Super Shakespeare, de Mathew McFarren

Súper Shakespeare, de Mathew McFarren

   Según un estudio realizado en 2006 por la Escuela de Inglés de la Universidad de Liverpool la lectura de autores clásicos como Shakespeare, Wordsworth o T.S. Eliot estimula el cerebro. Esta fue la conclusión a la que llegaron después de monitorizar la actividad cerebral de 30 voluntarios que en primer lugar leyeron fragmentos de textos clásicos originales y que a continuación leyeron esos mismos pasajes traducidos a un lenguaje más coloquial.

   El hecho de que el lenguaje original de determinados escritores clásicos resulte anticuado, rebuscado o difícil de entender es precisamente la clave del efecto que producen sobre el cerebro, ya que la actividad se dispara cuando el lector encuentra palabras inusuales o frases con una estructura semántica compleja, potenciando su atención, pero no reacciona con tanto énfasis cuando ese mismo contenido se expresa con fórmulas cotidianas. Es por eso que Philip Davis, jefe del equipo de investigadores, llegó a afirmar que «la poesía es más útil que los libros de autoayuda».

   En el caso concreto de Shakespeare, el dramaturgo inglés es especialmente beneficioso para el cerebro porque usa una técnica lingüística conocida como «cambio funcional» que, por ejemplo, implica usar un sustantivo como verbo. El estudio determinó que esta técnica permite que el cerebro entienda el significado de una palabra antes que su función dentro de la oración, lo que aumenta la concentración, provocando un pico repentino en la actividad cerebral, y obliga al cerebro a releer algunos fragmentos para tratar de comprender mejor lo que el autor nos quiere decir. Es lo que se conoce como «efecto Shakespeare».

   Explica Davis: «El cerebro reacciona a la lectura de una frase como “he godded me” de la tragedia de Coriolano, de una manera similar a poner un rompecabezas junto. Es fácil ver que las piezas encajan entre sí y vuelven aburrido el juego, pero si las piezas no parecen encajar, cuando saben que deberían hacerlo, el cerebro se excita. Lanzando extrañas palabras en frases aparentemente normales, Shakespeare sorprende al cerebro y lo toma con la guardia de una manera que produce un repentino estallido de actividad – un sentido del drama creado a partir de las cosas más simples».

   Neil Roberts, profesor del Centro de Investigación de Análisis de Imagen de Resonancia Magnética de la Universidad, añade que este efecto es como un truco de magia; podemos verlo pero no alcanzamos a entender completamente la forma en la que sucede.

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