
Eduardo Mendicutti. Fuente: Instituto Cervantes.
Disfruto con cada novela de Eduardo Mendicutti y celebro la llegada de un nuevo título a mi librería, hasta tal punto que mi librera tiene orden de reservarme cualquier cosa que, firmada por este autor, haya escapado a mi radar. En mi opinión, las obras de Mendicutti siempre son un hallazgo, bien disfrazadas de folletín romántico-político (Otra vida para vivirla contigo; Tusquets, 2013), bien convertidas en un esperpento de plumas y revolución (Furias Divinas; Tusquets, 2016), por citar sus trabajos más recientes. Además de contar con un prodigioso lenguaje –tanto si lo utiliza para plasmar el bello paisaje andaluz como para reproducir la jerga característica de las drag-queens un viernes por la noche a la salida de un local de ambiente–, sus obras contribuyen de forma espléndida a la visibilización del llamado mundo gay. Aunque lo que siempre me ha fascinado de este autor es su enérgica defensa de la literatura homosexual, y del uso preciso de ese término para referirse a ella: literatura homosexual, o bien literatura LGTBQ, aun cuando se siguen escribiendo sesudos artículos en prensa y se siguen celebrando importantes debates para desentrañar si la temática o la tipología del personaje pueden marcar una categoría literaria –aunque, seamos sinceros, nadie cuestiona que una novela protagonizada por detectives y asesinos en torno a la resolución de un caso se la categorice como novela negra–. Y mientras aquí seguimos inmersos en tales quehaceres, en decidir si la literatura homosexual merece ser llamada como tal o si desempolvamos el manido argumento: «la literatura es buena o mala, y sanseacabó», en otros países incluso la celebran, la destacan, la premian y la conmemoran.
No sé si conocerán la asociación Lambda Literary. Su Mission statement, su definición como asociación, por así decirlo, es claro: «en Lambda Literary creemos que la literatura LGTBQ es fundamental para la preservación de nuestra cultura, y que las vidas LGTBQ resultan reafirmadas cuando nuestras historias son escritas, publicadas y leídas». Fruto de ese compromiso por visibilizar la literatura LGTBQ, por potenciarla y reconocerla, existen, desde hace más de dos décadas, los Lammys: los premios que distinguen la mejor literatura LGTBQ del año. Desde que empezaran su andadura allá por 1989, muchos han sido los títulos y autores que han recibido esta distinción, pero cuando esos títulos y esos autores llegan a nuestras estanterías, no siempre lo hacen con una faja que indique el mencionado premio, o con un destacado en contraportada, o con una mención en la sinopsis, junto a la retahíla de alabanzas que este y aquel periodista han pronunciado a favor de la novela y del autor en cuestión.

La cantante Justin Vivian y el actor Alan Cumming, anunciando el premio a mejor obra de ficción transgénero en la gala de los Lammys de 2015. Fuente: LATimes.
La novela infantil/juvenil George, de Alex Gino (Nube de tinta, 2016), que trata el tema transgénero; la colección de relatos Mundo Cruel, del puertorriqueño Luis Negrón (Malpaso, 2016); Mi educación, de Susan Choi (Alba, 2014); la magnífica Personas como yo, de John Irving (Tusquets, 2013), la Ronda nocturna, de Sarah Waters (Anagrama, 2007) o la tragicómica Fun Home, de Alison Bechdel (Reservoir Books; 2012), ahora convertida en musical de Broadway, son sólo algunos de los títulos que han conseguido alzarse con un Lammy, pero la lista de premiados y nominados es verdaderamente amplia y comprende otros nombres como Tom Spanbauer, Colm Tóibín, Erica Fischer, Allan Hollinghurst, Dorothy Allison, Jeanette Winterson, Michael Cunningham, Peter Cameron, Alan Bennett, Edmund White…

Momento del musical Fun Home, basado en la novela gráfica homónima de Alison Bechdel, ganadora del Lammy a Mejor memoria o biografía. uente: Fun Home Broadway.
Resulta curioso, ¿no? Rescato de mi librería personal varios títulos de los autores citados previamente y no encuentro ninguna mención a estos premios, los más importantes en literatura LGTBQ, que cuentan con el apoyo de editoriales como Harper Collins, Macmillan, Penguin Random House o Simon & Schuster, entre otros. Eso sí: Man Booker, Pullitzer, National Award o ser incluido en la lista de los 100 mejores libros que cada año publica el New York Times, esas menciones sí que aparecen destacadas. La única mención que he encontrado ha sido en la Web de la editorial Malpaso, en referencia a la colección de relatos Mundo Cruel (Luis Negrón, 2016): «Es el primer libro en lengua no inglesa que ha ganado el Premio Lambda, el más importante de la literatura GLBT». Bravo, aunque a medias (porque en el ejemplar no aparece nada, y podría). Entonces, ¿existe o no existe la literatura homosexual? Volvamos a Mendicutti. «Es una majadería decir que no hay literatura homosexual», afirma en una entrevista que le realizó en 2012 la ACEC (Asociació Col·legial d’Escriptors de Catalunya; Asociación Colegial de Escritores de Cataluña). Quizá tenga razón. Quizá no se trate de si existe o no la literatura homosexual. Quizá se trate de si queremos o no que exista, y con qué relevancia, y con qué visibilidad.
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