Que las bibliotecas sean un refugio para los lectores es algo que está más allá de toda duda. Sin embargo, hay lugares en los que ese concepto de refugio se puede interpretar de una manera más literal, como cobijo de aquellos que carecen de techo bajo el que dormir. Según un informe de 2014 más de 570.000 personas no tienen un hogar en Estados Unidos y un 20 por ciento de ellos se concentran en California. Para muchos de ellos las bibliotecas públicas se han convertido no ya en un lugar en el que guarecerse del frío o de la lluvia, que es lo que cabría esperar de esa situación, sino en el que dar rienda suelta a la pasión de leer.
Algunas de las bibliotecas públicas de California son conscientes de esa situación y están implementando medidas para ampliar los servicios públicos que ofrecen más allá de donde les correspondería. La Biblioteca Pública de San Francisco, por ejemplo, ha sido la primera en incluir entre su personal a un trabajador social a tiempo completo. Leah Esguerra, que así es como se llama, afirma que «las bibliotecas son el último bastión de la democracia». Y razón no le falta.
El fotógrafo Fritz Hoffmann se dio cuenta del elevado número de vagabundos que cada día visitaban la Biblioteca Pública de Sacramento y decidió hacer un reportaje para National Geographic en el que se mostrara esa pasión por la lectura, ajena casi a la ausencia de necesidades básicas. Lejos de cualquier tópico, leen de todo, desde novelas de ficción hasta ensayos de historia o de filosofía, pasando por libros de derecho. Las historias que hay detrás de esas fotografías son casi tan sorprendentes como las propias imágenes. Rebecca Rorrer admite visitar la biblioteca todos los días; un viernes por la tarde devoró un libro de 324 páginas en cinco horas. Jeffrey Matulich descubrió a Kurt Vonnegut mientras buscaba libros de Henry Miller; para él «hay mucho drama en las calles y es bueno tener un poco de paz y tranquilidad».
Según Hoffmann, «estar sin hogar a menudo significa vivir fuera de la sociedad, desconectado de Internet, del correo electrónico y de los medios de comunicación. Las bibliotecas públicas proporcionan a las personas sin hogar una manera de conectarse, y muchos de ellos dicen que revisar los estantes y leer un libro alivia la agonía de vivir en la calle».
Hace tiempo que uso como «oficina» de trabajo una BIblioteca Pública, la principal de las que hay en mi ciudad que, además, es la de referencia en toda la Comunidad Autónoma)
Y hace tiempo que me rondaba la cabeza hacer un post idéntico a este, por la cantidad de Indigentes, vagabundos, personas en claro estado de exclusión… que pueblan a diario al Biblioteca y se sumergen en los sillones de lectura pública a leer (a la calefacción en invierno, al aire acondicionado en verano, a cubierto siempre, lejos de viento y lluvia).
Algunos buscan el sillón más discreto para dormitar a ratos; otros usan los servicios para asearse y aliviarse; pero, en general, todos toman un libro de los estantes y lo leen.
Es una escena edificante y patética a partes iguales. Siempre me ha intrigado la historia que hay detrás de cada uno de ellos.
Un saludo
Ver a una persona necesitada con un libro entre las manos es un espectáculo, como dices edificante y patético a partes iguales. Por cierto, buen despacho te has buscado para trabajar.
Vi el reportaje que mencionas y recuerdo que pensé que esa visión del libro como tabla de salvación, a veces, es mucho más literal de lo que podemos pensar. Esa forma de mantener el contacto con un mundo que en cierto modo se ha perdido. Y en el gran valor de las bibliotecas en el mantenimiento de la palabra, de la cultura. Siempre quedarán las bibliotecas… o en eso confío.
Gran entrada.
Siempre quedarán, por lo menos en nuestro mundo. El día en que desaparezcan este será otro mundo. Y espero no conocerlo 🙂
Si os llamado la atención este estupendo artículo, os recomiendo muy mucho «Signatura 400» de Sophie Divry (editorial Blackie Books). Trata este tema y otros afines y muy críticos sobre los pobladores de las bibliotecas públicas.
Lo he leído. Un libro muy recomendable para los amantes de las bibliotecas. Y una lectura muy ligerita además. ¿Qué más se puede pedir? 🙂