Acción poética

Acción poética

   Existe hoy la creencia generalizada de que todo es política. Esta idea, que puede tener su origen en autores como Marcuse o Foucault, se extiende rápidamente, especialmente en los sectores progresistas. Las relaciones interpersonales, los hábitos alimenticios, el ocio, la ciencia o la historia son objeto de crítica y permanente cuestión precisamente por su dimensión política. El género o la orientación sexual tienen hoy un marcado carácter político. La propia vida, la acción privada de cada uno, es política también.

   Por supuesto, la poesía (o quizás sería más apropiado decir «la acción poética») se presenta hoy como una herramienta política. Nada menos que una herramienta de progreso o de cambio social. Leemos en Público: «una nueva generación de poetas pone los versos patas arriba para asaltar el sistema

   Se trata de un cambio de paradigma: la poesía, otrora reservada a las minorías dirigentes, los eruditos o la aristocracia, ha perdido su carácter elitista y privilegiado. Hoy la poesía es algo accesible a todo el mundo, y en la oferta cultural de cada ciudad se incluyen recitales de poesía, encuentros poéticos, poetry slams, o jams de poesía. Además, en las redes sociales se escriben, comparten y comentan poemas, y existen también grupos virtuales y revistas digitales especializadas en poesía. La poesía está de moda y llega a todas partes. «Los que escriben ahora no son cuatro intelectuales […] porque la intelligentsia, tal y como se entendía, ha muerto. Hoy los poetas son los parias; los poetas son tú.»

   La poesía toma las calles, es una constante performance. La poesía se escribe hoy en los contenedores de basura y en las paredes de la oficina bancaria, la poesía es la voz del paria que reclama su derecho natural. La poesía abandona la academia. La poesía se vincula al 15-M. La poesía es social.

   Tal expansión presenta un cariz positivo. Al menos cuantitativamente, la poesía tiene hoy una presencia y un impacto infinitamente mayor del que pudiera tener, pongamos por caso, hace cincuenta años o sesenta años. Ahora bien, ¿qué se entiende por poesía?

   «Una parte significativa de esta nueva poesía es deliberadamente anti-académica y, a veces, también, fácil. Esto no es, a juicio de los poetas, necesariamente malo. […] Una de las finalidades del movimiento es persuadir a la gente de que la poesía es sexy»

   Puesto que la poesía es sexy y se ha democratizado, no es necesario tener ningún conocimiento especial para escribirla ni para leerla. Puesto que la poesía es «fácil», todo el mundo tiene derecho a escribir poemas, pero ninguno tenemos la obligación de entenderla. Puestos a pedir derechos, se diría incluso que nos arrogamos el derecho a escribir poesía sin haber leído poesía, lo cual resulta sumamente paradójico: «de la misma forma que Sid Vicious descubrió que no era imprescindible saber tocar el bajo para subirse a un escenario, muchos han aprendido a armar sus rimas partiendo de la base de que lo importante es participar o lo que es lo mismo, hacer uso de la palabra

   Poeta es hoy el que «hace uso de la palabra» o el que «participa». Basta con querer ser poeta para serlo ipso facto. Así por ejemplo, en un talent-show como las Poetry Slams se apela explícitamente al «criterio profano» del público como un valor añadido. En las jam de poesía se cede un espacio para todo aquél que quiera subir a recitar sus poemas, sin otro requisito que el mero deseo de «participar». Proliferan los poemarios autoeditados, los blogs de poesía, las presentaciones y los recitales. La poesía abraza la izquierda política, es progresista, democrática y social, rechaza la erudición, la intelligentsia, la valoración técnica u objetiva, por superflua o irrelevante. Lo importante es participar, eso es lo más democrático.

   La democratización de la poesía y su enfoque eminentemente social contribuyen a generalizar el «uso de la palabra», pero sacrifican su valor estético. La calidad del poema ya no interesa. Hoy no importa el qué se diga o el cómo se diga, el valor estriba en el mero «decir», en el «participar». Pero entonces, aquello de «poner patas arriba el sistema» comienza a complicarse. Porque ese decir flota en el vacío, por mucho que se participe. Se posee y se reivindica el derecho de «usar la palabra», pero no se sabe como usarla, y lo que es más grave, no se quiere saber como usarla. Así el movimiento de «acción poética» deja de ser precisamente, poético, en el momento en que reniega de los fundamentos mismos de la poesía.

   Y reniega por una cuestión de principios: si la poesía exigiera un esfuerzo, dedicación y talento específicos, a los que, por distintos motivos, sólo pudieran acceder unos pocos (o no todos), entonces dejaría de ser democrática, social, progresista, etcétera. El problema reside aquí en que la poesía, por su complejidad, exige un esfuerzo que no todo el mundo está dispuesto (o en disposición de) asumir. Para socializar la poesía, se impone renegar precisamente de la poesía

   Por principios –políticos– el movimiento de «acción poética» no manifestaría otra cosa que la peculiar condición de la vida media actual, que tan bien enunció Ortega: lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Se trata de escribir poesía, pero sin conocer los fundamentos de la poesía y sin pretender conocerlos. Lo importante es participar.

   Pero quizá entonces no baste con «hacer uso de la palabra» para poner patas arriba el sistema, por muy contracultural que se quiera ser. Quizá esta manera tan peculiar de «participar» no manifieste otra cosa que la confusión en que anda sumida la sociedad contemporánea, en este caso en su dimensión estética. Y quizá lo más «contracultural» que se podría hacer hoy sería tomarse la poesía en serio. La poesía no es de izquierdas ni de derechas, por su propia definición no es política, ni tiene por qué serlo. Y si tuviera algún potencial político, o social, lo tendría cuando dejara de ser política, y consiguiera, nada más y nada menos, que ser poesía.

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