El fin de los libros y otros cuentos para bibliófilos de Octave Uzanne

El fin de los libros y otros cuentos para bibliófilos de Octave Uzanne

   Es posible que Octave Uzanne sea un completo desconocido para la gran mayoría de los lectores, pero para los que nos recreamos bajo la etiqueta de bibliófilos, aquellos que amamos los libros en su materialidad más física, no nos puede ser indiferente el nombre de uno de los más ilustres e insignes bibliófilos del siglo XIX. Además de fundar la eminente Societé des Bibliophiles Contemporaines, de la que fue presidente, Uzanne destacó por sus espléndidos trabajos sobre autores del siglo XVIII y XIX, como el marqués de Sade o Baudelaire. Personaje extraño e interesante donde los haya, Uzanne representaba un nuevo tipo de bibliófilo muy de finales del siglo XIX, más interesado por la creación de nuevas obras bibliófilas de lujo que por la reedición de obras antiguas, lo que explica su estrecha colaboración con impresores, encuadernadores, tipógrafos y artistas, especialmente los simbolistas y artistas del temprano modernismo.

   Uno de sus ensayos más conocidos es el de «El fin de los libros», que formaba parte de la colección Cuentos para bibliófilos pero que no tardó en independizarse debido a su singularidad. Y es que profetizar a finales del siglo XIX el fin de la imprenta y de los libros tradicionales y el advenimiento de los audiolibros como los conocemos hoy en día no deja de ser asombroso y desconcertante.

   El detonante de «El fin de los libros» es una conversación entre amigos y conocidos, todos ellos estudiosos y bibliófilos, al amor de la lumbre en el Junior Athenaeum Club, tras acudir a una conferencia, cómo no, en Londres. Todo muy exquisito y refinado. En esta enjundiosa conversación el grupo pronostica, con más imaginación que lógica, cómo será el futuro siglo veintiuno en distintos campos. Finalmente Arthur Blackcross, fundador de la Escuela de Estetas del Mañana, interroga al propio Uzanne sobre qué será de los hombres de letras y de los libros en el futuro, a lo que el bibliófilo responde que los libros de papel serán sustituidos por unos cilindros que reproducirán de forma auditiva las obras directamente en los oídos de los nuevos lectores. Razona, con ironía, que los lectores acabarán por cansarse del esfuerzo que supone leer y que al igual que el ascensor acabó con las escaleras, el fonógrafo permitirá una lectura más cómoda, automatizada e instantánea. Además aprovecha para introducir el discurso de los excesivos libros editados, que implica una excesiva mediocridad. Así es como el bibliófilo borra de un plumazo los libros de la faz de la tierra, imaginamos que para que las valiosas joyas que él considera libros de calidad aumenten su valor y para que el vulgo pueda seguir disfrutando de la literatura sin grandes esfuerzos.

   Pero la editorial Trama ha vuelto a reunir «El fin de los libros» con el resto de cuentos bibliófilos, que es una recopilación de bibliomanías, bibliofilias y rarezas libreras esenciales para cualquier amante de los libros. Como buen bibliófilo, en algunos de los relatos Uzanne muestra su simpatía hacia lo apócrifo, como en «Los románticos desconocidos» o en «El Cuaderno de Apuntes de Napoleón I». En el primero concibe un catálogo bibliográfico de supuestos autores románticos que nada tiene que envidiar al legendario catálogo Fortsas; en el segundo, en cambio, reproduce algunas de las páginas del diario íntimo de Napoleón Bonaparte, unas páginas que nos permitirán descubrir la parte más humana del mandatario que puso a sus pies a casi toda Europa Occidental y Central.

   Tampoco falta una inclinación hacia lo macabro y lo tenebroso, lo que demuestra que Uzanne era un buen conocedor de la narrativa gótica. En «El bibliotecario Van der Broëcken, de Rotterdam» encontramos a un misterioso bibliófilo capaz de hipnotizar y de subyugar a cualquiera con una breve mirada; mientras que en «Historias de momias: relatos auténticos» Uzanne se regodea en lo lúgubre, incluyendo la historia de una cabeza cercenada sobre la que pesa una maldición.

   Sin embargo, el bibliófilo de corazón se sentirá más atraído por los relatos que se compadecen de esa condición. En «La Herencia Sigismond» un enajenado bibliófilo dilapida su vida tratando de salvar una de las bibliotecas más ilustres y honorables de su tiempo; en «Polvorín y biblioteca» Uzanne refiere la desgracia acaecida en la biblioteca de la Abadía Real de Saint-Germain-des-Prés tras el estallido de la Revolución francesa, desvelándonos algo que ya sospechábamos, que los libros y los conflictos bélicos no se llevan bien.

   Una colección de cuentos, en fin, que es toda una delicia para los amantes de los libros. Y qué mejor manera de demostrar que el vaticinio de Uzanne con respecto a los libros estaba equivocado que hacerse con este ejemplar. Por supuesto, en papel.

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