El veneno es tan antiguo como la humanidad, las primeras apariciones del veneno en la historia datan del 4500 a. C y, aunque tiene muchos usos —la farmacología siempre se ha nutrido de venenos para curar—, si por algo lo conocemos es por ser el cruel verdugo. Sería en las primeras etapas de la humanidad cuando comenzaría a usarse como forma de matar, pues existen rastros de su uso en las armas de caza prehistóricas, usado como método de acelerar la muerte de algunas presas. Pronto se sofisticaron los métodos y las armas se fueron adaptando, evolucionando para hacer más efectivo el uso del veneno… Llegando a los paraguas-pistola que usaban los agentes del KGB.

   El veneno siempre ha formado parte de la cultura popular, para muchos es una forma literaria de morir. El envenenamiento siempre ha formado parte del juego de poder, de las conspiraciones, de los secretos y de las venganzas ladinas. Dicen los criminalistas que el veneno es un arma de mujer, pero muchos hombres lo han usado para dar muerte a sus enemigos, desde los astutos agentes del KGB, hasta Claudio, el tío de Hamlet. El veneno nos hace pensar siempre en terribles secretos y venganzas.

   Sobre el veneno dijo Paracelso: «Nada existe que no sea venenoso, el veneno está en todo lo que nos rodea. Lo único necesario para que sea mortal es descubrir la dosis adecuada». Quincey diría, en su obra Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes, que el envenenamiento, era una práctica cruel y miserable —más si cabe que el homicidio en sí—, una práctica cobarde y deplorable que, sin duda, había sido importada desde Italia.

   El veneno ha sido también una forma melodramática de quitarse la vida. Personajes ilustres decidieron quitarse del medio mediante este método, algunos como Sócrates, decidieron hacerlo para que los crímenes que sus rivales políticos le imputaban, no acabaran con sus brillantes ideas, se bebió un vasito de refrescante cicuta y sus ideas quedaron para siempre en los cimientos de la sociedad occidental —¡jodeos sofistas!—. Otros personajes recurrieron al veneno por motivos menos nobles, como Hitler que antes de dispararse se tragó una cápsula con arsénico o Marilyn Monroe que se quitó la vida con un cóctel de barbitúricos —o eso es lo que quieren que pensemos—.

Marilyn Monroe

Marilyn Monroe

   Otros personajes ilustres no pudieron decidir; el emperador Claudio compartiría destino con el Archiduque Carlos de Austria, los dos murieron por una intoxicación causada por setas venenosas. De Claudio se sospecha que fue asesinado —por la infame Locusta—, y del Archiduque Carlos, diría algunos más tarde Voltaire, que el suyo fue un plato que cambió el destino de Europa. Otro que era muy dado al veneno era el papa Alejandro VI, más conocido como El Papa Borgia, el valenciano que había logrado ascender al poder a base de sembrar cadáveres por toda Europa, murió víctima de su propio modus operandi, nunca mejor dicho, probó su propia medicina al beber por error de una copa que él mismo había preparado para el Cardenal Corneto.

   Mozart murió convencido de que había sido envenenado, así se lo hizo saber a su esposa Constanza, aunque su cadáver se perdió para siempre, algunos estudios modernos señalan que realmente fue una infección por streptococo lo que acabó con la vida del genio austríaco. El que sí murió envenenado fue el último gran emperador de occidente, Napoleón Bonaparte, recluido en la isla de Santa Helena y afectado por un doloroso tumor estomacal, parece que el pequeño corso, murió a causa de un envenenamiento por arsénico, según pruebas que se pudieron realizar a los restos que se conservan de sus cabellos. Lo que nunca sabremos es si, se envenenó él mismo tratando de curar su enfermedad o alguien lo hizo por él.

La cultura popular tiene sus venas llenas de este fatal elixir, la literatura y el arte en general se nutren de historias de envenenadores y envenenadoras. Nombres muy célebres recorren la historia del veneno desde sus inicios, volviendo a Claudio, encontramos a Locusta, una esclava gala al servicio de Nerón y Agripina y de quien se dice que asesinó a muchos patricios, incluido el pobre emperador. Víctima también del veneno es la joven Sofonisba, la hija del cartaginés Asdrúbal que también se quitó la vida.

