Ya he tomado la decisión. Dejar a un lado esa novela en la que llevo trabajando más de dos años. Dejar de soñar. Me acabo de gastar el único cash que tenía en la matrícula de la academia para preparar oposiciones. Y en el depósito como compromiso de permanencia. Y en el temario. Y en dos cursos para añadir puntos al baremo. Aunque también tengo dinero en el banco: 369,88 €; me da para el alquiler del mes y aún sobran… 19,88 €.

   Tengo hambre, voy a la nevera: un yogur, dos lonchas de pavo y tres cervezas. Salgo hacia casa de mis padres, les tengo que contar lo que he decidido… y de paso comeré. Llego y lo suelto; ellos se lo esperaban, intuían que esta vez me iba a rendir, que no había salida. Mi madre me regala un libro, el cual adivino como compensación por mi fracaso, por la renuncia a seguir mi sueño. «Gracias, pero ahora no me apetece leer» digo, o pienso. No quiero que nada me recuerde a lo que he renunciado. El libro, de Mariano Veloy, publicado por Pez de Plata se llama…

Después de Rita

Portada de Después de Rita

Portada de Después de Rita

   No quiero leer. Demasiado ansioso para ello. Para concentrarme. Para disfrutar. No. Pero da igual. Lo abro. Leo una página.

   Dos.

   Tres.

   Otra.

   Otra más.

   Más.

   Vuelan las hojas. Vuelo yo.

   Me atrapa. Me envuelve. Me engancha.

   Lo primero que me sorprende es su velocidad, un ritmo que acribilla. Tengo que parar por un momento, me estoy mareando.

   La atmósfera del libro recuerda algo a Perec, pero el universo Veloy es propio. Traslada algunos pasados al presente, dándole así más vivacidad; los diálogos, que son muy particulares y dinámicos, también contribuyen al aumento del ritmo. Además trae a más de un personaje a la primera persona, al yo, porque desde ahí es desde donde se puede expresar la realidad que interesa: la subjetiva, la que se siente, la que agita, la que escuece y la que emociona…, la de los sueños.

   Creo cerrar el libro y reflexiono: ahora tengo más sueños que con 10 años, más ansias que con 20, pero me voy acercando a los 30; exactamente 27 años… ya 27, o solo 27… Pero lo cierto es que me siento gastado, como Nino Clau, el protagonista de Después de Rita, que con 27 años se ve con «Espaldas cargadas. Coronilla de capellán. Incipiente barriga».

   Fluctúa Nino entre dos necesidades: la del arte y la de la vida; la de ser El Gran Actor —término al que se alude desde la frase inicial de Jean Genet— y la de tener un oficio decente; la de la satisfacción personal y la de comer. Lo hace además en un momento crítico, tras la muerte de su padre.

Fotografía de Mariano Veloy

Fotografía de Mariano Veloy

   Cambio de look y a buscar trabajo, que no le cuesta demasiado hallar. Eso sí, será un trabajo sin luz, gris puro. Y claro, la frustración tendrá que supurar por algún lado. A falta de tiempo para psicólogos, acaba Nino por dispararle las penas a una presentadora que brota de su televisión, Mari Ciao. Pero hasta ella empezará a cansarse del lastimero Nino, porque el dolor «nos termina por aburrir».

   Justo cuando Nino Clau está pensando que ese algo que le vibra dentro empieza a tener forma, que va a tomar por fin una decisión, se ve obligado a dejar el trabajo, pero esto puede resultar no ser tan mala noticia. Empieza entonces en las oficinas Rêveur, ¿qué mejor lugar para un soñador? A su nuevo jefe, Cheveux, que parece «un estanquero emparentado con Pessoa», le ha traído a Barcelona un perfecto, precioso y disparatado plan urdido para conseguir a la chica de sus sueños.

   El sueño de Nino es, por supuesto, el cine. Lo que él siente desde niño es «compulsión por actuar». Después de Rita está plagada de referencias cinematográficas, y además regala salpicaduras de intrahistorias en forma de guiones dentro del texto: una especie de minijuegos con los que nos vamos entreteniendo mientras avanzamos hacia Rita. Algunos de esos minijuegos son los guiones de James Cagney, otro soñador con el que Nino empezará a trabajar en un cortometraje. ¡Ya está!, ya lo huele, casi lo saborea: La Gran Oportunidad para El Gran Actor. Se accede entonces a lo más íntimo del excéntrico Cagney, sus hábitos de creación: usa máquina de escribir y «golpea las teclas únicamente con el índice derecho, con furia. También da pequeños y rabiosos saltos sobre la silla». Pero entonces, cuando el guion ya está listo, entonces simplemente Rita.

Una de las ilustraciones del libro, a cargo de Leonardo Flores

Una de las ilustraciones del libro, a cargo de Leonardo Flores

   Desde que llega Rita el libro toma otro matiz, ella invade la pantalla de cine sobre la que estamos proyectando la historia. Rita comparte con Nino ese amor por el arte y llega a decir: «desde siempre he sentido la necesidad de actuar. Me da calor. Me acerca al fuego. De lo contrario, sería hielo. Solo hielo. Y así soy casi persona. Teatro, mi vida». Ella atrapa a Nino hasta que este se siente como un «pez después de haber mordido el anzuelo».

   Solo al final del libro se podrá conocer al renovado Nino que brota después de Rita, que nos muestra que la carretera de la vida es cíclica. O no del todo, más bien es espiral; vemos los lugares por donde hemos pasado antes, incluso a veces los rozamos, pero lo hacemos desde la distancia. La carretera ya no es la misma, o somos nosotros quienes no lo somos. Algo está claro, «arrasa con todo el tiempo», «puebla nuestra vida de fantasmas […] y desvanecidos».

   Este libro es más que una novela, es un manual para el soñador, para el artista verdadero —que pocas veces vive del arte—. Pero lo de Veloy es un onirismo realista; ya que como Nino Clau aprendió en su día de Cheveux, los sueños se deben construir «utilizando la realidad como trampolín. Para volar».

   Me acuerdo de repente de Hunter S. Thompson: «La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf!, ¡vaya viajecito!». Y eso me hace comprobar que lo que acabo de leer es también un potente y precioso Volkswagen con emisiones contradictorias para las vidas típicas: estudia, no sueñes; encuentra un trabajo, no sueñes; gana dinero, no sueñes; ten tu casa, no sueñes. Pero emisiones toxicobenignas que alimentan la ilusión de los otros, los que soñamos.

Logotipo de la editorial Pez de Plata

Logotipo de la editorial Pez de Plata

   De repente, medio dormido encima de la libreta en la que he estado divagando hasta las primeras luces de la madrugada, y olvidando la entrevista de trabajo que tenía en una ridícula academia de inglés regentada por dos ineptos, veo a un pez de plata, al que he decidido catalogar como especie protegida. Va desde el escritorio hasta la parte más oscura de mi habitación y ¡zas!, aparece alguien… ¿es mi doppelgänger?, ¿o es Mariano Veloy?; ¿es Nino?, ¿o es Cheveux?; ¿es James Cagney?, o tal vez es Samuel Beckett —los dos se parecen— porque me dice:

   Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.

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