Anoche asistí en el Gran Teatre del Liceu a la representación de una de las óperas más emblemáticas de Giuseppe Verdi, La Traviata (1). Hacía tiempo que me resultaba esquiva, incluso en el magnífico programa del Año Verdi que el Liceu dedicó al maestro hace unos años La Traviata solo pasó por el auditori del teatro y fue en forma de concierto. En 1853 se había estrenado en el Teatro La Fenice, en Venecia, y en 1855 por primera vez en el Liceu. Pero ha sido este julio de 2015 (2) el que la ha traído de vuelta a Barcelona con toda la extraordinaria fuerza escénica que solo los clásicos llevan impresos en el ADN ancestral de sus representaciones.
Con una brillante Violetta Valéry (Anita Hartig), un comedido Alfredo Germont (Ismael Jordi) y un extraordinario Giorgio Germont (Leo Nucci), que puso al público en pie en más de una ocasión a los gritos de “¡Bravo!¡Bravísimo!”, el Gran Teatre del Liceu volvió a acoger bajo sus desventurados (3) artesonados, molduras e iluminación la trágica historia de amor inmortalizada por Verdi.
Cuenta David McVicar, director de escena de la actual producción, que La Traviata de Verdi, inspirada en La dama de las Camelias de Alejandro Dumas (hijo), no era una ópera de grandes y suntuosos palacios. Violetta frecuentaba salones mucho más humildes, los del París de mediados del siglo XIX, atestados de hombres de clase alta que asistían a estas fiestas para divertirse con mujeres de moral distraída (ese canto al joie de vivre que abre el escenario de esta ópera), en su mayoría de una baja extracción social. Las entretenidas, las queridas, las amantes eran promesa de noches de diversión y sensualidad para unos aristócratas atrapados en sus protocolarias vidas rígidas y formales, aparentemente tan honorables; y, en muchos casos, la iniciación al placer de los jóvenes aristócratas de la época.
Pero poco importó anoche que los decorados y la escenografía de David McVicar fuesen más sobrios que en representaciones anteriores, o que contrastasen en blanco y negro —un buen juego de luces y sombras— con los alegres vestidos de las damas parisinas del siglo XIX; el desgarrador drama de la hermosa Violetta apurando hasta el fondo la copa de las pasiones de una vida que adivina demasiado breve, su enorme sacrificio por amor, no precisa de demasiado atrezzo para arrebatar a un público que ya estaba entregado desde el “Un di, felice, eterea”.
Anoche, mientras la calurosa y húmeda noche de un julio especialmente infernal caía sobre las calles de Barcelona, el público de La Traviata del Gran Teatre del Liceu contenía el aliento en el invierno y la inminencia de los carnavales parisinos de 1850. Atrás quedaba el recuerdo de abanicos y aires acondicionados, de móviles y selfies, de vacunas y antibióticos. Nosotros estábamos allí, a mediados del siglo XIX, tiritando de frío y de desolación en aras de un sacrificio tan sublime como desgraciado.
Y es que anoche, lector, no morí en el lecho de tuberculosa de la abandonada, desesperada y joven Violetta. Anoche no exhalé despacio con las últimas líneas del épico encuentro de los enamorados. Anoche, lector, morí en el Acto II, de improviso —pese a sabernos casi de memoria la historia, la letra y música de este clásico—, sorprendida con un sollozo inesperado y el peso inconfundible de una causa de mortalidad más terrible que la tisis. Anoche, lector, sucumbí al dolor por excelencia, al único motivo dueño de nuestras humildes existencias, motor del arte, de la ópera, del teatro, de la vida misma, y sin vacuna conocida. Anoche, al lamento extraordinario de Violetta de su épico “Amami, Alfredo!”, anoche, lector, fue entonces cuando morí de amor.
- Ficha artística
- http://www.liceubarcelona.cat/es/temporada-2014-2015/opera/la-traviata/presentacion.html
- Desde su construcción en 1845, promovida por Joaquim Gispert, el Gran Teatre del Liceu ha sufrido dos incendios (en 1861 y en 1994), un atentado anarquista (1893) y los bombardeos de las incursiones aéreas fascistas durante la guerra civil española en 1938 (misteriosamente, la Historia solo tiende a recordar el horror de Guernica pero en Barcelona, la aviación italiana bombardeó la ciudad durante tres días dejando una cifra de casi 1300 muertos, aproximadamente un centenar de niños entre las bajas, y el mismo número de heridos).
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