La historia del fraude en el mundo cultural es amplia y bien nutrida de ejemplos: falsificaciones pictóricas, premios de merecimiento dudoso, sonados plagios… Muchos tenían como finalidad el dinero o la fama, pero otros se crearon con el único objetivo de ridiculizar instituciones y juicios tenidos como infalibles. Este tipo de fraude es, en mi opinión, el más regocijante.
Uno de estos casos se dio en los años cuarenta en Australia, y tuvo por protagonistas a tres hombres enfrentados dos a uno por sus visiones, tan antagónicas, de lo que debía ser la poesía. La facción más clásica y conservadora la representaban los escritores James McAuley y Harold Stewart. McAuley, por ejemplo, admiraba a los simbolistas y era capaz de apreciar la Canción de amor de J. Alfred Prufrock de T. S. Eliot, cuya experimentación formal no le resultaba excesiva. La tierra baldía, sin embargo, le parecía un auténtico caos. Ambos, McAuley y Stewart, observaban el camino que había tomado la poesía vanguardista con una mezcla de sorna e indignación. El epítome de todo lo que odiaban era, y aquí entra el tercer personaje del drama, un jovencísimo poeta llamado Max Harris, quien a sus tan solo 18 años había fundado una revista de vanguardia llamada Angry Penguins. En ella pudieron leerse los más tempranos esbozos del expresionismo y el surrealismo australianos, y sus portadas mostraban la obra de los pintores locales más rabiosamente innovadores. Era algo que no solo irritó a James McAuley y Harold Stewart, sino también a otro grupo de intelectuales nacionalistas inspirados por la tradición aborigen. McAuley y Stewart, no obstante, hicieron algo más que criticar y lanzar invectivas. Se propusieron darle a Harris una lección que nunca olvidaría.
Crearon, para ello, un poeta de mentirijillas. Lo primero era forjar su obra, aunque fuera un puñado de poemas. Stewart y McAuley se esforzaron por descender a los niveles más escandalosos del disparate: anotar lo primero que les venía a la cabeza, elegir palabras de diccionarios abiertos al azar, ensamblar frases sin sentido, hacer rimas descabelladas o incluso citar sus propios poemas, convenientemente desfigurados. Hacer todo lo que, según ellos, hacían los poetas vanguardistas, pero con mucho más ahínco y, desde luego, mala idea. Tiempo después afirmaron que no habían tardado más que un día, interrumpido por frecuentes carcajadas, en tener preparada una colección de dieciséis poemas a la que pusieron el título de The Darkening Ecliptic. Faltaba darle aún cuerpo y personalidad al poeta. Le pusieron el nombre Ernest “Ern” Lalor Malley, y le atribuyeron una historia donde combinaron varios tópicos románticos. Malley había emigrado desde Liverpool junto con su madre viuda. Al morir ella, él había tenido que ponerse a trabajar con 15 años como mecánico. Pronto le habían diagnosticado la enfermedad de Graves-Basedow, una forma de tiroidismo de la que Malley se negó a tratarse. Había muerto, en consecuencia, pobre y con el temperamento arruinado por la enfermedad. Su hermana Ethel (también inventada, claro está) no supo de la vena poética de Ern hasta la muerte de este, cuando entre sus efectos había encontrado los versos que remitió a Angry Penguins.
Max Harris recibió los poemas con gran alborozo. ¡Había descubierto un poeta desconocido, uno a la altura de Dylan Thomas o de Auden! Se apresuró a sacar un número especial de la revista, donde hablaba de Ern Malley en estos términos: “Trató la muerte con grandeza, y como poesía, al tiempo que soportaba la más aterradora y debilitante tensión que puede afrontar un ser humano”. Una vez publicados los poemas de Malley comenzaron a escucharse las primeras risillas. En una revista universitaria sugirieron que se trataba de una chanza de los responsables de Angry Penguins, y el Daily Mail de Adelaide, con bastante clarividencia, dijo que a Max Harris le habían gastado una broma. Harris, suspicaz cuando ya era demasiado tarde, encargó una investigación para dar con Ethel Malley. Pero entonces el Sunday Sun (gracias a un chivatazo del propio Harold Stewart) descubrió el pastel. Mientras Harris se convertía en el hazmerreír nacional, McAuley y Stewart dieron un paso al frente y con notable orgullo declararon: “El señor Max Harris y otros escritores de Angry Penguins representan el surgimiento en Australia de una moda literaria que se ha hecho prominente en Inglaterra y América. El rasgo más llamativo de esta moda, creemos, es que vuelve a sus seguidores inmunes al absurdo e incapaces de discriminación. […] Sin embargo, era posible también que nosotros fuéramos simplemente incapaces de apreciar la esencia de estas creaciones. La única manera de decidir la cuestión era por medio de un experimento. Era de justicia, después de todo. Si el señor Harris hubiera demostrado tener el suficiente criterio para rechazar los poemas, entonces las tornas habrían cambiado”.
La historia alcanzó inesperadas cotas de absurdo: Angry Penguins fue denunciada por obscenidad a causa de los poemas de Ern Malley. El detective de la policia Jacobus Vogelesang declaró en el juicio que en unos de esos poemas “aparentemente alguien lleva una antorcha en la oscuridad mientras entra por la verja del parque… Sé por experiencia que la gente que va a los parques por la noche lo hace por motivos inmorales”. También le había escandalizado la palabra “incestuoso”, aunque no entendía demasiado bien su significado. Max Harris hizo todo lo humanamente posible por explicar cada verso de la manera más clara que pudo, pero sin resultado: se le condenó a una multa de cinco libras o seis semanas en prisión. A lo largo del juicio, la gente acudía a las puertas del juzgado a burlarse de Harris e incluso llegaron a escupirle.
La revista acabó desapareciendo por motivos que nada tenían que ver con esa sentencia ni con la broma sufrida por Max Harris (entre ellos, una acusación de libelo en absoluto relacionada, o los problemas en el seno del matrimonio que financiaba la publicación). Lo que sí fue consecuencia directa del asunto Malley fue el parón que sufrió la poesía vanguardista en Australia. El tradicionalismo defendido por McAuley y Stewart pareció, durante mucho tiempo, haber ganado la batalla.
Max Harris demostró, con todo, tener aguante para rato. Tras la desaparición de Angry Penguins fundó otra revista llamada Ern Malley’s Journal, y en 1961 reeditó The Darkening Ecliptic. A lo largo de toda su vida mantuvo que había auténtica genialidad en los poemas que Stewart y McAuley habían escrito. En eso no estuvo solo: poetas tan solventes como John Ashbery y Kenneth Koch los han reivindicado, y para otros autores como Robert Hughes el hecho de que nacieran como una parodia no los invalida: sus autores se permitieron usar métodos surrealistas que de otro modo jamás habrían empleado, y el resultado, en su mayor parte, es de calidad. Lo cierto es que hoy en día los poemas de Ern Malley gozan de gran popularidad en Australia. Han inspirado a escritores así como a artistas plásticos y son mucho más leídos, reeditados y citados que los compuestos de buena fe por James McAuley y Harold Stewart. Algunas bromas no revelan de inmediato cuáles son sus auténticas víctimas.
Me ha encantado este artículo. A veces, las personas inventadas son las mejores 🙂
La verdadera genialidad se hace presente cuando se deja libre al inconsciente. Los paradigmas aucentes.