Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo

Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo

   Con Fabulosas narraciones por historias ocurre una curiosa circunstancia. Cuando en 1997 Antonio Orejudo ganó con la que fue su primera novela el premio Tigre Juan, la obra, publicada en Lengua de Trapo, pasó bastante inadvertida, a pesar de despertar algunas críticas elogiosas. Sin embargo, cuando diez años después es reeditada por Tusquets, con el Premio Andalucía de Novela por Ventajas de viajar en tren a sus espaldas, Fabulosas narraciones por historias es descubierta y leída por un mayor número de lectores.

   En principio la idea de la trama de Fabulosas narraciones por historias no puede pintar mejor: tres amigos y alumnos de la Residencia de Estudiantes de Madrid vivirán de primera mano algunos de los acontecimientos sociales, culturales y políticos que marcarán las décadas de los veinte y de los treinta en España. Patricio Cordero, sobrino del novelista José María de Pereda, Martiniano, sobrino de Azorín, y Santos, un joven de origen rural, cuya familia se dedica a la cría de cerdos. Cada uno de ellos con una pulsión vital: Patricio obsesionado por conseguir la publicación de su primera novela, Los Beatles; Martiniano dispuesto a incordiar y reventar la hipocresía y el postureo intelectual de la élite cultural madrileña; y Santos huyendo de sus orígenes humildes y tratando de encajar en un mundo más cosmopolita y abierto. Alrededor de estos personajes aparecen muchos otros secundarios entre los que se van mezclando inventados y reales, con Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, García Lorca, Neruda o Vicente Huidobro entre ellos, y que contribuyen a completar el cuadro del agitado Madrid de la época.

   El debut literario de Orejudo tiene una estructura compleja y heterogénea, llena de intertextualidad, que mezcla fragmentos de entrevistas, cartas, anuncios, libros de ensayos, memorias o revistas con partes de narración novelística al uso, con intercalación de narradores en tercera y primera persona, desde el punto de vista de distintos personajes. Muchos de esos documentos están construidos como si fuesen reales, en un juego que mezcla realidad y ficción que se mantiene hasta la última página y que es lo que da título al libro. El resultado, en definitiva, es bastante irregular: hay partes que deslumbran y otras pasan sin pena ni gloria o directamente chirrían. Las apariciones de personajes literarios históricos suelen ser descacharrantes, pero por desgracia se van alternando con episodios más desangelados que desmejoran el conjunto.

   Los personajes principales encarnan algunas de las posturas más características de la joven intelectalidad de la época. Encontramos al incipiente novelista que quiere publicar a toda costa, más anclado en el realismo que en la nueva moda ‒¿acaso no recuerda esto a los personajes del Manual de literatura para caníbales de Rafael Reig?‒; al intelectual rural que quiere volverse más urbano, a lo Miguel Hernández; o al joven que defiende sus planteamientos políticos abanderando el anarquismo, representado curiosamente por el sobrino del escritor anarquista por excelencia, Azorín. A medida que la novela avanza cada personaje madura y toma por caminos completamente distintos. Patricipio se prostituye al mercado vendiendo folletines de tres al cuarto, Martiniano radicaliza aún más, si cabe, sus posturas anarquistas y Santos se pasa al bando más conservador. Los locos años de la juventud, llenos de sueños e ilusiones, han quedado atrás.

   Los secundarios, por otra parte, carecen de profundidad y están trazados con intención caricaturesca, casi esperpéntica, con la mirada condescendiente y burlona del narrador omnisciente que se sabe superior a sus criaturas. La Residencia de Estudiantes está plagada de señoritos mimados, los cafés y las tertulias de fósiles de intelectuales resabiados y frustrados. Y los que peor parados salen son los personajes históricos, retratados con mucha mala baba y no poco sentido del humor: la obsesión por el silencio y el orden de Juan Ramón Jiménez, el desparpajo de Federico García Lorca, la astucia y la lujuria de Ortega y Gasset o la cobardía de Ramón Gómez de la Serna. Una sátira contra élite cultural de la época que años después volverá a recoger Reig en su Manual de literatura para caníbales. Como en Manual de literatura para caníbales, no faltan las reflexiones sobre literatura, expresadas con tono irónico y un humor irreverente presentes desde la primera página.

   Además, a medida que se avanza la trama va perdiendo fuelle: los momentos estelares se concentran en la primera parte, al comienzo de la década de los veinte, cuando la Residencia de Estudiantes está en plena efervescencia, pero a medida que el tiempo corre, cuando estalla la Guerra Civil y los protagonistas acaban por definirse, la narración pierde credibilidad e interés, como si le sobraran varias decenas de páginas a las 300 que componen la novela. El humor burlesco y escatológico, el de los pedos y el pito, dan paso a una realidad más cruda y turbia. Sin embargo, la intriga que se plantea, que es de novela negra por momentos, con un Ortega y Gasset en el papel de taimado mafioso, no acaba por resolverse de la forma adecuada. Lejos de dar una explicación que culmine ese planteamiento novelístico, Orejudo ofrece un final extraño y absurdo, que no encaja con el resto de la novela, más allá del interés por mezclar realidad y ficción, y que no deja un buen sabor de boca.

   Por todo ello, aunque la novela en su conjunto entretiene, no llega a cumplir todas las expectativas, quizá por estar demasiado condicionado por ciertas críticas que situaban a Orejudo como uno de los más grandes novelistas del presente. De cualquier modo, es una novela diferente, con momentos de una agudeza deslumbrante, que si bien está lejos de entrar en la categoría de obra maestra conviene leer, aunque solo sea por desmitificar un período cultural, en del Madrid de los años veinte, tan celebrado en décadas posteriores.

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