Aunque algo conocido, Vladimir Nabokov era un escritor de escasa fama hasta que, en 1955, apareció su obra cumbre, Lolita. Al igual que la Celestina, el Lazarillo, el Quijote o don Juan, el personaje de Lolita ha conseguido traspasar los límites de la literatura y ha calado no ya en el lenguaje cotidiano sino en la cultura popular, convirtiéndose en un verdadero mito moderno. Lolita es más que una forma de referirse a aquellas niñas ‒nínfulas, por usar el término humbertiano‒ que todavía no han desarrollado sexualmente pero que resultan muy atractivas para hombres maduros, es casi una filosofía de vida, entre esteticista y aristocrática, fácil de identificar en su gusto por lo recargado, la época Rococó y la Victoriana. Un concepto que en países como Japón alcanza las dimensiones de fenómeno social, hasta tal punto que el gobierno se ha visto obligado a controlarlo a través de distintas leyes que limitan el uso de personajes animados aniñados para evitar el fomento de la pedofilia. Pero que la obra más famosa de Nabokov haya invadido la realidad de esta manera tan salvaje no es suficiente para explicar por qué la novela se considera una obra cumbre de la literatura.
Desde su publicación en dos tomos el 15 de septiembre de 1955, por la editorial Olympia Press en París, después de haber sido rechazada por cuatro editoriales estadounidenses, Lolita ha arrastrado un halo de malditismo que arrastra hasta el día de hoy, momento en el que sigue siendo considerado uno de los libros más geniales y polémicos del siglo XX. Prohibida dos años en Francia, desde un primer momento fue tachada de indecente e inmortal por moralistas y no pocos críticos literarios. La trama de la obsesión malsana por parte de un pervertido cuarentón hacia una nínfula de 12 años y su posterior arrebato de locura después de que le fuera arrebatada de su lado era suficiente para catalogar la historia de pornográfica. Incluso sin haberla leído. La misma estrechez de miras que llegó a prohibir el Ulises de Joyce unas décadas antes.
Poco importa que ‒una vez más‒ Nabokov aclare en el epílogo que la novela no pretende ser en ningún momento pornográfica. En las novelas de Sade, por no salir del ámbito de lo clásico, el argumento se construye con alternancia de escenas sexuales que van in crecendo, con distintas combinaciones y variaciones, y que se van uniendo con puentes insustanciales que pueden ser perfectamente omitidos. Como darle a cámara rápida entre escenas de sexo. Lolita, en cambio, está construida de una forma muy distinta. Si alguien se acerca a ella esperando encontrar una versión bien escrita de Cincuenta sombras de Grey se va sentir decepcionado, o en palabras de Nabokov, aburrido. No es solo que en la novela no se emplee un solo término obsceno o se describa ninguna escena truculenta, es que la estructura narrativa del libro no puede ser más antipornográfica.
No quiere decir esto que en Lolita no haya lujuria, sensualidad o perversión, pero una de las destrezas de Nabokov consiste en sugerirlo más que en mostrarlo por las bravas. Quizá no se llega al estremo de sublimar la sexualidad en idealismo platónico que sí encontramos en Muerte en Venecia de Thomas Mann, donde el profesor Aschenbach se siente atraído por el jovencito Tadzio. No, en Humbert hay algo más que la búsqueda de la belleza ideal; a diferencia de Aschenbach, él no solo no morirá de amor contemplando a la hermosa Lolita sino que esa pasión se conducirá por unos cauces más autodestructivos. El amor por Lolita lo llevará a cometer las peores aberraciones, a mentir como un canalla, a fantasear con el asesinato, a ocultarse como un delincuente, a huir, a sentir el delirio de la persecución, a quitar una vida humana con sus propias manos.
No es, desde luego, un amor que sublime al estilo de Mann. Pero eso tampoco significa que lo que Humbert sienta sea pura carnalidad. Es al mismo tiempo protector y corruptor de su pureza. En un momento determinado afirma que la Lolita que le quema las entrañas no era tanto la de carne y hueso como una creación sui generis, otra Lolita fantástica, acaso más real que la real, eterna nínfula; y más adelante dirá: «no me interesa en absoluto el llamado sexo […] Una tarea más importante me reclama: fijar de una vez por todas la peligrosa magia de las nínfulas».
