En el mundo existen más libros valiosos de los que pueda reunir una sola persona, por mucho dinero que tenga o mucho esfuerzo o empeño que se ponga. Es por eso que los bibliófilos y coleccionistas de libros tienden a especializarse. Algunos buscan libros anteriores al siglo XIX o ejemplares de cualquier época con firma o dedicatoria, otros persiguen primeras ediciones de novelas del boom hispanoamericano, y los hay que se hiperespecializan, centrándose en una sola temática o en un solo autor. Y como entre los bibliófilos no faltan los chiflados, entre estos últimos también están aquellos que se dedican a coleccionar, de forma completamente compulsiva e irracional, decenas de ejemplares del mismo libro. Dentro de esta clase de bibliófilos habría que situar a Henry Clay Folger, sin duda uno de los más singulares, porque por mucho que se amen los libros cualquiera no se gasta todo su dinero, que para más señas es una fortuna como pocas, comprando casi cien copias del mismo libro. Aunque tal obsesión se puede entender algo más cuando se sabe que el libro en cuestión no es cualquier libro, que es el que para muchos es Santo Grial de los libros, el First Folio de William Shakespeare.
Publicado en 1623, siete años después de la muerte del Bardo, el First Folio fue editado por John Heminges y Henry Condell, amigos y compañeros actores de Shakespeare, y recopilaba toda la obra teatral del más conocido de los autores ingleses ‒o al menos la que se reconoce como auténtica‒. Gracias al First Folio conocemos obras de Shakespeare que de otra manera no nos habrían llegado, como Macbeth, Las alegres comadres de Windsor o La tempestad. De este valiosísimo libro se imprimieron unos 800 ejemplares, llegando a conservarse hasta el siglo XX poco más de dos centenares de ellos ‒en la actualidad hay 233 reconocidos‒. Junto con la Biblia del rey Jacobo, el First Folio es uno de los símbolos de la cultura en lengua inglesa, de ahí su importancia. Según las subastas más recientes el precio de un First Folio en buenas condiciones puede superar ya los seis millones de dólares. Pues bien, de entre los poco más de 200 ejemplares existentes Henry Clay Folger logró reunir a lo largo de su vida nada más y nada menos que 82, casi la mitad del total.
En contra de lo que pudiera pensarse, Folger no nació en el seno de una familia rica dispuesta a costearle sus lujosos gustos bibliófilos. Nacido en Brooklyn a mediados del siglo XIX, Folger se graduó en derecho y comenzó a trabajar en Charles Pratt & Company, una refinería que en 1881 se asoció con la Standard Oil de John D. Rockefeller. Folger amasó una pequeña fortuna como presidente de la Standard Oil de Nueva York, cargo que desempeñó hasta 1923. Una fortuna cuyo destino tenía muy claro: William Shakespeare.
Folger oyó hablar por primera vez de Shakespeare en una conferencia de Ralph Waldo Emerson a la que asistió durante sus estudios. A partir de ese momento se convierte en un lector voraz del Bardo. Su interés fue aumentando con los años y cuando ya trabajaba para la Standard Oil, decidió ir a una casa de subastas en la que sabía que iban a vender algunas obras de Shakespeare y terminó comprando un cuarto de folio por poco más de cien dólares. No era el First Folio, pero era lo que podía permitirse en ese momento, y quizá ni siquiera eso podía permitirse. Tuvo que ahorrar durante cuatro años para comprarse su primer First Folio, que le costó 48.000 dólares, lo que equivalía a un año entero de su sueldo.
Al final de su vida, cuando llevaba ya acumulada una buena cantidad de libros, Folger comenzó a planear la construcción de una biblioteca que albergara y salvaguardara su preciada colección, la conocida como Biblioteca Folger Shakespeare, en Washington, que hoy en día está considerada como el mayor Sancta Sanctorum de estudiosos de Shakespeare. No pudo verla, sin embargo, acabada, ya que moriría poco después de que empezaran las obras, en 1930.
Tan claro tenía Folger que hasta el último dólar que ganara había que invertirlo en Shakespeare que durante toda su vida vivió de alquiler, a pesar de haber amasado una gran fortuna. E incluso sus muebles eran alquilados, así que cuando murió poco más le quedaba aparte de casi un centenar de copias del First Folio. Eso sí, su pasión por este libro iba más allá del mero fetichismo vacío: con los años Folger se convirtió en un experto en Shakespeare. Después de leer y releer sus obras una y otra vez vivió y murió con el convencimiento de que en aquel libro estaba escrito todo cuanto había que saber del género humano.
No ya en ese libro: todo lo que cabe saber de lo que atañe al ser humano se resume en un solo párrafo de Macbeth (acto V, escena V):
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
En traducción de Astrana Marín:
¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más…un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!…
O dicho en síntesis:
La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de violencia, y que nada significa.
¿Cabría resumir mejor la entera filosofía del universo? Folger y yo lo dudamos.
Desde luego que yo también lo creo. Ese párrafo es inmejorable, y toda la obra de Shakespeare es uno de los mayores tesoros culturales que han existido y que existirán en la historia del ser humano. Estoy plenamente convencido de ello.