¿Os imagináis un mundo en el que, siendo pequeños, os invitasen a una fiesta de cumpleaños y no hubiese niños gritando y lanzándose cosas? Como niño, aquellos actos llenos de ruido me ponían nervioso. Como adulto, más todavía. Y es que no recuerdo ninguna fiesta en la que al acceder se te diese un libro y se te pidiese elegir un rincón tranquilo para leer, en el que todo estuviese en silencio.

familia leyendo

   Es algo que los adultos obsesionados con a los que nos gustan los libros soñamos: un espacio de tranquilidad al que acudir para terminar esa novela que parece llevar siglos en nuestra mesilla. ¿Por qué se lo negamos a nuestros hijos? ¿Por qué nos lo negaron nuestros padres? Yo no recuerdo una sola cita infantil relacionada con la lectura. Todas incluían dulces, demasiada cafeína y refrescos, televisión y juguetes. Pero no libros.

   Aunque comprendo la dificultad que hubiese tenido una quedada así. No recuerdo a nadie relacionado con mi infancia a quien sus padres inculcasen el amor por la lectura (o que leyesen), y no ha sido hasta bien mayor que he ido dándome cuenta que había otras personas a las que los libros les apasionaban.

   Lo más parecido a una quedada para leer que tuve de pequeño eran aquellos días en los que la lluvia hacía imposible jugar en el patio, y se nos recluía a los niños dentro del colegio. Para tenernos entretenidos, nos permitían entrar a la biblioteca, cerrada y prohibida durante el resto de recreos por motivos que nunca llegué a comprender. El problema para leer tranquilo radicaba en la misma biblioteca estaban los juegos de mesa y algunas pelotas de goma (sí, tal cuál), bastante más ruidosos que el pasar de una página.

Niños leyendo en una biblioteca

   Para que una cita de lectura infantil tenga éxito, el niño debe haber venido amaestrado de casa, ya que difícilmente abrirá el libro proporcionado, o ningún otro. Incluso es posible que lo llene de refresco o que lo use como arma arrojadiza, puede que incluso en llamas.

   Una reunión o quedada de este tipo requiere que los padres que la organicen entren tranquilos (y no huyan despavoridos arrojando a sus hijos a una jauría creciente), cojan un libro y se pongan a leer. Pero claro, para ello es necesario a su vez que hayan practicado en su propia casa, dado que el hábito de la lectura no surge en un solo día.

   Si juntas tres o cuatro familias (como poco para una fiesta infantil) y dos de ellas no están acostumbradas a leer o al silencio, ten por seguro que empezarán a charlar, dando al traste con un ambiente de calma. E, imposible leer para los niños, la jauría volverá a la carga.

   Recuerdo con mucha alegría largos veranos sobre una toalla en la piscina del camping donde solía veranear, acompañado de absolutamente nadie. Silencio total y tranquilidad que rara vez se rompía cuando alguien colocaba la toalla a tu lado (ya que se trataba de un césped realmente grande). Pero lo que más alegría me da al volver la vista atrás es el que año tras año fuesen más las toallas dedicadas a la lectura, que formábamos complejas estructuras sobre el césped.

   Quizá fue con doce o trece años que dos de mis amigos se adosaron a mí, cada uno con un libro. Y nacieron unas normas no escritas pero por todos conocidas. En esas toallas, o cerca, no se podía hacer ruido. La norma era sencilla, y por eso se respetaba, incluso por quien no tenía intención ninguna por leer. Si alguien quería jugar (en absoluto prohibido) bastaba con desplazarse un par de decenas de metros más allá, dejando al resto tranquilo.

   Creo que es el único club de lectura en el que he participado, y no pocas veces ha pasado por mi mente el fundar alguno. No por mí o por las personas de mi generación. Yo ya tengo una cama magnífica donde leer por las noches y una silla de oficina en la que hacerlo durante el día. Pero me entristece mirar a mi alrededor y comprobar que muchos de los pequeños no tienen ni por asomo esa gran oportunidad que tuve yo al crecer en una familia lectora.

Abuelo-y-nietos-leyendo

   Debido a mi edad veo a muchos padres primerizos (algunos con el segundo en camino) ignorando por completo todo el asunto de la lectura, pasando por alto su existencia. Los libros son algo para adultos catedráticos, pero ni para ellos ni para sus hijos. Ni ellos leen, ni tratan de fomentar la lectura en casa en ninguna forma. No se regalan libros, ni se lee antes de dormir, ni se visitan bibliotecas o librerías.

   Y, por supuesto, no se organizan cumpleaños con libros.

   Quería hoy plantear que esa es una opción posible. Si eres padre o madre, es una carta que puedes jugar no ya en la educación de tus hijos, sino en su felicidad. Que tras unos cuantos meses de entrenamiento en casa se puede tratar de trasladar el modelo fuera. Que se puede presionar al colegio para que la biblioteca abra durante los recreos (¿A alguien se la han abierto? Me gustaría tener datos), o que se pueden organizar quedadas para leer de padres e hijos.

   Que solo con mucha educación podrán levantar ellos un mundo donde descansar nosotros tranquilos. Hazlo aunque sea por egoísmo.

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