Cada poco tiempo aparece alguna noticia relacionada con el desarrollo de la inteligencia artificial enfocada a la escritura creativa. No podía ser de otra forma, teniendo en cuenta que incluso existe una competición, el NaNoGenMo, que pretende conseguir el código que permita a un programa informático generar una novela que sea imposible de distinguir de la escrita por un ser humano. Los avances son cada vez más sorprentendes: ya se ha publicado una novela de estas características y otra, coescrita por un programa informático casi gana un premio literario, casi gana un premio literario. Hemos llegado ya a un punto de avance tecnológico en el que ni los editores se salvan: tu próxima lectura podría haber sido publicada por decisión de un ordenador.
Y no creas que, si se hace bien, es tan fácil distinguir un texto escrito por un programa informático de otro escrito por un ser humano, como demostró el experimento que realizó el diario The New York Times. Después de todo, en una novela siempre será más fácil identificar la mano digital porque son textos más largos y necesitan una coherencia más compleja, pero en poesía y en relatos breves la cuestión puede llegar a complicarse bastante.
Estoy seguro de que cuando Roland Barthes hablaba de «la muerte del autor» no se refería precisamente a textos en los que en efecto no hubiera autor, o al menos autor humano, pero qué podría haber más posmoderno que una revista literaria entera escrita por un software. Pues existe y se llama CuratedAI. Esta publicación, que se presenta como «la revista literaria escrita por máquinas para humanos», es obra del ingeniero informático Karmel Allison. Según explicó Allison en Popular Science, los poemas y la prosa que aparecen en ella provienen de diferentes programas de inteligencia artificial seleccionados por seres humanos. Si el test de Turing es una manera un tanto subjetiva y discutible de medir la humanidad de una máquina, la poesía puede ser el atajo de esa subjetividad.
Uno de los algoritmos de Allison, llamado Deep Gimble I, cuenta con un vocabulario de más de 190.000 palabras, lo que contrasta con las cerca de 33.000 palabras que emplea Shakespeare. Esto, claro está, no significa nada. Usar más palabras no implica escribir mejor ni que lo que se escribe tenga más sentido. El propio Allison, que también escribe poesía desde hace años, admite que esa enorme cantidad de palabras hace que muchas veces Deep Gimble I utilice palabras demasiado elevadas como para que tengan sentido en el verso.
En realidad, si volvemos a Barthes este experimento tiene más sentido del que parecía. Para el célebre semiólogo francés la lectura es un proceso en el que el lector tiene mucho mayor protagonismo que el escritor. El texto deja de pertenecer a este para pasar a ser dominio del lector y de la cultura en general. No importa cuáles sean las intenciones o motivaciones del autor, que como lectores solo podemos alcanzar a especular. Esta claro que un texto realizado por una máquina no puede tener las mismas intenciones que en un ser humano. La creatividad, en el sentido tradicional del término, aquí es inexistente. Pero si hacemos que todo el peso recaiga en el texto, eso poco importa.
Iniciativas como las de CuratedAI parecen estar todavía en pañales, pero enseñar a inteligencias artificiales a comprender, apreciar y escribir poesía, no es solo una excentricidad tecnológica posmoderna, sino que puede ser algo mucho más importante de lo que parece a simple vista, como demuestra la experiencia Poetry for robots. Si la poesía es una de esas cosas que nos hacen ser humanos, otorgársela a máquinas es un primer paso más para eliminar las fronteras entre ambas entidades.
«eliminar las fronteras entre ambas entidades». Me ha encantado esa palabra de nivel superior a «humano», y que lo sitúa en paralelo con otras formas de ¿vida?. O simplemente formas.
Un gran artículo, Alex =)
Los llamé entidades porque buscaba un término que me permitiera poner a humanos y a ordenadores bajo el mismo concepto. Sabía que este artículo te gustaría 😉