El 12 de abril de 1961 el cosmonauta soviético Yuri Gagarin iniciaba una curiosa lista de primeras cosas. A la cabeza de todas ellas figuraba el haberse convertido en el primer ser humano que viajaba al espacio, que no el primer ser vivo, honor que le correspondió a la perra espacial Laika. En 108 minutos Gagarin tuvo tiempo para convertirse en el primero en varios aspectos, muchos de ellos totalmente intrascendentes, desde ser el primero en comer a bordo de una nave espacial a, tal vez, ser el primero en echarse una ventosidad en el espacio. Después vinieron muchas otras primeras cosas más, algunas con mucho bombo, como ser el primero en pisar la superficie de la Luna, en darse un paseo por ella o en clavarle una banderita.
Después de que Armstrong y compañía hicieran todas esas primeras cosas, que llenaron de inconmensurable orgullo a los norteamericanos, al escultor Forrest Myers se le ocurrió una idea bastante original: hacer realidad la primera obra de arte fuera del planeta Tierra. Sin embargo, la obra que ostentara semejante honor, pensó Myers, debía estar a la altura de las circunstancias. Más que una simple obra de arte, sería el primer museo del espacio exterior. Así nació «Museo de la Luna». Myers se puso en contacto con cinco de los artistas más importantes de la década de 1960 y les pidió que colaboraran con él en el proyecto. Los artistas fueron, además del propio Myers, nada más y nada menos que Robert Rauschenberg, David Novros, John Chamberlain, Claes Oldenburg y Andy Warhol. Un auténtico lujazo.
En principio el proyecto parecía espectacular, pero Myers se encontró con un inesperado obstáculo: a la NASA no le pareció tan buena idea. No solo no consiguió ningún tipo de financiación por parte de la agencia aeroespacial sino que solo recibió evasivas como respuestas ante su intención de transportar la obra a bordo del Apolo 12. Pero Myers no se dio por vencido y optó por la decisión más disparatada: colar la obra de contrabando dentro de la nave sin que nadie se enterara. La ventaja con la que contaba Myers era que las dimensiones de la obra, de menos de dos centímetros, permitían ocultarla fácilmente. Lo que había hecho cada uno de los seis artistas fue grabado en una pequeña placa de cerámica con la misma técnica que se usaba para producir circuitos telefónicos. Se crearon una veintena de placas, todas ellas para los que habían colaborado en el proyecto, todas salvo una, que iría destinada a viajar escondida en el Apolo 12.

Arriba, la fotografía que apareció en el diario ‘The New York Times’, con el dibujo de Andy Warhol oculto por un pulgar. Abajo, la obra completa
El escultor contactó con la E.A.T. ‒Experimentos en Arte y Tecnología‒, una organización sin ánimo de lucro creada para desarrollar colaboraciones entre artistas e ingenieros, y a través de ellos conoció a varios científicos de los Laboratorios Bell, entre ellos a Fred Waldhauer. Dio la casualidad de que Waldhauer conocía a un ingeniero que estaba trabajando en el módulo de aterrizaje del Apolo 12, Grumman Aircraft, y consiguió convencerlo para que colocara la placa en él. Aircraft mandó un telegrama a Waldhauer el 12 de noviembre de 1969, dos días después de que el Apolo 12 despegara, para confirmarle que el encargo había sido realizado con éxito. «Museo de la Luna» formaba parte del módulo lunar Intrepid. Poco después de recibir la confirmación Myers corrió al diario The New York Times para contarles la hazaña. El artista se había salido con la suya.
La primera de las obras que encontramos en «Museo de la Luna» es una sola línea en la parte superior central, hecha por Robert Rauschenberg. A su derecha hay un cuadrado negro con líneas blancas, parecido a un circuito, de David Novros. La siguiente contribución, de John Chamberlain, también es una especie de plantilla parecida a un circuito. En la parte inferior del centro hay una versión geométrica de Mickey Mouse, obra de Claes Oldenburg, que en ese momento se sentía muy atraído por el icono de Disney. Myers hizo un dibujo generado por ordenador en la parte inferior izquierda. Y, finalmente, aquí está la grandeza de «Museo de la Luna», Andy Warhol puso el broche de oro con su aportación: el dibujo de un pene. Gracias a Forrest Myers, Warhol consiguió una de esas grandezas del arte: que la primera obra artística del espacio incluyera un pene. Eso sí, para mostrar la imagen a sus lectores, The New York Times tapó sutilmente el dibujo del pene con un dedo. Lo más gracioso de todo es que, si no nos fiamos de Aircraft, la única manera que hay hoy en día de saber si «Museo de la Luna» está de verdad en nuestro satélite es enviar una nueva misión. Y es que, después de todo, va a ser verdad eso de que en el arte no hay certezas.
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