Determinados algoritmos han demostrado ser muy útiles a la hora de analizar obras de arte. Gracias a uno de ellos, por ejemplo, se ha podido determinar que en las pinturas de Jackson Pollock el azar interviene mucho menos de lo que cabría esperar. Pueden ser, por tanto, una herramienta muy útil para simplificar y aligerar el trabajo a historiadores y críticos de arte. Ahora bien, ¿qué pasaría si la tecnología se desarrollara hasta tal punto de que un software asumiera absolutamente todo el trabajo e hiciera innecesaria la figura de un ser humano? Lejos de ser necesario desarrollar una inteligencia artificial para que esto ocurra, los ingenieros en computación Ahmed Elgammal y Babak Saleh de la Universidad de Rutgers han creado un algoritmo de reconocimiento visual que es capaz de elegir las pinturas más creativas de la historia.
La primera dificultad a la que se enfrentaron estos ingenieros era definir el escurridizo concepto de creatividad. A partir de ahí crearon el «time machine experiment», una especie de barómetro de la originalidad formado por una base de datos de más de 62.000 pinturas desde los orígenes del arte hasta las obras contemporáneas, con toda la información posible de cada una, como su color, su textura, la escena o los objetos que representan. El algoritmo trabaja en esta base de datos comparando obras y elaborando una red de relaciones que permite averiguar lo transgresora que es una obra dentro de un movimiento o una época y su influencia en las obras posteriores.
Como resultado del análisis, el programa distribuye las obras de arte en un eje de abscisas, siendo las más originales las que ocupan las posiciones más altas en el eje de ordenadas y las menos originales o influyentes las más bajas.
Los resultados, expuestos en un estudio, son bastante sorprentendes. El algoritmo califica de excepcionales obras con las que difícilmente se puede discrepar, como El grito de Edward Munch, pero también incluye dentro de esta categoría obras que, aún siendo muy importantes en la historia del arte, cuesta catalogar de extraordinarias, como Haystacks at Chailly at Sunrise de Monet o Yellow Still Life de Roy Lichtenstein. Por otra parte, autores como Ingres o Rodin aparecen en lo más bajo de la escala, por lo que habría que considerarlos poco originales y creativos.
Ante estos resultados los ingenieros señalan que el algoritmo determina la originalidad de cada obra según una escala objetiva que no mide elementos como su belleza, su realismo o su mérito intrínseco. Eso explica que aunque en muchas obras la valoración del software coincida con la de los expertos en historia del arte, es posible que no estemos de acuerdo al cien por cien con las conclusiones.
Una última curiosidad del estudio es que, según aclaran sus autores, el algoritmo podría modificarse en un futuro para analizar otro tipo de obras de arte como piezas musicales o literarias. Una posibilidad que tampoco dejará indiferentes a aquellos que opinen que la originalidad está en los ojos del que mira.
COMO SIEMPRE MUY BUENOS ARTÍCULOS, LES FELICITO. SALUDOS DESDE ECUADOR.