Biblioteca de Umberto Eco

Biblioteca de Umberto Eco

  Tener una biblioteca llena de libros que no se van a leer puede parecer vanidad de vanidades. Como tener una cocina repleta de exquisitos platos solo para ser expuestos en vitrinas. Hay que tener en cuenta que si una persona lee una media de un libro a la semana durante setenta años de vida al morir habrá completado la birriosa cantidad de 3.120 libros. Y, sin embargo, hay gente que acumula varias veces esa cantidad sin inmutarse siquiera ante la imposibilidad de leerlos todos. Hay gente que se vuelve chiflada con los libros, se suele decir en estos casos. Y razón no debe faltarles, porque incluso existe un nombre, tsundoku, para la supuesta enfermedad de acaparar libros como si no hubiera mañana, incluso a sabiendas de que no se van a leer. Ante una biblioteca un dimensiones colosales uno se siente tan insignificante que la única manera que tiene de reafirmarse ante el propietario es preguntarle si los ha leído o los piensa leer todos.

   Umberto Eco se ha tenido que enfrentar a esta pregunta en más de una ocasión. Con más de 30.000 volúmenes su apartamento en Milán fue descrito por la periodista Lila Azam Zanganeh en una entrevista para The Paris Review como «un laberinto de pasillos forrados con estanterías que llegan hasta un techo extraordinariamente alto». Entonces surge la pregunta de oro: ¿los has leído todos? Eco afirma que suele responder a esta pregunta con una broma: «No, los que tengo reservados para leerlos al final del mes. Los otros los tengo en mi despacho». Por no hablar de los 20.000 volúmenes que tiene en su casa de vacaciones cerca de Urbino.

   Eco es consciente de que ni en muchas vidas podrá leer todos los libros que hay en su biblioteca. Y así, piensa el escritor italiano, es como debe ser, porque una biblioteca personal debe tener la mayor cantidad posible de conocimiento que se desconozca. Generalmente este tipo de concepciones lo aplicamos a bibliotecas públicas o universitarias: lugares que contienen tanto conocimiento que una sola persona solo puede aspirar a poseer una pequeña parte de ellos. Las bibliotecas personales, en cambio, se suelen concebir como testimonios de lo que su propietario ha leído y, por tanto, de lo que sabe. Valoramos más una biblioteca donde se han leído todos sus libros que otra en la que no se ha leído casi nada. Pero si llenamos los estantes de una biblioteca personal de conocimientos desconocidos podemos llegar a convertirla a través de la esperanza de aprender cosas nuevas en un lugar lleno de aspiraciones, consiguiendo que se equipare con una pública.

   Es lo que el escritor Nassim Taleb ha llamado la antibiblioteca. Una gigantesca colección de libros que no pretende alimentar el ego de un intelectual sino que son, sin más rodeos, un instrumento de investigación y de conocimiento del mundo. Una colección donde los libros leídos son menos valiosos que los no leídos porque cuanto más se lee más crece el perímetro del conocimiento y más se da cuenta uno de lo que no sabe. Es decir, que cuanto más se lee más aumenta el espacio de lo que se ignora.

   ¿Cómo elegir entonces libros que no se van a leer para incorporarlos a nuestra biblioteca? Eco aclara que muchos de los libros de su colección están vinculados a su propia historia personal. Además, el hecho de ser coleccionista de libros raros hace que en su biblioteca abunden determinado tipo de libros. «Colecciono libros sobre temas en los que no creo, como la cábala, la alquimia, la magia, los idiomas inventados. Libros que voy encontrando sin saberlo. Tengo a Ptolomeo, pero no a Galileo, porque Galileo dijo la verdad», afirma el semiólogo y novelista italiano.

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