Cervantes, Curie, Marx, Napoleón. Cualquiera de ellos posee algo que ni aportará ni restará valor nunca a la humanidad. Un elemento aleatorio, independientes de sus hazañas y notoriamente absurdo, que todos ellos tienen.
Leía ayer un tweet de Alejandro sobre Kafka que me llamó la atención sobre un hecho irrefutable: los nombres son algo puramente aleatorio. Y, además, tienden a repetirse en la historia. A copiarse y a perpetuarse a sí mismos constantemente sin que las personas que los entonan piensen en cuál fue su origen.
Cuando ahora observamos una situación trágicamente absurda le asignamos el adjetivo de kafkiano sin tener presente que de haberse llamado Paco García en lugar de Franz Kafka ahora usaríamos garciano para referirnos al mismo concepto. Y esto ocurre con mucho de lo que nombramos.
Los dioses antiguos y Sistema Solar
Mi primer encontronazo con este concepto ocurrió hace tiempo, y acabé por condensado en el relato corto …y por eso todos los planetas saben a pollo, en el que dejo patente la falta de originalidad humana a la hora de asignar nombres antiguos a todo lo nuevo.
¿Un nuevo planeta? Llamémosle Pandora, que casi no hay ningún objeto en nuestro haber con tal nombre.
¿Un nuevo cometa? ¡Eh!, se me ocurre que podemos ponerle Aquiles, que solo hay 1000 objetos estelares nombrados así. Seguro que no causa confusión ni nada. Ah, no, espera… va a pasar cerca de la Tierra: se llamará Aphofis en un alarde de originalidad.
Cuando echamos la vista al cielo y contemplamos planetas, estrellas y constelaciones estamos contemplando varios centenares de nombres repetidos hasta la saciedad. Al parecer nos faltan nombres para todo aquello que hay que designar por ahí arriba, y esa es suficiente excusa para que estos se copien y peguen hasta el aburrimiento.
¿Y si el marxismo se conociese como carlismo y viceversa?
A lo largo de la historia hemos tomado los nombres y apellidos de aquellos que tuvieron la fuerza de doblegarla (siempre durante muy poco tiempo) y se los hemos asignado a los conceptos a los que dieron forma. Marxismo, leninismo, isabelino, carlista… el catálogo es amplio.
Y, sin embargo, pocas veces paramos a pensar en cómo hubiese sonado si la cabeza visible hubiese sido otra. ¿Os imagináis un mundo en que Napoleón hubiese quedado relegado bajo el mando de un tal Louis Alexandre Berthier? (que fue, por cierto, un general a su mando en la campaña en Egipto y Siria).
Quizá ahora llamaríamos al siguiente periodo de la historia Francia alejandrina en lugar de napoleónica, y nuestros alumnos de historia tendrían una nota enorme junto a su lección:
«No confundir con los sonetos alejandrinos que toman el nombre de Alexandre de Bernay».
¿Y si Gauss hubiese tenido un accidente antes de descubrir las distribuciones gaussianas? Quizá ahora las llamaríamos distribuciones moivrianas, en honor a Abraham de Moivre. Algo que quizá nos cuesta leer pero a lo que sin duda nos acostumbraríamos tras varios siglos de plasmarlo aquí y allá en libros.
No deja de sorprenderme lo maleable y aleatoria que es la historia de los nombres, y lo absurdo y banal que parece el usar uno u otro. ¿Os imagináis qué hubiese pasado si a Miguel de Cervantes le hubiesen bautizado como Alfonso de Cervantes? O si hubiese adoptado el apellido de su madre (de Torreblanca). Ahora leeríamos: Miguel de Torreblanca Saavedra.
Sin duda algo que parece querer cortocircuitar nuestro cerebro de un modo completamente gratuito.
Quién sabe, quizá solo lleguen a genios personas con nombres rimbombantes o curiosos, y por eso pocas personas con nombres comunes aparecen en nuestros libros de historia o dan nombre a montes, ríos planetas o sistemas solares. Quizá debamos usar la imaginación la próxima vez que acudamos al registro con nuestros pequeños.
Parece lógico pensar que las palabras menos importantes de la obra de cualquier persona fue aquellas que nunca pudo llegar a elegir: su nombre.
Un ejemplo que también me parece muy ilustrativo de lo que comentas es el nombre de Shakespeare. Ya en su época existían hasta 83 formas distintas de escribir el apellido de este autor. Que nos hallamos quedado con Shakespeare es totalmente casual. Podría haber sido en su lugar Shaxberd o Shagspere. Lo explico aquí: https://lapiedradesisifo.com/2015/04/09/existen-ochenta-y-tres-formas-posibles-de-escribir-el-apellido-de-shakespeare/
Recuerdo que me sorprendí bastante cuando lo leí hace tiempo. Pero claro, tiene cierta lógica, dado que las reglas ortográficas aún no estaban conformadas (y bueno, con el inglés aún están en una tirantez considerable debido a los demasiados dialectos).
Precisamente, Alejandro Gamero, Shakespeare supongo que lo has mencionado, porqué es uno de los máximos secretos de la Historia. No sabemos como se llamaba en realidad, si era un mote o un nombre de guerra: si era espía – que eso parece cierto – que si lo escribió todo solo o con ayuda de otra mano, o si…¡Era un sosias, – Cristopher Marlowe -que actuaba en el nombre de otro! ¿El bueno de Shakespeare sabía que lo era? https://plus.google.com/112753404930159508917/ posts/6ZUDgmSDbxq.
Este enorme enigma, que escribía como los propios dioses, bien merece, como mínimo, un novelón repleto de páginas y aventuras…Sigo dándole vueltas a la idea, pero creo que me supera.
Hace poco escuché que sabemos tan poco de la vida de Shakespeare que tratar de completar los huecos es más una tarea de imaginación que una búsqueda de lo que realmente ocurrió.