Seguramente te ha sucedido: Estás leyendo un libro y te tiene completamente atrapado, suspendido en ese bendito estado de trance al que se llega a veces con la lectura. Has llegado a un punto de la narración en que el protagonista observa, desde la cubierta de un barco, cómo se alejan las figuras cada vez más pequeñas de su mujer y su hijo. El hombre hace esfuerzos por no llorar, pero apenas lo logra. En ese justo momento, tú, por lo que sea, emerges a tu realidad, el sofá, el metro o la consulta del médico, pero sobre todo a tu propio cuerpo. Notas que las comisuras de tus labios están contraídas hacia abajo y tu barbilla algo apretada, como si el que estuviera haciendo pucheros fueses tú. Y es que casi, casi, los estás haciendo.
No te mueras de vergüenza. Nos pasa a todos, hasta el punto de que la literatura científica le ha dado un nombre: embodiment o, en español, corporeización del significado. Las teorías sobre el embodiment vienen a decir que nuestras cogniciones dependen más del hecho de tener un cuerpo de lo que algunos teóricos estaban dispuestos a aceptar. Y entre sus muchas implicaciones está la que aquí nos atañe: cuando leemos un texto tendemos a replicar los efectos corporales de las emociones que en él se describen. Si leemos acerca de la felicidad, nuestra boca sonríe. Si acerca de la ira, nuestro ceño apenas tarda en fruncirse. En el fondo, todos los lectores lo sospechábamos: leer es una actividad menos pasiva de lo que parece.
Sin embargo, como bien sabe Francesco Foroni, investigador en la School for Advanced Studies (SISSA) en Trieste, el efecto no es el mismo cuando leemos en una lengua distinta de la nuestra, aunque la comprendamos bien. Recientemente, Foroni condujo un estudio en el que se evaluaban las respuestas de 26 holandeses a quienes se les daba a leer textos en inglés, idioma que habían aprendido en el colegio a partir de los doce años, así como textos en holandés. Mediante electromiografía (un procedimiento que mide la actividad muscular a través de la electricidad que genera), descubrió que su respuesta motora era mucho más intensa cuando leían en su lengua materna. No sólo se movían sino que también se conmovían más.
La explicación que se le ha dado a este fenómeno es que el aprendizaje del léxico asociado a los sentimientos se da en un contexto de por sí emotivo, a diferencia del escenario más neutro en que solemos aprender una segunda lengua. Tiene mucho sentido. Si fuéramos capaces de acordarnos de cómo aprendimos la palabra “contento/a”, el mismo recuerdo nos haría sonreír. En cambio, casi nadie diría que aprender a decir “happy” en clase de inglés fuese una experiencia exaltante.
Estudios similares han revelado otras sorpresas: que mentimos mejor en otra lengua (quizás porque tenemos menos reparos a la hora de hacerlo), o que, aunque seamos capaces de comprender el insulto, a los castellanohablantes siempre nos afectará menos un “asshole!” que un castizo “¡gilipollas!”. También que nuestras decisiones, cuando las meditamos en otro idioma, resultan bastante más racionales.
Pero, ¿qué sucede con aquellas personas criadas en hogares bilingües o trilingües? En su caso, su cuerpo y sus emociones también lo son, y corporeizarán el significado con idéntica o muy parecida intensidad en esos idiomas. Sería interesantísimo saber qué consecuencias tiene todo esto para los autores que escriben en una segunda lengua sin ser materna. ¿Son sus obras algo más contenidas desde el punto de vista emocional? ¿O suple el genio literario las limitaciones del embodiment? Por favor, Francesco Foroni o quien sea, nos encantaría saberlo.
Información Bitacoras.com
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¡Menuda entrada! Eso es entrar por la puerta grande. Bienvenida a la secta. Yo también creo que con chocolate, gatos y libros el mundo es mejor.
Es curioso, no conocía el fenómeno del embodiment. Pero lo expuesto aquí me lleva a la pregunta: ¿Qué le ocurre a la gente que -como yo- se ríe cuando algo realmente dramático ocurre en el libro? Solo me pasa con esos momentos en los que uno de debería reírse, como esa escena en la que atropellan al perrito en Frankenweenie. En ese tipo de capítulos o párrafos, tiendo a sonreír cuando los demás suelen dejar escurrir una lagrimilla. Quizá no lo aprendí del todo bien 😛
¡Gracias, Marcos!
A mí me ha sucedido también alguna vez y hasta me han mirado raro en el cine. Creo que merecemos un estudio aparte. 😀
Personalmente, no sé que decir. Es un artículo fantástico y de reflexiones tremendamente razonables, pero en lo global, me ha quedado una duda. Por ponerme a mi misma de ejemplo, he estudiado el inglés y el español a la par desde que tengo uso de consciencia y disfruto infinitamente mucho más leyendo en inglés que en español. ¿Se aplicaría esto a los que son completamente bilingües?
¡Gracias por el artículo y poner a funciomar mi cerebro!
Gracias a ti por tu comentario, Laura.
En teoría, las personas que os habéis criado en el bilingüismo reaccionáis, desde el punto de vista del embodiment, con similar intensidad a lo que leéis en ambas lenguas. Otra cosa es que, por lo que sea, cada uno sienta preferencia por uno u otro idioma ya que hay muchos factores a tener en cuenta.
A mí, no sé exactamente por qué, cuando leo en inglés me hacen más gracia las cosas. ¡Será que conecto más con el humor anglosajón!
Por cierto, según otro estudio, las personas bilingues desde la infancia tenéis más capacidad de atención y sois más fácilmente multitarea. Qué envidia…
Me ha gustado este artículo lo suficiente para comentarlo, pasarme por tu blog, por tu twitter, y quedarme en todos lados. Bienvenida. Biquiños!
Gracias, Cris. 🙂 Un abrazo.
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Hace no mucho me pregunté esto. Y antes me hice la misma pregunta aplicada al cine en VO subtitulado al castellano. He visto películas en VOSE que me han emocionado, pero siempre he dudado: si la peli fuese en mi idioma materno, ¿me hubiera emocionado más? También es cierto que aquí influye mucho la interpretación y el uso de la voz de los actores/actrices y la diferencia que haya entre esa VO y el doblaje. Y, por otro lado, aún no domino el inglés, así que la respuesta tendrá que esperar.
¡Muy interesante el artículo! Me hizo recordar toda esa historia de la dificultad de las traducciones de los clásicos en prosa y poesía.
Gracias, Rubén. Desde luego, sería interesante saber cómo influye la imagen, o incluso cómo de similares a nosotros sintamos culturalmente a los protagonistas. Esto del embodiment abarca tantas cosas (cómo socializamos, autoimagen, prejucios, etc) que resulta apasionante.
He disfrutado mucho con la lectura de este artículo. En mi caso creo que las conclusiones del estudio son bastante acertadas. Soy bilingüe desde la cuna, y me emociono con facilidad cuando leo en las dos lenguas que aprendí en la infancia. Me cuesta un poco más cuando leo en los idiomas que aprendí en mi adolescencia. Sobre todo con el francés. En ese caso concreto experimento las mismas emociones que una piedra, quizás porque lo aprendí mal y muy tarde.
Me alegra que hayas disfrutado con el artículo, Oliver. Hace algún tiempo me dije que tenía que aprender alemán para disfrutar más de unos cuantos autores que me gustaban y escriben en esa lengua. Ahora veo que no pasa nada, al contrario, por leerlos en español, y que tengo mucho que agradecer a traductores tan estupendos como Miguel Sáenz.
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