Me acuerdo cuando era pequeño. Tendría 10 o 12 años, y en la televisión se anunciaba que en dos décadas llegaríamos a Marte y caminaríamos sobre su superficie. Casi veinte años después, quedan otros veinte. Lejos de tratarse un atentado contra mi persona, ¡llevan quedando veinte años para llegar a Marte desde el 69!
Es frustrante. Mi abuelo pensó que vería cómo desembarcaban los humanos en el planeta rojo. Y mi padre. Y yo. ¿Qué está pasando? ¿Por qué siempre quedan 20 años para viajar a Marte? ¿Por qué quedan siempre 15 para que los coches vuelen? ¿Por qué siempre 10 para que los robots se vuelvan inteligentes y 5 para la cura del cáncer?
¿Nos puede el optimismo en nuestras predicciones? ¿No sabemos medir la realidad para predecir el futuro? ¿Somos idiotas? Vale, esta última es retórica, y todos conocemos la respuesta. Pero es que, ¿qué nos pasa para fallar tanto el futuro? ¿Es tan complicado estimar?
Lo poco que sabemos del universo
Me gustaría ilustrar el viaje espacial con una metáfora: un niño que está aprendiendo a caminar. Imaginemos que un cohete llegando a Marte es un niño consiguiendo atravesar todo el pasillo de su casa, a la primera y sin colisionar contra nada ni caer al suelo.
El viaje espacial es, en realidad, el caminar errante de un niño que trata de descubrir qué es lo que se nos da mal, y cómo poner el siguiente pie.
Cualquier niño, sentado como un huevo escalfado en el suelo, mirará a través del pasillo y dirá «buah, en dos pasos estoy ahí». Se pondrá de pie, tratará de avanzar el primer pie y… se dará una leñe contra el suelo.
¿Qué ha pasado? Preguntarán sus sensores internos, y darán la alarma. El niño se pondrá a berrear porque no ha conseguido dar un paso. Bien, ese niño éramos nosotros en el 69. Había dos niños, a cual más berreón, llamados EEUU y URSS, que trataban de llegar al final del pasillo. En aquél momento, el espacio y la Luna.
Cada vez que trataban de ponerse en pie, avanzar o esquivar las paredes, algo los devolvía de nuevo al suelo con más y más cardenales.
El pequeño se pregunta qué está pasando y por qué no puede cruzar el pasillo en dos pasos «¿Por qué no podíamos llegar a Marte en dos décadas?» pensamos nosotros.
Bueno, pues porque no estábamos preparados. El niño no cuenta con el aguante físico ni el conocimiento de cómo funcionan las piernas, la gravedad o las paredes del pasillo con las que choca. El viaje a Marte no es solo una carrera técnica, es una carrera contra el conocimiento del ser humano. Todavía no sabemos si una tripulación llegará sin matarse al otro lado del pasillo Tierra-Marte.
Se han hecho experimentos, por supuesto, como los proyectos Biosfera 2. Pero estos se hacían en la Tierra, no en el espacio. Nos falta mucho para aprender, lo que se traduce en décadas de posponer el viaje.
Siempre quedan 20 años para llegar a Marte no porque no podamos ir (podríamos haber ido con tecnología de hace 50 años a un alto coste), sino porque deseamos ir con la capacidad de volver sanos y salvos. Y, a medida que vamos conociendo más y más el espacio –de Marte y de nosotros mismos– nos damos cuenta de que existen problemas con los que no habíamos contado.
Es como si en la Edad de Piedra, al inventar la rueda, su legítimo dueño pensase «de aquí al automóvil no hay nada». Y, lo cierto, es que hubiese tenido razón. Bastaba atravesar la rueda con un eje y coserlo a un bastidor. Todo de madera, claro. Quizá incluso llegase a ocurrir algo así, perdido ahora en el tiempo, como el troncomóvil de los Picapiedra.
Pero el troglodita, tras construir el troncomóvil, se habría dado cuenta del esfuerzo monumental de moverse con él, y de la inutilidad de hacerlo sin carreteras. La faltaban dos cosas clave: la potencia para mover el peso cuesta arriba y una infraestructura sobre la que hacerlo. ¡Ni siquiera existían caminos de más de tres palmos! Y, sin embargo, el coche (al menos como concepto básico) se hubiese podido inventar con la tecnología de entonces.
Hay que tener en cuenta la fragilidad de nuestra tecnología. Tenemos la aparente y falsa sensación de que –como llevamos 200 años de industrialización– somos dueños y señores de nuestro destino. Cuando, en realidad solo somos niños jugando con trozos de metal y plástico, y manipulándolos a fuerza de petróleo.
Las tres anclas del viaje espacial
Pero no todos los motivos para no ir a Marte ya mismo son de carácter técnico. Hay tres grandes pilares (entre otros) que actúan como anclas del viaje espacial moderno.
Por un lado, está la despreocupación general del grueso de la población, quienes ni entienden ni quieren entender lo que supone el avance científico. Para qué voy a preocuparme sobre llegar a Marte si allí no encontraré más que rocas. Esta enfermedad mental ya se está curando con el tiempo. Hace unos días pude ver dos reportajes científicos serios en #0 titulados Cuando ya no esté, (La velocidad de las cosas y La muerte de la Muerte). Esta difusión viene de Movistar, pero Vodafone también se ha convertido en un difusor de cultura científica con este programa, que cuenta con cientos de vídeos en los que los expertos nos hablan sobre cómo el mundo está cambiando, sobre las nuevas tecnologías y la esperanza que estas traen consigo.
Por otro, tenemos la incomprensión política a corto plazo por parte de representantes que no ven en la ciencia un apoyo a su campaña de cuatro años. La ciencia suele tomarse su tiempo para ser rentable, y esto suele dar como resultado que no se invierta en ella si solo vamos a estar unos años en el poder. ¿Y darle a la oposición el beneficio de mi programa de ciencias? Sí, claro.
Y, para terminar, y quizá el más polémico, está la falta de entendimiento espiritual hacia la ciencia. Separadas desde hace mucho tiempo, casi todos presuponen que ciencia y fe son aspectos enfrentados del conocimiento, pero de lo que quizá no mucha gente se ha dado cuenta es que en muchas ocasiones ambas buscan lo mismo: la verdad tras nuestra aparición. No hablo de religión (estructura monetaria montada sobre una creencia para explotar a sus fieles) sino de la fe humana en que puede (o no) haber algo por ahí fuera.
La tercera está quizá menos relacionada de manera directa con el problema del no-avance científico, pero todas actúan como freno al no tener en cuenta la ciencia como algo realmente importante, desviando la atención humana hacia otras áreas de cultura.
Sea por el motivo que fuere, resulta que nunca es buen momento para invertir en ciencia, y especialmente el viaje espacial, y que la población paga con sus vidas esta falta de visión.
[…] ¿Por qué siempre quedan 20 años para llegar a Marte? […]
¿Que la población paga con sus vidas esa falta de visión?
Creo que la población no quiere pagar con su dinero los juguetes de la Nasa, y los legisladores lo saben.
Sí, el programa espacial nos ha dado una calidad de vida superior. Gran parte de la electrónica de consumo, avances médicos y tecnología que usamos a día de hoy (y de la que depende la vida de gran parte de la población, y la esperanza de vida de todos) han salido del espacio. O de la carrera espacial. De los «juguetes de la NASA» 😉
Pero, claro, pagando hoy la tecnología de dentro de 10, 15 o 20 años. Una carrera en el largo plazo. En el plazo de nuestros hijos y nietos.
Gracias por dar tu opinión, Evilasio.