Admitámoslo: hay libros que se eligen por su cubierta. Y es que ¿cómo ignorar un libro en cuya cubierta aparecen atravesando las calles de Nueva York don Quijote caracterizado como C-3P0, enarbolando una Biblia en una mano y un paraguas en la otra, y Sancho Panza vestido de ewok? A la vista de esta imagen, ¿qué persona en su sano juicio ‒y más para un amante de don Quijote‒ podría no caer en la tentación de, siquiera, averiguar de qué trata la última novela de Marina Perezagua, ? Con esta novela Perezagua explora un tema que podría constituir, por sí mismo, un subgénero narrativo iniciado por el misterioso Alonso Fernández de Avellaneda: el de las apócrifas continuaciones del Quijote. Un tema que se ha visto revitalizado por el IV Centenario de la muerte de Cervantes, con alguna que otra novela que se ha atrevido con el curioso experimento de traer al Caballero de la Triste Figura y a su glotón escudero a la actualidad. Ejemplos son Don Quijote en la España de la reina Letizia de Amando de Miguel o el propio libro de Perezagua.
Según confirmó la propia autora, Don Quijote de Manhattan parte de esa misma poderosa imagen que aparece en su cubierta: Don Quijote y Sancho Panza paseando por Nueva York, vestidos C-3PO ewok respectivamente. A partir de ahí, la intención era hacer una variación del clásico tema quijotesco usando como referencia la Biblia en lugar del Amadís de Gaula. ¿Qué pasaría si don Quijote saliera al mundo con el libro canónico del cristianismo en sus manos y tratara de arreglar cuantos entuertos se cruzaran por su camino teniéndolo como referencia? ¿Acaso no sería tan disparatado hacer esto en la actualidad como lo fue en el siglo XVII intentar emular a la orden de caballería? En verdad, Perezagua no podría haber encontrado mayor locura para nuestros días.
A pesar de haber actualizado el tema, muchas de los elementos más célebres de la historia se mantienen a modo de guiño, como si de alguna manera don Quijote estuviera destinado a repetir los mismos pasos que en su moderna aventura. Aunque el más obvio que cabría esperar no está, es decir, los rascacielos convertidos en descomunales gigantes, sí encontraremos acontecimientos como la historia del cautivo, el sueño de don Quijote, el expurgo de la biblioteca, el prometido gobierno de la ínsula ‒de Manhattan‒, la conversión a pastores, el bálsamo de Fierabrás o la aventura de Clavileño. Y, por supuesto, palos, muchos palos. Todo ello adaptado a los nuevos días. Del mismo modo, tampoco faltan las actualizaciones de los episodios bíblicos. A fin de cuentas, la Biblia y no los libros de caballería se convierte en el nuevo punto de referencia de don Quijote. La historia se desarrolla entre el Génesis y el Apocalipsis. Encontramos entremedias la resurrección del propio don Quijote, la multiplicación de los panes y los peces, a la ballena de Jonás o el nacimiento del profeta.
Todo ello aderezado con un sentido del humor que se convierte en facilidad en carcajada. ¿Qué sería del Quijote si no hubiera humor de por medio? Como dice la contracubierta del libro, la escena en la que don Quijote se presenta en el Instituto Cervantes es «tan disparatada como memorable». El mérito de muchas de esas gracias le corresponde al bueno de Sancho, más Sancho que nunca en esa mezcla de simpleza, picardía e ingenio que tanto disfrutamos los lectores de Cervantes. Pero que abunde el humor no significa que no haya crítica social en el libro. Perezagua toca algunos de los temas más polémicos de la sociedad estadounidense: las desigualdades sociales, la precariedad laboral, la xenofobia, la ineficiencia burocrática, la facilidad para tener armas de fuego, la falsa moral o la pena de muerte. En todos esos asuntos, y todavía en algunos más, mete cuello don Quijote, intentando deshacer entuertos y repartir justicia.
No hay que ser muy retorcido para intuir que una novela en la que don Quijote y Sancho aparecen vestidos de C-3PO y de ewok respectivamente tendrá un importante componente simbólico. ¿Acaso no es el propio don Quijote el mayor símbolo de todos? A decir verdad, a medida que la trama avanza lo simbólico va tomando cada vez más protagonismo, sobre todo desde la mitad en adelante, hasta caer en el delirio surrealista que, en verdad, debe ser el estado más cercano a la locura de don Quijote. El diluvio interminable, preludio de ese Apocalipsis final, recuerda a otra novela, también simbólica, surrealista y apocalíptica, que es El mar llegaba hasta aquí de Álex Pler.
Aunque si algo hay que reconocerle a la autora, por encima de todas las cosas, es el estilo. En una entrevista leía que ha releído el Quijote diez veces, aunque la última, mientras se encontraba en Nueva York antes de escribir su novela, prefería escucharlo en audiolibro para meter así en su cabeza la música de Cervantes. Y vaya si lo ha conseguido. La proeza tiene su miga: Perezagua consigue dar con el tono exacto, sin caer en lo excesivamente moderno ni en lo arcaico. Basta con echar un vistazo a los títulos de los capítulos para darse cuenta de su logro. Poco importa que don Quijote esté en el Nueva York del siglo XXI, uno siente que es el mismo personaje, y que lo mismo podría estar en un castillo gótico o en una nave espacial, porque seguiría encajando igual de bien. El discurso de quienes rodean a la ilustre pareja también se ensambla a la perfección. Imposible conseguir algo más cervantino. De hecho, solo por disfrutar de la prosa ya merece la pena leer el libro.
Dice el refrán que segundas partes nunca fueron buenas, y aún sin ser verdad, todo parece indicar que tampoco hay que esperar demasiado de las terceras. Pero lo que Marina Perezagua ha conseguido es mucho más que sacar a don Quijote y Sancho de su contexto habitual y modernizarlos. Ha escrito un libro ameno, crítico, divertido e imaginativo, con un estilo y un lenguaje impecables. Una extravagancia literaria que cualquiera que se considere amante del Caballero de la Triste Figura debe leer. Don Quijote y Sancho Panza vestidos como C-3P0 y un ewok: ¿hace falta dar más motivos para leer este libro?
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