   Pero no solo de víctimas vive el veneno, qué va, la cultura popular recoge también los nombres de grandes envenenadoras, hemos hablado ya de la infame Locusta, pero no podemos olvidar nombres como Catalina de Medici, Hyeronima Spara, madame Voisin o la famosa Giulia Tofa, la creadora del Agua Tofana, un elixir mortal e indetectable, capaz de acabar con cualquiera. Aunque se sabe poco de la fórmula todo parece indicar que estaba compuesta de arsénico, plomo y Belladona, gracias a este famoso elixir, muchas mujeres lograron liberarse de la esclavitud que era el matrimonio en la época. Giulia vendía su elixir en forma de polvo o en frasquitos con la efigie de San Nicolás de Bari, de forma que las mujeres podían tenerlas en sus tocadores sin levantar sospecha. Según sus propias declaraciones en el juicio, entre 1633 y 1651, Giulia Tofa, ayudó a envenenar a 600 hombres.

   Aunque vayamos a la literatura que es lo que nos interesa, ¿verdad? El veneno está presente en la literatura desde la época clásica, aunque en un principio son las mujeres las que más uso darán a esta sutil arma. Figuras crueles y manipuladoras como Medea y Circe, que usaron el veneno para manipular y hacer daño a los hombres, por otro lado, encontramos a envenenadas tan patéticas como Madamme Bovary, que se suicidará con arsénico.

   En los cuentos infantiles los venenos fluyen como el agua y podemos encontrar a malvadas madrastras que envenenan manzanas para lograr ser las más bellas del reino. Algo más mortal era el veneno que Garfio llevaba escondido en su anillo y con el que pretendía asesinar a Peter Pan, también era mortal el veneno que vertió Halima en Las Mil y Una Noches, para escapar del malvado brujo que la había apresado. Alejandro Dumas, en el Conde de Montecristo, presenta de nuevo a una madrastra dispuesta a envenenar a su hija, la joven Valentina.

El bello arte de envenenar

El Capitán Garfio

   Otro personaje, que resultará tan patético como entrañable es Merricat Blackwood, el personaje protagonista de la obra de Shirley Jackson, Siempre hemos vivido en el castillo y que se presenta diciendo: «Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que, con un poco de suerte, podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance y Ricardo Plantagenet, y la Amanita Phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto».

   Las obras de nuestro amado Cervantes también están repletas de tósigos y antídotos, mostrando con bastante fidelidad una sociedad tardorrenacentista, que acababa de descubrir las propiedades de muchas plantas y flores llegadas de las Indias y que vivía, una época dorada del envenenamiento. En sus páginas encontramos los ungüentos de brujas y otros elixires fatales, la mayoría basados en el arsénico y la cicuta, aunque también se habla de otros venenos animales tan temidos como el de áspid, el de serpiente y el de escorpión.

   Pero si hay un elixir famoso en su literatura este es el Bálsamo de Fierabrás, una pócima capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano, que su supone son los restos del bálsamo que se uso para embalsamar el cuerpo de Jesús y que Fierabrás y su padre el rey Balán robaron al conquistar Roma. El ingenioso hidalgo le muestra la fórmula a Sancho y cuece su propio elixir con vino, sal, aceite y romero y bendecido con ochenta padrenuestros, ochenta salves, ochenta avemarías y ochenta credos. Tras beberlo sufre vómitos y sudores, aunque pronto se siente recuperado y curado, no así Sancho que padece diarreas, según don Alonso, por no ser un caballero ungido.

   Envenenar está mal, ya sea con arsénico, con venenos animales, con Agua Tofana o con estricnina. El veneno, como decía Quincey es una arma deplorable y cobarde, aunque terriblemente literaria, llena de reminiscencias clásicas, que nos traen a la memoria cuentos infantiles, terribles tragedias y algunos de los más hermosos cuadros de la historia del arte.

Comentarios

comentarios