Estamos tan felices de poder disfrutar de un buen libro que somos totalmente incapaces de ver el peligro tras sus tapas. Los apilamos en estanterías abarrotadas haciendo caso omiso al poder de destrucción que poseen. Los libros son abandonados por todos los rincones del mundo sin que su poder sea reconocido.
¿Cuántas veces has leído un libro que encontraste por casualidad? Quizá su portada te llamó la atención, su título hizo que lo cogieses o su lomo prominente entre cientos de otros libros hizo que alargases la mano, lo sostuvieses en tus manos y, tras sopesarlo, lo llevases a tu casa. Una vez dentro, raro es el libro que no es devorado ávidamente por tu cerebro.
Trayéndolo a casa has dejado pasar las ideas del enemigo. Has abierto las puertas de tu cerebro al autor, que colocó dentro del volumen la semilla de sus ideas.
Pronto lo abres, ilusionado, y recorres las páginas manchadas de las idiosincrasias del autor. Las hojas, repletas de ideas infecciosas concebidas para ser transmitidas, calan hasta lo más profundo de tu ser. Conceptos con los que has estado en contra a lo largo de toda una vida se tornan confusos y mucho más difícil de leer. Decisiones que antes de ese libro hubieses tomado en cuestión de segundos tomarán días a partir de ahora.
Ya estás infectado. Antes del final del libro, tu mente ha cambiado para asemejarse más a la del autor, o a la que el autor hace referencia (sin que estas tengan que ser las mismas). Queda claro que, una vez cerrado el libro, tú ya no eres tú: has absorbido parte de la esencia de otra persona. Una a la que es casi imposible que llegues a conocer. Te ha infectado a través de las palabras que contiene el libro, y no ha tenido que mirarte a los ojos para hacerlo.
Leer entraña un peligro real: la pérdida de identidad del lector. Con cada capítulo leído, cambiamos. La próxima vez que ojees un libro, ten cuidado con lo que presentan sus tapas. Puede ser un truco.
Las esporas de las palabras se acoplan a tus neuronas, asemejándote al autor. Un lector que ha leído miles de obras ya no es la misma persona que comenzó a leer las primeras palabras. Ese lector es ahora una amalgama de conocimientos, sensaciones e ideas.
Cuando empezamos un libro quizá sepamos quienes somos. Es imposible saber quiénes seremos al acabarlo.
Fotografías | Will Stewart
[…] Los riesgos que implica leer […]
Para mí el peligro es que me den las tres y media de la madrugada. :^)
Gracias por el texto. Me ha resultado sumamente agradable leerlo.
Muchas gracias, Joan. Sin duda tu peligro es mi pánico de antes de leer ^^
Buena entrada. Es una realidad lo que planteas, cuando nos imbuimos en el producto de otra persona, en sus tesis e ideologías. Hasta puede ser muy peligroso este proceso y ya Poe lo dejaba plasmado, cuando alegaba que el lector se transformaba en prisionero del escritor lo que dure su obra.
¡Gracias por compartirla!
En efecto, Lyunaroshia, la idea del lector cautivo es muy interesante 😀
Al menos, si la obra es buena 😉
Es indudable que los libros nos influyen, y al igual que los amigos hay que seleccionarlos
Estoy de acuerdo, José, los libros son amigos de papel 😛
Creo que comenzaré a cuidar lo que leo ._.
[…] Marcos Martínez nos advierte irónicamente de los peligros de la lectura. "Las esporas de las palabras se acoplan a tus neuronas, asemejándote al autor. Un lector que ha leído miles de obras ya no es la misma persona que comenzó a leer las primeras palabras. Ese lector es ahora una amalgama de conocimientos, sensaciones e ideas. Cuando empezamos un libro quizá sepamos quienes somos. Es imposible saber quiénes seremos al acabarlo". [Im. Forges] […]