Amazon

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   Que Amazon ha cambiado las reglas del juego del sector editorial es algo que ya difícilmente nadie puede poner en duda a estas alturas. Como señala el diario The Atlantic en un reciente artículo, en el mundo de la autopublicación, donde cualquier persona puede subir un documento a la plataforma y llamarlo libro, sin que exista el más mínimo filtro de calidad, una cantidad alarmante de escritores está viendo cómo hay quienes plagian sus libros, a veces de forma descarada, palabra por palabra, y otras veces de forma más sutil, con pequeñas modificaciones que consiguen eludir a los softwares para detectar plagios.

   Aunque Amazon asegura que existe un equipo dedicado a la detección de este tipo de situaciones, lo cierto es que en la mayor parte de los casos son los propios lectores los que acaban informando al autor original de la infracción. Algo que es muy complicado, ya que es necesario que esos lectores hayan leído ambos libros y que sean capaces de recordar el original y reconocerlo en el plagio. De hecho, existen comunidades en páginas como Goodreads dedicadas a identificar libros falsos, incluyendo novelas plagiadas. Pero incluso cuando la situación es evidente, no es sencillo conseguir que la plataforma retire el plagio. Primero hay que demostrarlo y mientras se hace pueden pasar semanas o hasta meses, un valioso tiempo en el que el plagiario sigue aumentando sus beneficios.

   Y más difícil todavía, una vez que se ha demostrado que existe un plagio, es lograr que Amazon le pague las regalías al autor original, incluso aunque la plataforma haya eliminado el libro por infracción del copyright. Dar con la identidad verdadera del plagiador puede convertirse en todo un reto porque para desarrollar su actividad suelen esconderse detrás de infinidad de perfiles falsos, pseudónimos, biografías inventadas y fotografías falsas. A menudo es necesario contratar a un abogado y embrollarse en procesos legales, un auténtico calvario sobre todo para autores independientes que no cuentan con el respaldo de una editorial que luche por ellos y que tienen que tomar la decisión de si les sale rentable poner una demanda que va a consumir una buena parte de su tiempo, su dinero y sus desvelos.

   Ante esta situación Amazon, a diferencia de una editorial, tiende a lavarse las manos. Cuando un lector compra un libro en esta plataforma, Amazon se queda con un porcentaje de la venta y da el resto a los autores en concepto de regalías, independientemente de que sea o no un plagio. Si se descubre que existe un plagio el gigante de los libros elimina el contenido que viola los derechos de autor y fin de la historia. No hay una rendición de cuentas, como sí ocurriría si ese mismo libro lo publicara una editorial tradicional. Además, Amazon solo retira el contenido que haya infringido las condiciones, sin que ocurra nada con el resto de libros de ese autor, cuando está comprobado que muchos de los autores que cometen plagio tienden a reincidir porque lo hacen por una cuestión económica. La plataforma insiste en que los usuarios que reinciden son eliminados, pero esto no siempre ocurre. La escritora Laura Harner, por ejemplo, es una plagiadora reconocida y sus libros siguen en venta en Amazon. Pero aunque se la eliminara, nada le impediría volver a registrarse con otro nombre.

   El género que en principio concentraba el mayor número de plagios era la novela romántica, uno de los más rentables en cuanto a ventas en libros digitales, pero cada vez es más frecuente encontrarlo en todo tipo de géneros, incluso en libros de cocina o en novelas clásicas como Alicia en el País de las Maravillas o Drácula. Cierto es que en este sentido Amazon no presenta mayores problemas que otras plataformas ‒tiempo atrás, por ejemplo, Google Play se llenó de libros piratas‒ pero teniendo en cuenta que aproximadamente un 85% de todas las ventas de libros no publicados tradicionalmente pasan por Amazon deberían poner más cuidado en velar por los intereses del autor.

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