Y tú, ¿qué diez objetos te llevarías a una isla desierta? Los libros son mi chute

   Probablemente te haya pasado, hace una eternidad, que algún compañero se te acercase en el patio del recreo con una pregunta. Pero antes, para hacerlo emocionante, te agarraba del brazo con un pellizco y te gritaba:

   «¿Qué 10 objetos te llevarías a una isla desierta? Contesta rápido, porque seguiré pellizcándote»

   Dolorido, y con un sistema nervioso saturado, respondías lo primero que te venía a la mente, probablemente con ropa, mudas, quizá incluso calzado. Un cuchillo, o gafas de sol. Objetos útiles con los que sobrevivir en una isla desierta a los peligros que pudieran existir. Solo más calmado, en un ambiente de reposo, te dabas cuenta de lo aburrido que suena eso de isla desierta.

   Si te sentases en un pupitre para realizar un examen y vieses esa pregunta encabezando el test, sin duda te tomarías tu tiempo para contestar. Dado que estás en este blog, diré que la mayor parte de los objetos de la lista hubiesen sido libros. Al menos, cuando me planteaban algo así de pequeño, respondía eso.

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   Muchos libros, tantos como pudiese. Incluso recurría a trucos como maletas de libros completas, para cada objeto, a ver si colaba. No lo hacía, por supuesto, y quien preguntaba trataba de arañar mis volúmenes predilectos.

   Casi veinte años después de aquellas preguntas, hoy mi respuesta hubiese sido completamente diferente, así como la mayoría de los lectores. De hecho, hubiese aumentado los productos de higiene y hubiese eliminado por completo los libros físicos de la lista. Sin embargo, habría dejado dos huecos importantes:

   – Una placa solar portátil con salida USB.

   – Un eBook con todos los libros que pudiese descargarme.

   Si solo tengo 10 objetos que llevarme, al menos que uno de ellos sea una biblioteca portátil completa. Casi me daría igual qué hubiese dentro, con tal de que fuesen muchos, muchos libros. Miles, o más. Se trata, al fin y al cabo, de una isla desierta. Si tengo que llevarme algo, me llevo todo mi alijo de drogas.

Las ideas son una droga

   No es la primera vez que he tocado el concepto de una idea como germen, como principio de algo, como elemento que te obliga a hacer. Quizá, incluso a luchar y morir por ella. Me resulta atractiva la idea de una idea externa contagiando un cerebro (el tuyo, por ejemplo) y usándote para expandirlo.

   Pero pocas oportunidades tiene uno de contagiar a otro ser humano en una isla desierta, y quizá por ello pocos deseen viajar de manera permanente a una, y sea visto como un castigo cósmico. Pero no deja de resultar curioso que uno de los deseos más fuertes de un naufrago sea seguir contaminando su mente con nuevas ideas, con nuevos conceptos.

   Quizá en un desesperado intento por captar hasta la última gota de conocimiento del universo antes de terminar, o manteniendo la esperanza de un barco de rescate con gente a la que poder extender la enfermedad mental del lector. Porque no os engañéis, las ideas son una droga, y los libros son uno de los métodos más efectivos de administrarla.

El librero es mi camello favorito

   Siempre he pensado que los libreros son una especie diferente y atractiva de personas (quizá por ello caí rendido a los pies de una). A diferencia del resto de camellos del mundo, los libreros son queridos y admirados. Deseamos fervientemente que nuestros hijos entreguen su dinero a estas personas con objeto de que les dé la droga definitiva.

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   Se trata de los distribuidores de alucinógenos mejor apreciados si los clasificamos por las drogas que distribuyen los distintos camellos, y estamos dispuestos a desembolsar grandes sumas de dinero solo por poseer los volúmenes.

   Y nos venden la peor de todas: nos venden ideas. Creo sinceramente que es a eso a lo que los lectores estamos tan enganchados de los libros, por las ideas que contienen, y veo al lector como un adicto a sus páginas, a descubrir algo nuevo o diferente en la siguiente línea. Un lector es, en esencia, un yonkie con mono permanente y de sacia imposible.

   Porque, a diferencia de las venas, el cerebro no puede llenarse. Y que por eso nos llevamos libros a islas desiertas.

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