Que Shakespeare y Cervantes compartieran época, que estén considerados dos de los mayores genios de la historia de la literatura, iconos de sus respectivas lenguas y culturas, que haya un cierto paralelismo entre algunos de sus personajes o que supuestamente murieran el mismo día ‒algo que en realidad no sucedió‒ ha alentado la imaginación de escritores y estudiosos de ambos autores para especular, o directamente inventar, acerca de relaciones, encuentros o influencias entre ellos. Ante un encuentro de semejante magnitud uno puede esperar que suceda cualquier cosa: que sea un estrepitoso fracaso, como la reunión de Marcel Proust y de James Joyce en París, o que salten chispas de creatividad, que fue lo que ocurrió cuando se encontraron Arthur Conan Doyle y Oscar Wilde. En la película de 2007 Miguel y William se fantasea, en tono de comedia, con un posible encuentro entre los dos y una posible colaboración en una misma obra.
Hay quien ha llegado incluso más lejos y ha lanzado la disparatada teoría de que Shakespeare y Cervantes fueran en realidad una misma persona. Sin llegar a tales extremos, ¿hasta qué punto es plausible pensar que los dos escritores pudieran haberse conocido en persona en algún momento de sus vidas? La teoría fue enunciada por primera vez por el ensayista y erudito Luis Astrana Marín a mediados del siglo XX. Astrana Marín fue el autor de una monumental biografía de Miguel de Cervantes en siete volúmenes, así como el fundador de la Sociedad Cervantina, traductor de las Obras completas de Shakespeare y autor de una biografía sobre el escritor inglés. En definitiva, alguien de reconocida solvencia en asuntos cervantinos y shakesperianos. Es por eso que su hipótesis, que además tenía el encanto de ser muy atractiva, no pasó desapercibida.
El primer contacto de Shakespeare con España pudo haber tenido lugar en 1604. Después de la catástrofe de la Armada Invencible Felipe III optó por la estrategia de congraciarse con Inglaterra y envió a Londres una embajada en agosto de ese año, con el noble y diplomático Juan Fernández de Velasco a la cabeza, para firmar la paz. El rey Jacobo I, sucesor de Isabel I, tenía una política menos tirante con las potencias católicas y estuvo de acuerdo con el acercamiento con España, que hasta ese momento había sido su gran rival. El monarca inglés dispuso que la embajada hispánica se alojara en el palacio de Somerset House y que, para su entretenimiento, fueran servidos por los actores de la compañía real, The King´s Men. En el elenco de la compañía se encontraban en ese momento el grandísimo cómico Robert Armin y, cómo no, William Shakespeare. También estaban Henry Condell y John Hemminges, que años más tarde, en 1623, compilarían las obras del Bardo. El dramaturgo británico Tom Stoppard alumbró la posibilidad de que Cervantes hubiera viajado con la comitiva a Sommerset House y recreó una posible conversación con Shakespeare. Un encuentro fruto de la imaginación, claro está.
Al año siguiente Jacobo I envió una delegación a Valladolid, sede de la corte de Felipe III, para ratificar el tratado que se había firmado en Sommerset House. Es admisible pensar que Shakespeare, que ya había tratado con los delegados españoles, formara parte de esa comitiva, aunque no hay documentos que lo certifiquen. De haber viajado, es muy posible que en algún momento se hubiera encontrado con Cervantes, que en ese momento vivía en Valladolid. Sabemos además, por un poema de Góngora, que se le hizo a Cervantes el encargo de escribir una crónica del acontecimiento, lo que indica que podría haber estado muy en contacto con la comitiva.
Poco más se puede afirmar más allá del terreno de la especulación. Pero la falta de certezas no ha sido un impedimento para que se haya fantaseado con el encuentro. En 1989 el escritor Anthony Burgess publica un relato titulado Encuentro en Valladolid, en el que describe una hipotética reunión entre ambos, incapaces de comunicarse por el abismo cultural que existía entre ellos. Lingüísticamente también habría sido un problema porque ninguno de los dos conocía el idioma del otro.
Sin embargo, si nos vemos obligados a descartar un encuentro en persona, ¿podemos consolarnos pensando que hubieran leído sus obras respectivamente y conocieran la existencia el uno del otro? El éxito del Quijote fue tan fulminante que, a pesar de lleva publicado solo unos meses, se le pudo representar alguna pantomima basada en la novela a la delegación inglesa que estuvo en Valladolid en 1605. Algunos de esos embajadores, al volver a su patria, pudieron ser los primeros en introducir ejemplares del Quijote en Inglaterra. Hay que tener en cuenta que algunos de los colaboradores de Shakespeare conocían el castellano y podían leer el libro en la lengua de Cervantes.
Con todo, contamos con una traducción muy temprana de la novela cervantina al inglés. En 1612 Thomas Shelton tradujo el Quijote y es muy posible que esa versión cayera en manos de Shakespeare. Una teoría que se ve reforzada por registros de la época que documentan que entre 1612 y 1613 se representó una obra titulada Cardenio, años después atribuida a John Fletcher y a Shakespeare. Sucede entonces que el inmortal escritor inglés no solo habría leído el Quijote, sino que habría tomado prestado uno de sus personajes y coescrito una pieza teatral con él como protagonista. Aunque eso no significa que Shakespeare hubiera oído hablar de Cervantes: tan poco respeto se tenía al concepto de autoría en la época en la traducción de Shelton no figura el nombre de Cervantes.
La posibilidad que queda completamente desechada es la contraria, que Cervantes hubiera leído o conociera alguna de las obras de Shakespeare, que no empezó a ser traducido al castellano hasta finales del siglo XVIII.
¿Acaso saber que Shakespeare leyó la primera parte del Quijote en 1612 hace que veamos veamos su producción con otros ojos? Está claro que no. Al fin y al cabo, a partir de ese año el genio de Stratford-upon-Avon solo escribió una obra más cuya autoría esté reconocida, Enrique VIII, a lo que hay que añadir dos atribuciones, ambas coestritras con Fletcher, Los dos nobles parientes y el perdido Cardenio. Aunque Shakespeare hubiera leído el Quijote, Cervantes tampoco habría dejado demasiada huella en sus piezas teatrales. Seamos sinceros. Muy poco puede aportar a la significación de la obra de Shakespeare o de Cervantes que en algún momento tuvieran un breve encuentro o siquiera que cada uno de ellos conociera el nombre del otro y, sin embargo, no deja de ser una hipótesis apasionante para aquellos que amamos a ambos autores.
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