Qué romántica me parecía aquella escena (o escenas) de Blade Runner en que la jerga común interlingua se hablaba sin interrupciones, sin enseñar al espectador qué era aquello de lo que se trataba en la imagen. Supuse que alguien con unas notas básicas de español, como era yo por aquél entonces, podría llegar a captar algo. Obviamente, de un argot «mezcolanza de francés, inglés, italiano, español y lo que sea» poco hice. Ni siquiera más tarde, cuando añadí a mi oído la fonética inglesa, era capaz de enterarme de nada de lo que se decía.
Por suerte para los fans, hubo una versión de la película que se parecía un poco más al libro «¿Sueñan los robots con ovejas eléctricas?», en el que sí se explica qué es lo que hablan en esos momentos de mix de lenguas.
Pero, oyendo estas y otras lenguas inventadas para la ficción, uno se pregunta si hubiesen podido evolucionar o surgir por sí mismas en, digamos, un universo alternativo. ¿Hay algo que deba cumplir para que una lengua llegue a existir?
La ley de Zipf
Hace mucho, mucho tiempo, un hombrecillo con el rocambolesco nombre de George Kingsley Zipf descubrió que los idiomas naturales (a diferencia de los artificiales como el Kinglon o los élficos de Tolkien) seguían una pauta en sus palabras. Una pauta matemática. Varias, a decir verdad.
Se dio cuenta de que la frecuencia de la aparición de distintas palabras sigue una distribución aproximable por la expresión Pn ~ 1/na. O, dicho para una persona sin doctorado en matemáticas, que existen palabras que se utilizan muchísimo en una lengua. Dijo que hay palabras que tienen más posibilidades de aparecer en un texto que otras, y lo demostró de manera empírica trabajando años en su modelo. Explicado de un tercer modo, dijo que un pequeño número de palabras son utilizadas con mucha frecuencia, mientras que frecuentemente ocurre que un gran número de palabras son poco empleadas.
Resulta curioso darse cuenta de que la palabra más usada en un idioma se use el doble de veces que la segunda, el triple que la tercera, el cuádruple de la cuarta…
También se dio cuenta de que la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición (cuantas más veces aparece una palabra en un idioma, más corta es). Esto es más fácil de comprender que lo primero. Es decir, que la palabra «a» se usa más que la palabra «la». Y no sin lógica. Si repites mucho una palabra, ¿no quieres que esta tenga una forma fácil y útil en lugar de algo engorroso?
Tan solo imagináos que la preposición que significa «a» sea «blatasklarkhtagg». Simplemente, no resulta demasiado eficaz.
A pesar de que el apellido de George K.Z. suene como un pie deslizándose desde una zapatilla y a puntito de darse una leche contra el suelo, este lingüista se dio cuenta de algo muy importante. La lengua evoluciona con el uso. Este descubrimiento de Zipf nos dio a entender que ninguna lengua puede ser impuesta a la fuerza, y que son los hablantes/escritores los que dan forma a su lenguaje.
Si, y pongamos un ejemplo raro, nos borran todos los idiomas del mundo y nos obligan a aprender Klingon, es muy probable que este cambie en muy poco tiempo para adecuarse a las leyes de uso efectivo.
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