Pongamos las cartas sobre la mesa: a la hora de triunfar como escritor hoy en día las habilidades sociales son tan importantes como el talento literario. Si no sabes moverte y pulsar los hilos adecuados no conseguirás llegar demasiado lejos como escritor. No importa lo bien que escribas porque si nadie te lee no lo sabrán. Parece triste, pero no puede ser de otra forma: con la aparición de las nuevas tecnologías la oferta se ha multiplicado hasta tal punto que sin un respaldo con un mínimo de solidez detrás un escritor no conseguirá que lo lean más que un puñado de personas.
Pero no siempre fue así. Una vez hubo una época en la que uno podía convertirse en una estrella literaria a pesar de ser el mayor misántropo del mundo. No era necesario codearse con los escritores y editores más influyentes ni recorrerse todo lo largo y ancho de la geografía nacional ‒y si se me apura de la internacional‒ engatusando a un público en ocasiones muy exigente en infinidad de presentaciones y firmas. Bastaba con escribir, que no es poco. E, incluso, un escritor podía permitirse el lujo de abandonarse a los placeres agridulces de la escritura sin poner un pie en la calle. A continuación una buena muestra de ello, haciendo un repaso por algunos de los escritores más enclaustrados de todos los tiempos. Enclaustrados pero grandes, qué duda cabe.
Emily Dickinson era tan reservada con su vida privada que para reconstruirla ha sido necesario ir uniendo piezas como si se tratara de un puzle. De su infancia y juventud no se sabe casi nada y los poquísimos datos que se manejan provienen casi todos de Lavinia Dickinson, su hermana, amiga y confidente. En realidad es gracias a Lavinia, convencida de la calidad poética de su hermana, que Dickinson se haya convertido en una de las autoras del panteón de poetas fundacionales estadounidenses. Emily tenía la firma convicción de mantener oculta su obra y eran muy escasos los privilegiados que tenían acceso a ella. Hubo muchos intentos en su círculo para que se animara a publicar, pero en vida de la poetisa solo fueron publicados cinco poemas, probablemente sin su consentimiento. Una de sus amigas, Helen Hunt Jackson, por ejemplo, consiguió publicar uno en una antología, pero solo se hizo bajo el anonimato.
Al final de sus días Dickinson se aisló todavía más. Después de la muerte de sus dos grandes amores, Benjamin Franklin Newton y Charles Wasdworth, Dickinson se recluyó todavía más, dejando de salir de la casa de su padre e incluso de su habitación. Además, poco a poco la poetisa fue rehuyendo las visitas, con lo que fue perdiendo el contacto con el mundo. Su último viaje fue a Boston, en 1864, para ir al oculista. En 1870 escribió: «No salgo de las tierras de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa ni me muevo del pueblo». En los últimos quince años de su vida nadie volvió a verla por la calle. A veces se la veía, vestida de blanco, paseando por el jardín de los Dickinson. Durante sus tres últimos años de vida ni siquiera salió de su habitación.
Si escribir ya es de por sí un acto solitario, se entenderá que redactar una obra de las dimensiones de En busca del tiempo perdido es algo que implica mucha soledad. A pesar de que Marcel Proust fuera tímido, consiguió sobreponerse a su carácter y frecuentaba los salones y cafés de la época, donde su encanto le permitió hacer amistades con facilidad. Sin embargo, tras la muerte de su madre en 1905, su salud, que siempre había sido muy delicada, empeora notablemente, cae en una depresión y decide consagrarse por completo a la literatura, quizá como forma de terapia.
A partir de 1905 y durante los próximos quince años Proust permanecerá recluido en el 102 del Boulevard Haussmann en París ‒e incluso hizo cubrir las paredes de corcho para aislarse de ruidos‒, para dedicarse sin ser molestado a su obra maestra En busca del tiempo perdido. Los hábitos de Proust se trastocan entonces por completo: no sale de casa, trabaja de noche y duerme de día, bebe grandes cantidades de café y apenas come nada, dedica todo su tiempo a escribir y corregir de forma compulsiva. La última vez que Proust salió a la calle fue el 10 de octubre de 1922. Ya no volvería a pisarla porque murió de neumonía el 18 de noviembre de ese mismo año. Parece como si Proust presintiera su final y decidiera trabajar incansablemente para terminar su magna obra.
