Sonríes, y lo haces de un modo específico. Quizá como lo hiciste siempre, puede que por primera vez de esa manera. Y percibes algo diferente. Percibes que alguien lo haría exactamente así. Y es ese momento en el que empiezan las dudas.
Muy pocas personas son rígidas en su comportamiento y actúan igual pase lo que pase, a lo largo de los años. El resto, confieso, somos más maleables. Esto no significa que dejemos de ser nosotros o que seamos poco fieles a nuestras ideas, sino que somos permeables a las que vienen de fuera. Y esto incluye aspectos de comportamiento como una risa, el modo de levantar la mano o incluso cómo se interrumpe una conversación. Las coletillas, gestos, acento, o incluso líneas de pensamiento.
Cuando digo que «Los Simpsons han dedicado más tiempo a mi educación que mis padres» no solo no estoy mintiendo, sino que uso una de sus frases para transmitir una de mis ideas. Me he convertido en una imagen del personaje que fue la imagen de alguien.
Porque los personajes siempre tienen un poquito de nosotros, y nosotros cogemos un poquito de ellos. En ocasiones, cuando los escribimos o retratamos, estos absorben parte de la esencia que nos hace únicos, quizá de un modo inconsciente por nuestra parte. Es posible que incluso de una manera deliberada.
Sin embargo, me interesa mucho más lo que ocurre cuando somos nosotros los que adaptamos nuestro comportamiento a personajes cuya imagen la copiamos de otra persona. ¿La copiamos a ella o nos adaptamos a nuestro idílico personaje?
«Personaje», según la RAE, es «cada uno de los seres reales o imaginarios que figuran en una obra literaria, teatral o cinematográfica». Curiosamente, también es la «persona singular que destaca por su forma peculiar de ser o de actuar».
Esta última definición, al menos en lo que a mí respecta, define a todos y cada uno de los seres humanos con los que me he topado, ya que ni uno solo de ellos era igual a otro. En ese sentido, es singular, y destaca por su forma peculiar de ser o de actuar.
Me resulta divertido que persona y personaje tengan unas definiciones similares y una palabra común para abarcarlos, y más aún que las barreras entre ambos queden difuminadas por el papel.
Como escritor, me resulta muy interesante el modo en que algunos autores generan sus personajes. Cartas de personalidad, dados e incluso búsqueda de personajes famosos para inspirarse. Actores, amigos o miradas inconscientes al espejo suelen ser las más usadas. Otras son la copia o adaptación de personajes leídos, arrastrando de libro en libro, de cuento en cuento, figuras similares o con puntos en común.
Desde hace casi 100 días, escribo una historia corta con personajes nuevos a diario. Cada día me encuentro en la tesitura de tener que inventar -crear de la nada- personas que antes no existían para incorporarlas a mis relatos. Pero lo que en principio parece una tarea compleja se convierte en un juego sencillo cuando no tratas de crear un personaje, sino conocer a una persona.
Cuando me siento frente a las teclas no trato de crear en un espacio impoluto y blanco el personaje al que voy a escribir. En su lugar, quedo con él o ella en una cafetería acogedora. Y, al ritmo de la música que suene en ese momento en mi reproductor, esa persona me cuenta -a veces sin palabras- cómo es.
En ocasiones, incluso me cuentan cómo soy.
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