bob-dylan-2009-2    Cuando la semana pasada la Academia Sueca comunicó que el Nobel de Literatura de este año se entregaba al cantante Bob Dylan destapaba la caja de los truenos. No voy a negar que he disfrutado morbosamente de la polémica. Los lectores se dividían en dos bandos: aquellos a los que les parecía una aberración y los que estaban encantados. Los primeros proclaman que la Academia está más confundida que un lector del Ulises, que hasta un niño de primaria sabe la diferencia que hay entre música y literatura; los segundos, aparte de su amor por Dylan, declaran que el premio ha sido un guiño a la cultura popular y de masas, concediéndole el galardón al hombre que consiguió reformular la música popular en 1965 con el álbum Highway 61 Revisited, comúnmente considerado como uno de los más influyentes del siglo XX.

   Es difícil poner en duda que la calidad artística y comunicativa del trabajo de Bob Dylan no merezcan uno de los premios más importantes del mundo. Sin embargo, el debate de fondo suscitado por la Academia Sueca es si la música puede ser considerada como una variante de la literatura. Algunos de los artículos más interesantes que he leído en los últimos días se plantean si es posible considerar a Dylan un poeta o si es más músico que poeta y en qué porcentajes lo es. La discusión no la ha puesto de moda el Nobel sino que viene de largo, como demuestra el debate que Dana Stevens y Francine Prose sostienen en The New York Time. Dice Craig Morgan Teicher en New Republic que no hay ninguna duda de que las canciones de Dylan son literatura y Craig Jenkins añade en Vulture que en realidad poco importa si es más músico o más poeta.

   Vincular literatura y música no es, ni mucho menos, ninguna excentricidad de la Academia Sueca. El portavoz del Nobel señalaba al entregárselo a Dylan, como quien intuye lo que va a llover, que esa relación forma parte de una tradición oral que se remonta a Homero y a Safo. No es necesario remontarse tanto. Si nos vamos a nuestra propia tradición literaria esa relación existe en la obra fundacional, el Cantar de mio Cid, y continúa más allá del siglo XV con la lírica cancioneril. Algunos cancioneros de la época poseen la transcripción de la partitura musical que solía acompañar las canciones. Y también está presente en clásicos indiscutibles de la literatura. En muchas de las obras de Shakespeare se incluyen indicaciones escénicas con música; en piezas teatrales como Otelo, Sueño de una Noche de Verano, El Cuento de Invierno, Las Alegres Comadres de Windsor o La Tempestad se usan decenas canciones, algunas con letra hecha por el propio dramaturgo, destinadas a evocar un ambiente o a acompañar el discurso de un actor en escena.

   En realidad no se trata tanto de delimitar el concepto de literatura como de definir qué entendemos por música. ¿Qué valor tienen las palabras en el contexto de una canción? ¿Acaso nos hemos acostumbrado a un tipo de música en el que la letra tiene una función secundaria con respecto a la melodía y sin la cual nos parece absurda, repetitiva o incomprensible? ¿Es la palabra un mero pretexto supeditado a la música? Puede ocurrir si la letra es banal o si cae fácilmente en clichés pero de ahí a generalizar a toda la música hay un abismo.

   ¿Se sostienen las letras de Bod Dylan sin la música? ¿Pueden ser leídas, analizadas y discutidas como si fueran poesía? Según Andrew Wainwright, que imparte en la Universidad de Dalhousie un curso llamado «Bob Dylan y la literatura de los años 60», sí. Para este profesor es un elitismo disparatado negar que muchas de las letras de Bob Dylan, tanto por su profundidad como por su resonancia, no puedan funcionar sin música o no se acerquen a la gran literatura. Bob Dylan puede estar a la altura de autores como Horacio o Virgilio, dice en el diario The Boston Globe el profesor de Harvard Richard Thomas. En ese mismo artículo Kevin Barents, que también da un curso centrado en las letras de Dylan, tampoco duda de su carácter literario. Lo cierto es que las letras de Dylan se enseñan en muchas universidades, tanto norteamericanas como europeas, junto a las obras de otros cantautores como Leonard Cohen.

   ¿Cuál es, entonces, el mensaje que está transmitiendo el comité del Nobel al entregar el galardón a Bob Dylan si damos por hecho que pueda ser considerado poeta? Si la poesía es, por definición, un arte minoritario en la actualidad y Dylan ha conseguido popularizarla hasta extremos insospechados, entonces cabría pensar que el cantautor estadounidense es uno de los mayores predicadores de esta disciplina en la historia de la literatura. Cuando la Academia elige a un compositor pop por encima de otros autores más selectos o culturalmente prestigiosos, está haciendo hincapié en una forma de entender la poesía más mayoritaria. O como ha dicho Jaime Weinman en Maclean’s: el mensaje implícito no tiene por qué ser que Dylan es un [gran] poeta sino que la poesía debería ser más como Dylan. Si es así, chapó por la Academia.

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