Hay libros que cuando te enteras de que van a sacar una adaptación cinematográfica cruzas los dedos para que el estropicio no sea muy grande y películas ‒o series‒ que cuando las ves no puedes evitar lanzarte a por el libro en el que se basa. La Trilogía de la Oscuridad, coescrita por Guillermo del Toro y Chuck Hogan, pertenece a este segundo grupo. Nocturna, primer libro de la trilogía, fue publicado simultáneamente en español e inglés 2009 y no saltó hasta la pequeña pantalla en forma de serie hasta 2014, bajo el nombre original de The Strain. A diferencia de otras sagas, las tres partes de La Trilogía de la Oscuridad ‒Nocturna, Oscura y Eterna‒ hay que leerlas seguidas una detrás de otra porque son partes de una misma historia. Es por eso que he preferido reseñarlas las tres juntas, porque las tres forman parte de esa revisión de la clásica lucha entre el Bien y el Mal.
El argumento parte del aterrizaje de un Boeing 777 en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York procedente de Berlín. Justo en el momento en el que se suponía que los pasajeros iban a empezar a desembarcar el interior del avión se oscurece, la torre de control pierde contacto con el piloto y desaparece cualquier indicio de vida. Los servicios de emergencia se movilizan a la mayor brevedad posible y lo que descubren cuando acceden al aparato es más terrible que el mayor de los desastres inimaginables. Una escena que es solo un preludio de lo que está por llegar. Además, un extraño ataúd lleno de tierra es hallado en el departamento de equipaje. Si es que en su interior había algo, ha escapado. Cuatro supervivientes en el vuelo y la desaparición de los cadáveres del resto de pasajeros serán solo el comienzo de una pandemia por las calles de Manhattan como nunca antes ha conocido la humanidad.
A Guillermo del Toro y a Chuck Hogan hay que reconocerles algo que parecía casi imposible a estas alturas: darle una nueva vuelta de tuerca al mito del vampiro. Después de los vampiros de Anne Rice y de la saga Crepúsculo, La Trilogía de la Oscuridad vuelve a los orígenes más monstruosos del mito. Pero los autores no se conforman con recuperar al vampiro original, como ya hiciera Stephen King con El misterio de Salem’s Lot, sino que crean su propia visión personal y lo adaptan a los tiempos que corren. El vampirismo pasa a convertirse en una especie de enfermedad provocada por unos parásitos con forma de gusanos, que transforman al anfitrión que poseen no en seres con largos colmillos sino en animales depredadores que utilizan para alimentarse una especie de aguijón de unos dos metros que les sale por la boca. En cuanto al resto de símbolos, solo se mantienen algunos: pueden sucumbir a la luz solar ‒o a los rayos UV‒ y son sensibles a la plata, pero ni las cruces, ni el agua bendita ni el ajo les afecta. Se trata de un vampiro que en muchos momentos parece más bien un híbrido de zombi, tan de moda en nuestros días.
Los guiños con Drácula de Bram Stoker son constantes. Para empezar el vampiro llega a Nueva York de la misma forma y con intenciones parecidas a las que tenía el vampiro de Stoker. El papel de Van Helsing es adoptado por el anciano judío rumano Abraham Setrakian, dueño de una casa de empeños en Harlem. Setrakian es un viejo enemigo de las fuerzas del mal, a las que conoció por primera vez en el campo de exterminio de Treblinka. Aunque el protagonista de la novela es el doctor Ephraim Goodwather, epidemiólogo del Centro para el Control de Enfermedades, un tipo que viene de una adicción a la bebida, que está en pleno divorcio y que tiene un hijo de once años a quien quiere con locura, un cóctel bien combinado para que empaticemos con él a las primeras de cambio.
No, los personajes no son realmente el punto fuerte de La Trilogía de la Oscuridad. Demasiados clichés de género. Quizá Setrakian sea el menos predecible de todos ellos. Sin embargo, no por ello deja de ser una lectura absorbente. Se nota que detrás de la historia está la mano de Guillermo del Toro, guionista de sus propias películas y con maravillas a sus espaldas como El espinazo del diablo o El laberinto del fauno. La andadura de Chuck Hogan es mucho más escasa, a pesar de que su primera novela, The Standoff, se convirtiera en un best seller y se publicara en catorce países. Se dice que del Toro entregó a Hogan un esquema del argumento de unas doce páginas y que, de hecho, fue escrito mientras el famoso director se encontraba rodando Hellboy 2, por lo que Hogan llevó a cabo la mayor parte del trabajo. Xan Brooks hace en The Guadian un paralelismo entre La Trilogía de la Oscuridad y la comida rápida, refiriéndose no solo al trabajo realizado por cada uno de los autores sino al resultado final. Puede que sea cierto que del Toro entregó la carne roja a la cocina y que Hogan salió con una hamburguesa hecha, pero de lo que no cabe ninguna duda es que las novelas surgidas de esa combinación de fuerzas se dejan consumir con una velocidad y una facilidad pasmosas.
En cuanto a la adaptación, conviene advertir que la serie no es completamente fiel a los libros. Hay diferencias muy significativas en lo que respecta a tramas y a personajes ‒desconozco el motivo‒, por lo que si la historia te ha atrapado en cualquiera de sus vertientes te recomiendo que te acerques a la otra versión para completar tu visión de la historia. Puede que La Trilogía de la Oscuridad no pase a la historia de la literatura ni de la televisión como una obra maestra pero te aseguro que si te gustan los vampiros y te atrae el género de terror tendrás garantizadas unas cuantas horas de entretenimiento.
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