La tecnología ha sido una gran aliada de los bibliotecarios desde que empezó a ser utilizada. Frente a las tradicionales fichas a mano de toda la vida, informatizar los catálogos ha permitido facilitar las búsquedas, agilizar los préstamos y devoluciones o disminuir las pérdidas de libros, entre otras muchas ventajas. Sin embargo, como en muchos otros sectores laborales, el desarrollo tecnológico ha llegado a un punto en que ha facilitado tanto el trabajo de los bibliotecarios que ha comenzado a poner en peligro puestos de empleo. Los robots ya han llegado a las bibliotecas y esperemos que solo para echarles una mano a los bibliotecarios y no para terminar sustituyéndolos.
Uno de los trabajos más tediosos y necesarios de un bibliotecario es la ordenación del catálogo. Imaginemos la siguiente situación: a un usuario le llama la atención un libro, lo coge un momento para hojearlo y después vuelve a soltarlo en cualquier parte; detrás viene otro usuario buscando ese mismo libro pero no lo encuentra porque no está en el sitio exacto; el libro figura como disponible en el catálogo pero no está donde debería, así que es necesario perder una cantidad de tiempo variable para encontrarlo y volver a colocarlo en su sitio original. Esta es una situación que, por desgracia para la salud mental de los bibliotecarios, es más habitual de lo que debería. En una biblioteca el buen funcionamiento del sistema depende del mantenimiento estricto del orden de los libros. Un libro fuera de su sitio puede crear un retraso de varios días entre que se solicita y se recupera.
Este problema podría tener fin, ya que investigadores de la Agencia de Singapur para la Ciencia, la Tecnología y la Investigación ‒ la A*STAR‒ han desarrollado un prototipo de robot llamado AuRoSS que podría ayudar a los bibliotecarios a mantener los libros en su sitio apropiado. AuRoSS es capaz de escanear las estanterías de forma autónoma para determinar qué libros faltan o cuáles están fuera de su sitio. AuRoSS utiliza un brazo robótico y un escáner para catalogar las ubicaciones de los libros y es posible programarlo para que trabaje en estanterías que no conoce. El robot puede dedicarse a tareas de clasificación durante toda la noche para que por la mañana, cuando los bibliotecarios lleguen, los libros estén en orden.
Un caso extremo a la implementación de robots es la Biblioteca de la Universidad de Chicago, que cada año incorpora a su catálogo unos 150.000 libros nuevos. Las bibliotecas de investigación gigantescas se enfrentan a desafío extra: tener demasiados libros y crecer a un ritmo casi incontrolable. Aquí un robot que vaya escaneando las estanterías no es suficiente. Recientemente los ingenieros de Dematic, una empresa que fabrica mecanismos automatizados y sistemas de almacenamiento para marcas como Boeing, Ford o IBM, ha diseñado un área de almacenamiento subterráneo de cinco plantas gestionado por cinco grúas robóticas, con capacidad para albergar tres millones y medio de volúmenes en la séptima parte del espacio que necesitaría una biblioteca para almacenar esas cantidades de libros. El truco es que los libros no se ordenan por el tradicional sistema decimal Dewey sino por un criterio más simple: por tamaño.
El aspecto de la Biblioteca Subterránea de la Universidad de Chicago poco tiene que ver con la imagen tradicional que solemos tener de este tipo de edificios. La zona de almacenamiento básica contiene 24.000 cajones, apilados en bastidores de metal de más de 15 metros de alto. La mayoría de las cajas miden aproximadamente un metro, pero el tamaño se ajusta al tipo de libro, de forma que las cajas con manuscritos o con atlas son más grandes. Cada caja está dividida en compartimentos y contiene unos cien libros. Toda la zona se mantiene en condiciones de temperatura y de humedad adecuadas para que la conservación del papel sea óptima.
El sistema es similar al que se está usando ya en farmacias. Cuando un usuario solicita un libro a la biblioteca el sistema detecta cuál es su ubicación exacta. A continuación, una de las cuatro grúas robóticas llega al cajón correspondiente, coge el libro y lo coloca sobre una bandeja que lo sube hasta el mostrador. El tiempo que pasa entre que se pide un libro y se entrega es aproximadamente de unos cinco minutos. Cuando el usuario devuelve el libro el bibliotecario lo deja sobre la bandeja y el proceso vuelve a repetirse en sentido inverso.
El aspecto de la biblioteca quizá parezca una especie de Matrix de libros, pero además de agilizar todo el procedimiento elimina cualquier posibilidad de perder libros ‒la mayor parte de las bibliotecas pierden entre un 2% y un 3% de su colección cada año‒. Dematic ha construido ya diecisiete sistemas de bibliotecas automatizadas por todo el mundo, aunque la de la Universidad de Chicago es la más compleja. Evidentemente, para la mayor parte de las bibliotecas es quizá algo innecesario ‒o no, recordemos una vez más que ya hay muchas farmacias funcionando así‒, pero de lo que no cabe duda es de que los robots han entrado por la puerta grande de las bibliotecas y han venido para quedarse. Esperemos que no se queden tanto como para que ya no hagan falta los bibliotecarios.
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