Harper Lee pertenece a ese selecto grupo de escritores que alcanzan la grandeza con una única novela, Matar un ruiseñor, lo que ha contribuido a alimentar la leyenda urbana de que la novela en realidad fuera escrita por su amigo Truman Capote. Después de la publicación de Matar un ruiseñor y de que la escritura obtuviera el premio Pulitzer al año siguiente, sus apariciones públicas han sido muy puntuales, limitándose casi exclusivamente a homenajes y a entregas de premios y en cualquier caso evitando, en la medida de lo posible, el hacer discursos. Uno de los últimos datos que se tiene sobre su vida lo ofrece un amigo íntimo de Lee, Thomas Lane Butts, que en 2011 ofreció una entrevista a un periódico australiano en la que decía que Lee ‒tras sufrir un derrame cerebral‒ pasa sus días en una residencia, postrada en una silla de ruedas, parcialmente ciega y sorda, y con pérdidas de memoria cada vez más habituales. En 2013, sin embargo, Lee volvió a ser noticia, al presentar una demanda contra su su exagente literario Samuel Pinkus para recuperar los derechos de autor de su novela.
Un caso muy parecido al de Lee es el de J. D. Salinger, conocido sobre todo por su novela El guardián entre el centeno, aunque más adelante publicaría algunas obras más. Salinger intentó por todos los medios escapar de la vida pública, algo que no siempre conseguía muy a su pesar, habida cuenta de que llegó a convertirse en una figura de culto. Baste decir que su última entrevista fue en 1980, treinta años antes de su muerte en el 2010. En una ocasión el autor declaró: «Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida». Así, cuando Salinger supo que el escritor británico Ian Hamilton se proponía publicar una biografía que incluía cartas parafraseadas del escritor a amigos y a otros autores interpuso una demanda. Con todo, el proceso dejó al descubierto muchos detalles de la vida de Salinger, aunque, poca cosa quizá en comparación con las memorias que su hija, Margaret Salinger, publicó en el año 2000 bajo el título de El guardián de los sueños. En ellas se decía, entre otras cosas, que Salinger la tenía como una prisionera aislada de familiares y amigos y que tenía por costumbre beber su propia orina.
De Hunter S. Thompson ya hemos hablado en alguna ocasión. Desde luego, en este caso no se puede hablar de un escritor tímido o introvertido, pero a finales de los 70, cuando empezó a recibir críticas por parte de sus lectores de que no producía nada nuevo sino que se limitaba a reciclar sus glorias pasadas, Thompson tomó la determinación de ir retirándose de la escena pública. Como resultado de unas relaciones más que tensas con la revista Rolling Stone y de su matrimonio fallido, desde la década de 1980 se fue recluyendo en la casa que se había comprado en Woody Creek, Colorado, a finales de los 60, y que él mismo describiría como «su complejo fortificado» ‒algo similar a lo que haría Faulkner en Rowan Oak en Oxford, Mississippi‒. A pesar de que a partir de esas fechas Thompson rechazaba o no completaba muchos de los trabajos que se le mandaban, continuó en la cabecera de Rolling Stone hasta su muerte.
Aunque si hubiera que conceder un premio al escritor más enclaustrado sin duda iría a parar a manos de Thomas Pynchon, si es que se le pudiera encontrar para entregárselo, ya que su paradero, supuestamente a camino entre México y el norte de California, es al fin y al cabo un misterio. Tras la publicación y el éxito de El arco iris de gravedad en 1973 el interés por el autor se fue acrecentando. Al año siguiente Pynchon ganó con su novela el National Book Awards, pero en lugar de ir a la ceremonia de los premios envió al cómico Irwin Corey para recoger el premio en su nombre. Como muchos de los invitados no conocían a Corey y no sabían qué cara tenía el autor de la novela supusieron que quien estaba en el escenario era Pynchon.
