e-book

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   Con el auge de las nuevas tecnologías, resulta evidente que las formas tradicionales de transmisión de la cultura han sufrido un cambio radical, un punto de no retorno del que seguramente aún no seamos capaces de hacernos cargo.

   Centrándonos en la literatura, podemos advertir varias modificaciones. Por ejemplo, los hábitos de lectura han cambiado de manera notable, debido sobre todo a la aparición del libro electrónico, que arrastra la posibilidad de adquirir contenidos de una manera rápida y económica, quizás en concordia con la dinámica capitalista y los hábitos de vida actuales.

   Por otro lado, el acceso a Internet facilita que cualquier persona con un computador y ganas de escribir, pueda hacerlo, compartiendo sus textos con un número de lectores potenciales con los que ningún autor del siglo XIX podría haber soñado. Yo mismo podría llegar a acumular más lectores que por ejemplo Robert Louis Stevenson en su tiempo, y evidentemente no en virtud de mi valía como literato.

   Ambas dimensiones facilitan una nueva línea de negocio, el de la autoedición, la coedición o la prestación de servicios editoriales.  Cualquier escritor que pueda permitirse desembolsar una cantidad económica determinada, podrá ver cumplido el sueño de editar su obra, independientemente del valor literario de la misma.

   La proliferación de tales empresas de servicios editoriales ponen en jaque a las grandes editoriales tradicionales, que a marchas forzadas tratan de mantener el monopolio de la edición adaptándose a los nuevos tiempos.  No olvidemos que, por ejemplo, Grupo Planeta distribuye un periódico como La Razón y gestiona el entramado audiovisual de a3media, por lo que seguramente su criterio para la selección de una u otra obra no será estrictamente literario, y tendrá más que ver con otros factores como la política, las acciones en bolsa, o el cálculo de ganancias.

La isla del tesoro

La isla del tesoro

   Entre ambas, perviven pequeñas editoriales que a duras penas tratan de mantener su negocio, utilizando todos los medios que las nuevas tecnologías ponen a su alcance, y editando obras que sin embargo consideran de calidad. Estoy pensando en editoriales centradas en un género determinado, traducciones clásicas, editoriales especializadas en poesía, etc.

En el polo opuesto, podemos encontrar incluso cursos de coaching para escritores frustrados. O portales web dedicados a informar sobre las técnicas narrativas y los recursos literarios disponibles para escritores. Tales páginas recetan, a modo de médico de cabecera, determinadas estrategias, trucos, o consejos para escribir mejor, del estilo “5 errores que no puedes cometer al empezar tu novela” o “los 7 pasos para escribir un bestseller”.

   Sinceramente, no me imagino a James Joyce, a Dostoievski, o a Kafka, yendo a cursos de coaching y leyendo tips sobre como ser un escritor de éxito. Pero la pregunta interesante, si habéis llegado hasta aquí, es quién lee hoy en día a esos autores. Porque quizá uno de los grandes perdedores de estos cambios en el modelo de mercado editorial sea la buena literatura, la literatura clásica. Quizás llegue un día en que estemos más preocupados por autoeditar nuestro pequeño poemario, por sumar otro par de seguidores en Twitter, o por escribir un bestseller digno de Grupo Planeta, que nos olvidemos de la literatura. Y eso sería verdaderamente dramático.

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