El escritor francés Jean Echenoz negó que la ficción novelesca pudiera existir de forma pura. Toda novela parte de algo real, de una experiencia cotidiana que se metamorfosea a través de la literatura, afirma Echenoz, autor de una famosa trilogía que novela la vida de tres personajes reales. No hará falta decir aquello de que la realidad siempre supera a la ficción, porque suena a tópico, pero este principio ha demostrado ser una constante en la historia de la literatura. Herman Melville escribió Moby Dick a partir del hundimiento de un ballenero, el Essex, en 1820. Y es en la novela negra, inspirada por el Nuevo Periodismo, donde vemos algunos de los ejemplos más significativos, con títulos como La Canción del Verdugo de Norman Mailer, Gomorra de Roberto Saviano y, cómo no, A sangre fría de Truman Capote.
El caso de la Pensión Padrón, escrito por Ana Joyanes y Francisco Concepción y publicado por La esfera cultural, es otro de esos ejemplos que, sin ser novela negra en el sentido estricto de la palabra, bebe directamente de la realidad, ya que que se inspira en un suceso real que tuvo lugar en 2008 en una céntrica y cochambrosa pensión de Santa Cruz de Tenerife, cuando se produjo un asesinato y el cadáver resultante fue ocultado entre dos colchones sobre los cuales llegaron a dormir varias personas hasta que fue descubierto, dos años después, en el 2010, convertido ya en un montón de huesos. Cómo pudo alguien dormir sobre un cuerpo en descomposición y no notar nada, ni siquiera el insoportable hedor, es algo que solo es posible entender cuando se aclara que los protagonistas del macabro delito pertenecen a las capas más miserables y desamparadas de la sociedad. El caso de la Pensión Padrón tiene la capacidad de dar voz a los desahuciados, a los indigentes, mostrando que detrás de cada uno de ellos existe una historia que merece la pena ser contada. Y revelando que ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos.
La trama se narra alternando dos tiempos, que giran en torno a la Pensión Padrón y que poco a poco van confluyendo en el crimen. Por una parte, en 2008 descendemos, en los meses anteriores al asesinato, a un submundo poblado por yonquis, prostitutas y demás desheredados, una trama que nos lleva al corazón de la indigencia, con personajes que por distintas circunstancias se han visto obligados a una vida indigna. Por otra, en 2010, recién descubierto los restos del cadáver, la historia se centra en el periodista Samuel Nava, que tendrá que cubrir la noticia del hallazgo y con ayuda de una amiga, Elisa Martos, tendrá que investigar qué ocurrió y reconstruir los hechos para alimentar el morbo de los lectores de su periódico y, en la medida de lo posible, tratar de hacer justicia.
Todos los personajes, con independencia de su condición social, tienen un halo de perdedores. En el caso de Agustin Garcés, Esteban Cano, el Juanmi o la Toña es evidente. Pero también hay malditismo alrededor de los personajes más bien. Elisa trata de huir de un pasado que la atormenta y que le impide realizarse profesionalmente. Una sensación parecida a la que tiene Samuel, que se siente hastiado con un trabajo que no le dejan desempeñar como a él le gustaría. Existe en la novela una crítica al periodismo superficial, folletinesco y amarillista, que es el que vende, y un elogio a la vieja escuela periodística, la de la calle, que ofrece la información tras un exhaustivo proceso de investigación. Ese aire de fracasado hace que Samuel se convierta en una especie de antihéroe, que no duda en descender al infierno, simbolizado en la Pensión Padrón. Este espacio, como si fuera un personaje más, es el verdadero protagonista de la trama. Las normas sociales al uso quedan anuladas en el universo de la Pensión Padrón. Los inquilinos, pobres diablos, tienen que buscar habitaciones probando a abrir puertas, invadiendo así la intimidad de otros huéspedes. Uno de los grandes aciertos de la novela ha sido la creación de este espacio fantasmal, que parece muerto durante el día y que solo cobra vida a partir de las doce de la noche, momento en el que sus moradores se mueven «como sombras entre las sombras». Los autores de la novela se prodigan en todo tipo de detalles escabrosos, consiguiendo una ambientación que consigue angustiar al lector y transmitir parte de malestar con el que viven los personajes.
De hecho, El caso de la Pensión Padrón es una novela bastante dura en algunos momentos. Ana Joyanes y Francisco Concepción tienen la valentía narrativa de no maquillar la realidad ni un ápice, sin caer en prejuicios ni ideas preconcebidas. Antes bien, no dudan en describir las situaciones más degradantes y vejatorias, son un lenguaje muy explícito, fresco y violento al mismo tiempo, sin tabúes ni medias tintas. La marginalidad queda reflejada de forma fiel no solo a través de las situaciones, sino en la voz y en el lenguaje que utilizan los personajes. Una apuesta arriesgada porque se podría haber pasado de frenada por excesiva que, sin embargo, cumple a la perfección con la exigencia de veracidad.
A priori podría parecer que el lector se encuentra ante una novela de género negro. Al fin y al cabo, la historia se basa en unos hechos reales y para recomponer el rompecabezas del suceso sus autores ha tenido que llevar a cabo un intenso proceso de documentación que les obligó a consultar recortes de prensa de aquellos días, testimonios de inquilinos de la pensión e, incluso, a estar presentes en el desarrollo del juicio donde el único acusado por el asesinato fue condenado a diecisiete años de prisión. El resultado es una una historia que antes de crónica periodística es una ficción novelada, pero que está contada como si sus autores estuvieran grabándolo todo con una videocámara.
Una historia que nos acerca a un mundo que, en definitiva, tampoco nos es tan ajeno. ¿Quién no se ha cruzado, por la calle, con personas que lo han perdido todo y que malviven con lo poco que consiguen reunir pidiendo limosna? Es fácil olvidarse de ellos cuando los pierdes de vista en la próxima esquina, pero lo cierto es que detrás de cada uno de ellos existe una historia. Eso es lo que trata de rescatar El caso de la Pensión Padrón, dándole voz a los que no suelen tenerla. Eso sí, con una trama que logra mantener al lector en tensión desde la primera página a la última página y que prácticamente se lee de un tirón.
Buena reseña Alejandro. Una de las cosas que más me gustó de la intención de los autores al escribir la novela fue precisamente eso de dar voz a todos esos personajes de las capas más bajas de la sociedad, pero de manera muy especial a ese amasijo de huesos que un día fueron un cuerpo, y que padeció y sintió, que tuvo pasado y cuya personalidad se construye a partir de ese pasado. Esto habla mucho del tacto de los autores que podrían haber caido en la fácil trampa de centrarse en la investigación o también convertir a ese muerto en un ser detestable que había recibido su merecido, incurriendo así en el tópico más común. Sin embargo no, supieron dar un enfoque muy atractivo a la historia. Recomiendo su lectura