Por citar el famoso poema de Gil de Biedma, lo que se produce en Humbert es una mezcla a partes iguales del amor pandémico y del amor celeste, del amor del cuerpo y del amor del alma, de lo apolíneo y lo dionisíaco, por emplear los términos nietzscheanos. En Lolita se juntan lo bestial y lo hermoso, y es ese límite lo que Humbert trata de fijar. De ahí el peligro constante de caer en el abismo, porque no hay nada más peligroso, más atrozmente cruel, que el amor de una niña hermosa y adorada, una nínfula demoníaca de ojos turbios y labios brillantes. El viejo Humbert, el vicioso pederasta, es al mismo tiempo dueño y esclavo de la nínfula.
Es por eso que la relación que se establece entre ambos personajes es bastante más compleja que la de un pederasta y su presa. Sí, Humbert fantasea con otras nínfulas, pero siempre acaba volviendo a Lolita, como Aschenbach vuelve a Tadzio. La idea de que Lolita no tendría siempre doce años le atormentaba, de que más pronto que tarde acabaría convirtiéndose en una adolescente insoportable que habría convertido su magia de nínfula en un rostro lleno de granos era una atrocidad. Llegó, incluso, a fantasear con la idea de engendrar una nueva Lolita con la antigua Lolita. Pero lo que no se puede olvidar tampoco es que un Humbert derrotado, consumido por la ausencia de su Lolita, es capaz de plantarse ante la antigua nínfula, ya con diecisiete años, con mejillas pálidas, zapatillas de paño sucias de fango y un bebé en el vientre y decirle: «La vida es muy corta. De aquí a ese viejo automóvil que conoces tan bien hay solo un trecho de veinte, veinticinco pasos. Es un trecho muy corto. Da esos veinticinco pasos. Ahora. Ahora mismo. Vente así, como estás. Y viviremos felices el resto de nuestras vidas».
Por eso, sinterizar y sentenciar Lolita como pedofilia es poco menos que falsear el libro. Pobre Nabokov. El paralelimo del profesor Humbert con Nabokov parecía casi inevitable. Si no se conoce mínimamente al autor, la idea de un extravagante cincuentón senil que recorre parques en pantalón corto cazando mariposas y acechando a jovencitas tiene un patetismo demasiado poderoso como para huir del tópico de considerar Lolita como una novela autobiográfica. Poco importa que en el epílogo de su novela ‒tercera alusión‒ el autor aclare que es ficción, que nada le unía al personaje, que él reprobaba su conducta como cualquiera de los lectores del libro; durante muchos años Nabokov tuvo que aclarar que no era aficionado a las niñas. Y a pesar de todo Lolita era uno de sus libros más queridos.
No sé si te has leído el libro, porque mezclas la narrativa de Navokov con la película de Adrian Lyne. Céntrate en el análisis del libro.
Recuerdo haber leído y estudiado la novela en Crítica Literaria ( fue mi especialidad cuando cursé con matrícula Filología Hispánica) y la destripé hasta las entrañas.
Humbert, o el alter ego de Nabokov es un hombre traumatizado por un desenlace fatal en su infancia. Lolita es una niña y como toda niña es cruel y conoce las debilidades de su «compañero de viaje».
El deseo del viudo hacia ella son sólo resquicios de una herida no curada. Y ella se aprovecha de ello.
Por otro lado una nota al margen: jamás abuses de los términos que aparecen en la novela (he notado que no paras de repetir nínfula como quien recita el padre nuestro.) Ya sabemos que es una niña precoz sexualmente.
Y sí, Nabokov tenía un lado oscuro, como Lewis Carroll, lo que sucede es que en su época el castigo era la pena de muerte. Por ese motivo nunca lo reconoció y lo negó innumerables veces.
Un saludo.
Remedios
He de añadir que en la novela no hay rastro de las últimas palabras de Lo a su padre, que es sólo una aportación dramática de Adrian Lyne a su film páginas 293-305).
Ninfula viene de ninfa ( deidad menor de la mitología greco-latina.
Por último, ya que no voy a hacer una crítica de 20 páginas de Lolita, es que es una novela compleja ya que son pocos los que se percatan del factor psicológico del protagonista: un hombre atado entre su trauma de juventud y su papel como padre sobre protector.