.

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