Solo han pasado unos escasos minutos desde que he visto el primer capítulo de la nueva serie de HBO WestWorld y ya me encuentro con un montón de interrogantes existenciales. Me resultó simplemente brillante el concepto de la serie: el dilema de la comprensión de lo que significa ser humano o, incluso, de lo que significa estar vivo. Su trama muestra conflictos como hasta qué punto al hombre le está permitido jugar a ser dios, o interrogantes sobre la percepción del transcurso del tiempo mismo y de ese ciclo del eterno retorno del que hablaba Nietzsche en Así hablo Zaratustra. Un sinfín de interrogantes que no se acaban de responder en medio de la incertidumbre, y que quizás es mejor mantener, porque la duda aviva la llama del saber.
Vale la pena el esfuerzo por dilucidar un poco, aunque sea en un sentido especulativo, el sentido de la existencia, el estar vivo y el sentir como prueba definitiva de ello. Es la ligera línea entre comprender y crear la irrefutable prueba de la existencia, la creatividad es expresión no solo de la humanidad sino el logro de la vida, porque consiste en transformar la materia, en inicio para un fin, en llama que brilla hasta dejar solo cenizas y oscuridad.
Retomando la serie que me despierta estas conjeturas, solo me queda recordar otra obra que aborda una temática con ciertas similitudes en cuanto a cuestionamientos existenciales, la película Yo Robot, que plantea al robot alcanzando un punto en el que su ser se puede considerar como tal, dejando de ser un eso para alcanzar el estatus de individuo, que sueña y crea, que deja el mundo de lo predecible y se sumerge en las lagunas del caos que representa la irracionabilidad de la vida creadora del ser humano, el hombre soñador, el que decide y es lo que siente que quiere ser.
Expenderé análisis. Solo cuando seamos sabios de nuestra ignorancia comenzará el verdadero camino por el sendero de las respuestas