Desde hace aproximadamente un año y medio, la literatura se personifica en Pontevedra de forma mensual bajo la forma de Noite de Letras, una velada en la que los amantes de la literatura nos congregamos en el Parque de las Palmeras y recitamos poesía, leemos fragmentos de alguna que otra obra de prosa —compartimos tanto creaciones que tienen el sello de nuestra autoría u otras que simplemente nos apetece que conozcan los demás asistentes— y charlamos de todo un poco, todo ello aderezado con las melodías de la guitarra de Gustavo Almeida. Las reuniones tienen lugar debajo de un gran magnolio, que siempre se presta voluntario a protegernos tanto del frío como del calor.
La primera vez que asistí a estas reuniones tuve la suerte de escuchar un microcuento de Carmen Quinteiro en la voz de la propia autora. Recuerdo perfectamente el cruce de miradas que se creó entre mis ojos y los de mi hermana pequeña: ambas nos habíamos quedado petrificadas ante la belleza que nos acababa de envolver. Carmen no solo acierta con el dardo en la palabra y trenza de una forma mágica sus composiciones, sino que además, al recitarlas, las introduce en una voz tremendamente dulce y lírica y las dota de una conmovedora carga emocional. Para que lo comprobéis, os invito a que escuchéis su «Travesía».
Meses después de ese primer acercamiento a Carmen, ella misma me anunció que estaba a punto de salir a la luz su primer libro, en el que se fusionarían poemas, aforismos y microrrelatos —algunos de ellos ganadores o finalistas en prestigiosos certámenes—: se estaba produciendo la gestación de Caleidoscopio, una recopilación de distintos textos de la autora que pueden leerse como píldoras independientes, todas ellas exquisitas, pero que a su vez configuran un recorrido que se cierra con la reafirmación del yo. Cabe destacar que Carmen empezó a escribir hace siete años por pura necesidad; en sus propias palabras, necesitaba «achicar el agua y la pena de aquella balsa para no naufragar del todo». Los textos, por tanto, surgen de la experiencia y de la reflexión.
Sin embargo, lo que me gustaría destacar de esta autora es la sencillez y la imaginación que destilan todas sus creaciones. En Caleidoscopio hay juego, mucho ingenio y una ternura exquisita, y quizás esto se deba a que Carmen se encuentra continuamente rodeada de niños —es maestra de educación infantil—. Al navegar por Caleidoscopio, el lector se sorprenderá jugando en una bañera entre barcos y espuma con la ilusión de un chiquillo y la experiencia de un adulto. «Fuimos poesía, pero la pobre no sobrevivió a la prosa de nuestras realidades»: Carmen poetiza la cotidianidad. En sus líneas, el amor se trenza y se destrenza: se anhela, se desmaquilla, se fuerza, se añora y, en último lugar, se niega como elemento externo y se define ante todo como esa luz propia que siempre irradia, a pesar de todo, uno mismo.
Caleidoscopio, en resumen, se aleja de cualquier tipo de barroquismo y se instala fácilmente en el alma del lector, reflexiona sobre lo cotidiano y es bello tanto por dentro como por fuera. Debido a todas estas razones, su primera tirada, de nada más y nada menos que quinientos ejemplares, está a punto de agotarse, y sus ejemplares han aterrizado en diversos puntos de todo el planeta. Porque ¿quién osa rechazar la belleza? Y es que, precisamente, el término «caleidoscopio» (del griego kalós, «bello», eídos, «imagen», y skopéo, «observar») designa un instrumento a través del que se pueden observar cosas bellas, y el libro de Carmen Quinteiro puede presumir de portar con orgullo ese nombre. Para que degustéis un poquito el arte de esta autora, os dejo su «Sonrisa», el texto que se me presentó como antesala y me empujó para que me introdujera de lleno en el universo de Carmen:
«—Has perdido la sonrisa —le decían.
Lo que casi nadie sabía es que las sonrisas no se pierden, tan sólo se descolocan; y la de ella estaba desplazada, perdida en el mapa de su cuerpo, justo en el sutil recoveco donde terminaba su espalda; donde nadie podía verla. Ni siquiera ella.
Pero él sí pudo; la encontró mientras se paseaba por su piel. Y se la trajo de nuevo, deslizándola con sus labios, recorriendo el camino de vuelta, subiendo por su espalda; acompañándola con la lengua y fijándola, al devolverla en su sitio, con un mar de besos. Por si acaso».
¡Un artículo precioso y certero! Un libro bello por fuera y por dentro…