El hueco que quedó tras el robo

El hueco que quedó tras el robo

   Cuando el martes 22 de agosto de 1911 las salas del Museo del Louvre se abrieron al público, una de las paredes del Salón Carré, donde se exponían algunas de las pinturas más importantes del museo, mostraba un espacio vacío. La Gioconda no estaba. Horas antes ‒puede que incluso un día antes‒ los vigilantes ya habían detectado el hueco, pero no se alarmaron pensando que la obra podría haber sido trasladada al recién entrenado estudio fotográfico del museo, algo que se solía hacer sin avisar. Sin embargo, cuando se comprobó el error cundió el pánico. La noticia del robo del cuadro ocupó las portadas de diarios de todo el mundo y La Gioconda, que era relativamente poco conocido para el gran público aunque desde mediados del siglo XIX había ido adquiriendo el estatus de mito, pasó a convertirse en el icono que es hoy en día. El Louvre permaneció cerrado una semana para investigar el robo y hay que decir que el día de su reapertura, el martes 29 de agosto, batió récord de visitantes. Largas colas esperaban impacientes solo para ver el hueco dejado por el retrato.

Recorte de prensa con la noticia

Recorte de prensa con la noticia

   Las primeras hipótesis apuntaban a que el robo tal vez fuera una llamada de atención por la falta de medidas de seguridad del Louvre, o que quizá el ladrón se pusiera en contacto con el museo en unos días para pedir un rescate por la obra. Incluso llegó a pensarse que el cuadro podría haber sido robado por alguien obsesionado con la mujer representada en el retrato. Como quiera que fuera, las semanas iban pasando y no había noticia de La Gioconda, así que las autoridades estrecharon el cerco y pusieron en su punto de mira a varios individuos que habían estado relacionados con otro golpe en el museo cuatro años antes. Los tipos en cuestión eran el poeta Guillaume Apollinaire y el pintor Pablo Picasso.

   En 1907 el belga Joseph Géry Pieret, amigo de Apollinaire, robó dos antiguas estatuillas ibéricas que terminaron en la casa de Picasso, por el ridículo precio de 50 francos y que el artista más tarde utilizaría en el primer cuadro cubista, Las señoritas de Avignon ‒en 1911 Pieret robó una tercera pieza pero la acabó devolviendo‒. La policía pensó entonces que estaba tras la pista de una banda internacional de ladrones y traficantes de arte: Pieret era belga, Picasso era español y Apollinaire tenía un pasaporte ruso‒aunque había nacido en Italia y para conseguir la nacionalidad francesa tuvo que participar en la Primera Guerra Mundia como voluntario‒.

Apollinaire y Picasso

Apollinaire y Picasso

   En septiembre de 1911, un mes después de la desaparición de La Gioconda, Apollinaire fue detenido, interrogado y encarcelado en la prisión de La Sant, en París, durante dos días. Pasado ese tiempo Picasso fue también detenido e interrogado, y se le sometió a un careo con su amigo poeta. Cuando Picasso vio a Apollinaire, que llevaba dos días preso, se asustó, pensó que aquel episodio podía acabar con su prometedora carrera de artista y negó conocerlo. Aunque ambos veinteañeros parecían contar con un móvil para realizar el robo, ambos habían sido partidarios de las propuestas del futurista Marinetti con respecto a la quema de los museos y de sus obras para dejar paso al arte nuevo, finalmente se demostró que no tuvieron nada que ver con el robo de la pintura.

   Con respecto a las obras de arte con cuyo robo sí estuvieron implicados, sabemos por las memorias que publicó en 1933 Fernande Olivier, la modelo y amante de Picasso por aquel entonces, que los jóvenes quisieron deshacerse de las obras y que Picasso, en concreto, propuso tirarlas al Sena, pero al final no se atrevieron porque creyeron que los perseguían. Al final Apollinaire intentó venderlas de forma anónima y así fue como los pillaron.

Recorte de prensa sobre Vincenzo Peruggia

Recorte de prensa sobre Vincenzo Peruggia

   Dos años más tarde, en noviembre de 1913, el caso se resolvió con éxito, demostrando de forma definitiva la inocencia de Apollinaire y de Picasso. Un tal Leonardo mandó una carta a Giovanni Poggi, director de la Galería de losUffizi en Florencia, en la que afirmaba tener en su poder el retrato y estar dispuesto a venderlo. Poggi acudió al hotel donde se encontraba Leonardo y el cuadro acompañado por el marchante Alfredo Geri, que comprobaría su autenticidad, y de la policía. Una vez detenido el ladrón fue identificado como Vincenzo Peruggia, un pintor de brocha gorda y antiguo trabajador del Louvre que había sacado el lienzo del museo con sorprendente facilidad. Según Peruggia, su intención era devolver la obra a su verdadera patria, expoliada por Francia como muchas otras joyas artísticas italianas.

   Pero los argumentos del móvil del robo alegados por Peruggia nunca convencieron por completo a las autoridades francesas, que sospechaban que aquel cristalero no podía ser el cerebro del robo y que alguien con intereses de mayor peso estaba detrás de él. De hecho, en 1932, el periodista Karl Decker publicó una información según la cual el autor intelectual del robo habría sido un enigmático argentino, marqués y comerciante, llamado Eduardo Valfierno. En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, cuando Decker trabajaba como reportero en Casablanca para el New York Journal, el propio Valfierno le contó la verdadera historia que había tras el robo de la Mona Lisa: su objetivo era robar el cuadro y vender a varios coleccionistas seis copias falsas haciéndolas pasar cada una por la verdadera. La verosimilitud de la historia, sin embargo, no pudo ser comprobada.

Escena de La banda Picasso

Escena de La banda Picasso

   De cualquier forma, independientemente de cuál sea la verdad, este episodio histórico nos deja como resultado una magnífica película de 2012 de Fernando Colomo titulada La banda Picasso, en la que se nos relatan las desventuras y vicisitudes de Apollinaire, Picasso y compañía tras el robo de La Gioconda. Una película que, por cierto, cuenta con otros personajes como Gertrude Stein, Braque o Max Jacob.

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