Uno de los dramas modernos asociados a la aparición de los libros electrónicos ocurre a diario en transportes públicos: ya no es tan sencillo averiguar qué libro está leyendo el desconocido de turno que se ha sentado a nuestro lado. Ni tampoco lo es que los demás cotilleen en los libros que leemos nosotros mismos. Una verdadera tragedia porque el mero hecho de tener un libro entre las manos, además de hacernos parecer más inteligentes, puede hacer incluso que se incremente nuestro atractivo físico. O al menos así sería dependiendo del libro que exhibamos.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando el libro que estamos leyendo es poco respetable? No me refiero a un libro de Henry Miller, de Bukowski o de Burroughs, sino a algo que avergüence de verdad. El comediante Scott Rogowsky quiso hacer la prueba y eligió como laboratorio uno de los transportes públicos más concurridos del mundo: el metro de Nueva York. Así, a la vista de los pasajeros, Rogowsky simuló leer libros con cubiertas y títulos falsos, tan disparatados como Mein Kampf para niños, Cómo aguantarse un pedo, Guía para principiantes de taxidermia humana, 1.000 lugares que visitar antes de ser ejecutado por ISIS, Esconde tu erección a Dios, 10.000 imágenes de penes o La alegría de cocinar metanfetamina. El resultado son dos hilarantes vídeos (aquí y aquí), en los que pueden verse las reacciones de sorpresa de la gente.
Rogowsky no es la primera persona que plantea la lectura en público desde una perspectiva original y controvertida. Desde un punto de vista totalmente distinto el fotógrafo checo Jakub Pavlovsky consigue llevar a otro nivel la lectura en lugares públicos con su serie Book’s Calling.
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