No hace ni 24 horas recomendaba la que considero una película de culto desde que conseguí descargármela hace unos años. Se llama «El hombre de la Tierra», y sus 87 minutos de conversaciones (casi todas ellas dentro de la misma sala al estilo de los episodios botella) tratan de un solo tema:
¿Y si un hombre de la prehistoria hubiese conseguido sobrevivir desde entonces?
Sin destripar los increíbles diálogos del film, diré que ese hombre habría vivido durante más de 10.000 años, y habría visto levantarse y caer todos los imperios conocidos. Habría aprendido (y olvidado) una infinidad de lenguajes, y su vida habría durado tanto que gran parte de los primeros 9.900 años estarían difuminados por el tiempo de un modo similar al modo en que recordamos la niñez.
Me gustaría llamar la atención sobre algo. Ese hombre, nacido hace 10.000 años, usaba un modo de comunicación básicamente oral. Salpicado, según de donde fuese, por iconos pictóricos, gestos y grabados varios en rocas y orfebrería. Esa persona habría nacido sin un lenguaje escrito tal y como lo conocemos, y sus primeras historias carecían de libros.
He hablado en alguna ocasión en qué ocurrirá cuando mueran las palabras y el lenguaje sea sustituido por algún otro mecanismo de comunicación, y no estoy seguro de si eso ocurrirá antes de que los libros desaparezcan, o mucho después.
Como amantes de los libros tendemos a pensar que estos son eternos e inmutables, pero como todo sistema creado con un fin (transmitir el conocimiento, enseñar, educar, divertir, entretener…) tiene un principio. Y tendrá un final, aunque es bastante improbable que seamos capaces de imaginarnos qué lo sustituirá, o cómo.
Cuando analizamos las ventas digitales frente a las físicas, en ocasiones nos apresuramos en nuestros análisis. En los últimos diez años se han escrito miles de noticias, ambas de carácter casi apocalíptico, marcando la inmediata muerte de libros físicos y digitales con cada nueva ola de ventas del bando contrario.
Sin embargo, tenemos que tener presente que el libro digital acaba de empezar, y que las ventas digitales se hacen para un mundo que nació con el papel en las manos. Personas a las que nos cuesta salir del olor de esas hojas. Las generaciones venideras son mucho menos tolerantes con el libro impreso, y es más que probable que las ventas del mismo se precipiten en las próximas décadas, cuando estas generaciones y las siguientes tengan acceso a las tarjetas de crédito.
O es posible que el libro como lo conocemos aguante varios siglos más. Quizá incluso sea un formato que salga del planeta si llegamos a saltar a alguna otra roca de por ahí arriba.
He empezado el artículo con un hombre de las cavernas que observaba garabatos en una cueva (quizá ni siquiera eso) y que sabía que el lenguaje tal y como lo conocía existiría para siempre. Siglos más tarde, cuando se acostumbraba a otro idioma, seguramente pensaría que se trataba del definitivo, el último. Eso es, al menos, lo que pensaban las sociedades que vivían dentro de ese paradigma.
No obstante, el lenguaje seguía cambiando. Hoy, frente al pronóstico de que un mundo hiperconectado daría con un lenguaje común o universal y plano, los lenguajes se hacen más complejos año tras año. Cada mes surgen más vocablos, palabras y expresiones, que el mes anterior. Estamos acelerando el lenguaje, y si esto tiene baja repercusión en el modo en que se imprime en los libros es tan solo porque los cambios tangibles llevan su tiempo.
No solo eso, estamos cambiando el modo en que nos comunicamos. Los vídeos y los gifs están modificando nuestra percepción de la información. Hace varios meses descubrí mediante un encargo que los gifs de tres segundos que vemos en Facebook llevaban un guion detrás.
Hacía unos años nos asombrábamos todos con los primeros libros que incluían palabras como led o smartphone. Décadas atrás, nuestros abuelos miraban preocupados a nuestros padres y no entendían por qué la señal de STOP tenía que escribirse en inglés. Un par de siglos antes, la gente empezaba a llamar de tú al otro, eliminando el usted casi reverencial, y algo antes los primeros libros se estaban imprimiendo.
Si retrocedemos más nos acercaremos al nacimiento de la escritura, y al cese de los sonidos guturales. A nuestro hombre prehistórico que sabía que nada cambiaría, y que ha visto el mundo cambiar (y a la gente equivocarse una y otra vez en sus predicciones estáticas).
Me he sorprendido varias veces a mí mismo pensando en mí como esa persona primitiva poco predispuesta al cambio. Cuando era pequeño, sabía que nunca leería en nada diferente a un libro. Años más tarde leía mi primer libro dentro de la pantalla combada de un ordenador. Hace cinco empecé a leer en el teléfono, y hoy día uso cualquier dispositivo para almacenar mis libros, e incluso escribirlos.
Recientemente descubrí que afirmar que algo duraría para siempre era poco acertado, y que la posibilidad de equivocarme aumentaba año tras año desde aquella sentencia. Al ritmo en que la tecnología acelera, no me sorprendería que la generación de nuestros hijos viese la muerte de los libros.
Como el ser prehistórico vio la muerte de los gruñidos, de los cuentos transmitidos orales, de grabar en roca las hazañas, del papiro. Me pregunto si trataría de oponerse o lo aceptaría de buen grado.
Los libros son el equivalente a nuestra transmisión oral moderna, y dentro de décadas o siglos algo los habrá sustituido. Nuestro hombre prehistórico quizá mire desde el futuro hacia nosotros, echando de menos el tiempo en que uno podía oler las páginas de un libro, pero compadeciéndonos porque nosotros carecemos de lo que los sustituyó.
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