A estas alturas son pocos los que desconocen que, cuando algún vecino pasa cerca de nuestro planeta, baja unos instantes (a veces pueden ser horas) y serigrafía su venida en nuestro «libro de visitas», que como todos sabéis son los trigales y otros campos de cultivo desde el 22 de agosto de 1678. Desde entonces, la mecánica es siempre la misma. Ellos pasan, ven las «otras firmas», bajan un momentito (en el cuál nadie los ve –nunca-) y acaban yéndose tras haber marcado la faz de nuestro planeta. Y hasta aquí todo bien. Sin rencores interestelares por dejar nuestros campos hechos unos zorros.

   El problema (¡El gran problema!) es que para los humanos resulta bastante difícil leer este tipo de comunicado. Bueno, ese y el hecho de que se llegue a comparar el problema del grafiteo con el de los círculos en los sembrados.

   Sin duda ambos hechos, y no otros, han llevado a determinados fanáticos lectores comprometidos a establecer un propio lenguaje que podamos entender (algunos) y que culturice algo más que los indescifrables grafitis alienígenas, ante los que solemos levantar los hombros antes de ir a por algo que leer entre horas. Y, así, han comenzado un movimiento social que plasma referencias literarias en sembrados.

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   Seguramente, los alienígenas estampan firmas de sus libros. Pero, ¿para qué mencionarlos si tenemos tan buenos libros aquí, en nuestro planeta?

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