Este es solo un ejemplo del celo con que Pynchon ha conseguido guardar su intimidad en los últimos cuarenta años. La falta de entrevistas y la escasa existencia de fotografías del autor han dado pie a infinidad de leyendas sobre su verdadera identidad, llegando incluso a especularse que pudiera ser en realidad Salinger. En 1997 un equipo de la CNN logró hacerle unas fotografías, pero Pynchon logró llegar a un acuerdo para que no fueran divulgadas a cambio de una entrevista. Al año siguiente, un periodista del Sunday Times logró tomar una foto de él mientras paseaba con su hijo.
Entre las escasísimas apariciones públicas de Pynchon cabe destacar su participación en la serie de Los Simpson. Sí, se podrá decir que el personaje es un dibujo animado y que para colmo aparece con una bolsa de papel tapándole la cabeza, pero la voz es la del verdadero Pynchon, que no dudó en interpretarse a sí mismo según sus propias palabras porque su hijo es un gran fan de la serie. Aparte de eso, la segunda y última vez que se ha podido escuchar la voz de Pynchon ha sido en 2009 en el vídeo de promoción de su novela Vicio propio.
Al contrario que Pynchon, Salman Rushdie se vio obligado a enclaustrarse, ya que después de la controversia causada en 1988 con la publicación de Los versos satánicos, el ayatolá Ruhollah Jomeiní, líder religioso de Irán, ofreció una recompensa de tres millones de dólares estadounidenses por la muerte de Rushdie. El libro, acusado de blasfemar contra el islam, causó tanta polémica que algunos de sus editores o traductores fueron agredidos o asesinados en diversos puntos del planeta. Después de que Pynchon publicara Vineland en 1990 apareció una elogiosa crítica de Rushdie, a la que Pynchon contestó que si alguna vez pasaba por Nueva York estaría interesado en conocerle. Al final la cita entre los dos escritores enclaustrados se produjo, dejando una muy buena impresión en Rushdie. En 1998 el gobierno iraní canceló su orden de ejecución contra Rushdie y el escritor declaró que dejaría de vivir entre las sombras. Sin embargo, el peligro sigue presente en sus apariciones públicas, como demuestra la cancelación de su participación en el Festival de Literatura de Jaipur en enero de 2012 cuando se recibió la información de que se había pagado a un par de asesinos a sueldo de Bombay para que lo eliminaran.
Otro de los escritores que ha conseguido a duras penas esquivar las atenciones que conlleva la fama literaria es Cormac McCarthy. Después de casi cinco décadas dedicadas a la escritura, McCarthy ha rechazado miles de entrevistas y ha conseguido, en buena medida, mantener su intimidad. Su primera entrevista emitida por televisión fue en 2007, en el programa de Oprah Winfrey, debido a que su presentadora había incluido su novela La carretera en su famoso Book Club. En esa entrevista dio detalles biográficos muy personales ‒por ejemplo, que La carretera fue inspirada por su hijo‒ y confesó que en realidad no conocía a demasiados escritores. En la actualidad McCarthy reside en Tesuque, Nuevo México, al norte de Santa Fe, con su esposa Jennifer Winkley y su hijo. En una de sus pocas entrevistas, concedida al diario New York Times, se le describe como un «gregario solitario».
En la lista faltó Howard Phillip Lovecraft, quien vivió en Providence prácticamente toda su vida. Los mitos de Chtulhu y otros cuentos del autor han sido una fuerte influencia en la literatura de horror moderna.
[…] Los escritores más enclaustrados de la historia (La piedra de Sísifo) Una vez hubo una época en la que uno podía convertirse en una estrella literaria sin poner un pie en la calle. Aquí, un repaso por algunos de los escritores menos sociables de todos los tiempos. […]