Como lector de fantasía épica cuando era pequeño, siempre he anhelado algo que el dinero (de momento, y desde luego no en aquella época) no puede comprar. Hasta bien grandote he leído las historias de la Dragonlance, en las que un universo ficticio al completo tomaba forma en mi cuarto y me transportaba a mundos imposibles de fantasía.
Resultaba genial descubrir cómo los héroes y heroínas de este mítico cosmos se debatían entre la vida y la muerte y se daban pal pelo entre ellos mismos, contra otros imperios y, en general, contra cualquier cosa o idea que se interpusiese en su camino. Mucho antes que Juego de Tronos y Canción de Hielo y Fuego, también había familias, linajes, y dragones.
Mamá, ¿me compras un dragón?
Desde que tengo memoria he deseado solo una cosa que no podía tener: yo quería un dragón. Los veía en los dibujos y en mis cuentos infantiles. Y quería uno. El resto quería ser jugador de fútbol o bombero, pero yo lo tenía clarísimo. Un dragón era mucho mejor que una pelota o un campo entero de hierba.
Menudo palo me llevé cuando descubrí que no podía acudir a una pajarería a por un dragón de los que salían en la tele o en los comics. ¡Pero es que ni siquiera podía ir a una perrera a por dragones abandonados! ¿En qué clase de universo y broma cruel estaba viviendo que no podía tener ni siquiera un dragón pequeñito? Simplemente, los dragones no existían.
Libros, cómics, cine, dinosaurios y animatrónica
Crecí. Al menos, a nivel intelectual. Y junto con la pubertad descubrí Jurassic Park. A decir verdad, descubrí Parque Jurásico (la novela de Michael Crichton) y luego los comics basados en la película. Luego, descubrí Jurassic Park (película), y resultó ser uno de esos puntos en la vida. Un antes y un después.
Puedo decir con orgullo que soy capaz de adivinar esa película a través del pasillo de veinte metros de una exposición por el rugido del T-Rex. Lo sé porque ocurrió el año pasado dentro de un museo, en el que el ladridosaurio sonó a través del aire e hice lo que habría hecho cualquier niño pequeño de veintiocho años: corrí por los pasillos del museo hasta la pantalla donde el monstruo bramaba gritando «tiranosaurio reeeeex».
Con Jurassic Park ocurrió algo maravilloso. Alguien había construido un tiranosaurio rex, un triceratops y varios raptores (entre otros) solo para jugar a rodar una película. Habían usado una técnica muy rara y novedosa de construcción de cuerpos llamada animatrónica que se estaba extendiendo como la pólvora por las producciones de Hollywood.
Era el tiempo de antes de la animación por ordenador pura, y los animatrónicos eran el puente perfecto para poner un dinosaurio en la pantalla sin que quedase demasiado mal. No sé vosotros, pero a mí los dinosaurios y los dragones se me parecían bastante. Parecía que íbamos por buen camino.
¿Qué tienen que ver los dragones con el robot de cocina?
En ese momento, cuando leía revistas al respecto de la robótica en el cine, me di cuenta de algo: alguien podría construir un animatrónico dragón. El universo estaba salvado. La cosa iba pintando bastante mejor, a fin y al cabo. Y era cuestión de tiempo que la ciencia avanzase lo suficiente como para que yo pudiese poseer un dragón. Si esperaba lo suficiente, alguien lo inventaría.
Luego descubrí lo que significaba «robot de cocina». Entendedme, yo tenía unos doce años y había oído hablar de un robot de cocina, algo que te ayudaba a preparar la comida. Obviamente, me lo imaginaba con brazos (aunque fuesen chiquititos) corriendo con ruedas de tanque por la encimera, batiendo huevos y saludando con su cabeza al que pasase. Poco que decir de la decepción que me llevé al ver uno de verdad, una especie de batidora grande y fea que solo picaba y calentaba la comida y que no poseía ni un solo brazo, mucho menos fantásticas ruedas de tanque. ¿Por qué me hacía esto a mí el universo?
Hoteles, residencias de ancianos y focas robot
Hace un año saltaba la noticia: abría el primer hotel del mundo atendido por robots. Diez, para ser exactos. En el recibidor, como trasportistas del equipaje o para limpiar las habitaciones. Daban un poco de miedo, pero era un avance en robótica importante. Si se puede hacer un humano, ¿no se podrá hacer un dragón? Digo yo…
También a lo largo del año pasado se hizo famosa NUKA (o PARO, en Japón), una foca terapéutica para que personas con problemas relacionales -como ancianos- tuviesen una apoyo cariñoso.
¡Ya estaba todo! A fin y al cabo, ¿qué necesita un dragón? Poder moverse y ser cariñoso.
Quién sabe, quizá dentro de unos años una empresa taiwanesa empiece a fabricar dragones que se carguen con luz solar. Yo les querré igual, aunque no expelan bocanadas de fuego ni mastiquen aldeanos. Que no se puede tener todo en esta vida.
Imágenes | Cocoparisienne, Fotografía propia, T-Rex (FurFur),
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